Según su etimología, el prefijo "re" implica retorno, hacer por segunda vez. "Re - conciliar" sería "volver a un estado previo de conciliación". Es decir: allí donde había armonía y por algún motivo se rompió, volver a ese estado primero sería justamente la reconciliación.
En el ámbito interpersonal, en lo doméstico, esto funciona con facilidad. Numerosos, casi cotidianos son los ejemplos que atestiguan estos procesos: desavenencias conyugales, entre amigos, entre compañeros de trabajo, entre vecinos, etc., terminan amistosamente superándose el problema puntual con un retorno a la situación primera de equilibrio. Se complica cuando se trata de la reconciliación en términos macros, en términos de un colectivo social, de un país.
¿Qué significa "reconciliar" en una sociedad? ¿Quién debe reconciliarse con quién? ¿Para qué?
No son preguntas retóricas: son los cimientos a considerar en acciones que involucran poblaciones golpeadas por guerras internas; poblaciones que, pese a todo, necesitan seguir compartiendo un mismo espacio común en su existencia diaria.
Luego de guerras internas es canónico hablar de reconciliación. Depuestas las armas hay que "pacificar los corazones". Las guerras producen complejas modificaciones subjetivas (en lo individual) y éticas (en lo social): todo ser humano, puesto en esa circunstancia, puede matar a otro semejante en nombre del ideal que sea, al despersonificarlo y convertirlo en "el enemigo", lo cual justifica todo.
En el contexto de los post conflictos no es infrecuente que sujetos que hicieron parte de las fuerzas enfrentadas y fueron "enemigos", una vez alcanzada la paz continúen con su vida cotidiana normal produciéndose entonces espontáneos procesos de reconciliación, de acercamiento. Pero ése es un nivel personal, subjetivo. Ello no alcanza para plantear un proceso social, infinitamente más complejo. Para lograr esto no hay otro camino que la justicia. Es decir: el revisar lo actuado en la guerra, castigando los excesos para que la sociedad pueda volver a tener referentes éticos. No hacerlo es premiar la impunidad, por tanto, no fomentar de ningún modo el proceso de pacificación.
Traumas psíquicos como las guerras dejan marcas, y aunque se atiendan, las mismas pueden perdurar de por vida. En términos individuales, pensemos en las pesadillas repetitivas de aquellos que estuvieron al borde de la muerte (guerra, accidentes, naufragios, mujeres violadas sexualmente). La magnitud resultante del ataque externo fue tan grande que nunca termina de procesarse. Igual sucede en términos colectivos: ¿acaso los judíos masacrados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial pudieron reconciliarse con sus verdugos, o fue necesario ahí un tremendo trabajo post guerra, el hacer justicia, para pacificar la sociedad? Justicia hecha con los juicios de Nüremberg, juicios que en Guatemala tímidamente se comenzaron con los generales Ríos Montt y Rodríguez Sánchez, pero cuya sentencia condenatoria fue rápidamente anulada por los "poderes fácticos".
En ese contexto de búsqueda de justicia, el canciller alemán Willy Brandt pudo decir que "La culpa no se hereda pero se heredan responsabilidades, misiones". "Olvidar es repetir", reza un cartel en la entrada del museo del horror de Auschwitz, y pese a que hoy por hoy no pareciera posible repetirse un holocausto con similares características, no dejan de surgir grupos neonazis. Más que reconciliación, allí hubo justicia, lo cual no es lo mismo. Atender las heridas de estos desgarradores conflictos no es buscar simplemente el perdón: es buscar inexorablemente la justicia y la reparación de lo sufrido. Si algo significa reconciliación es eso: sanar heridas con justicia. Si no, no pasamos de la declaración pomposa sin efectos reales.
A propósito: el lugar de Europa donde menos neonazis hay hoy día es justamente Alemania, por el trabajo profundo y continuo de revisión de la historia que su población ha hecho. ¿Se podrá superar la conflictividad en Guatemala negando el pasado, o así sólo se alimenta más conflictividad?
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