Me sentiría un poquito mejor si el envase tuviese contenido reciclado, pero no crean que eso haría la diferencia para satisfacerme del todo. Y aunque la podré reutilizar un par de veces, soy consciente de que tarde o temprano tendré que desecharla. Con suerte, la botellita será recolectada para reciclar, pero la realidad es que casi con seguridad acabará formando parte de las grandes islas flotantes de plástico ubicadas en el Pacífico o el Atlántico.
La verdad es que detesto el agua embotellada, y en especial la que se envasa en recipientes plásticos de corta duración. Muchos de estos contienen o generan BPA (bisfenol A), un químico tóxico para el ser humano, que puede afectar el desarrollo de niños, jóvenes y adultos. Las botellas que yo utilizo son de aluminio o de plástico resistente y, por supuesto, libres de BPA. Y en restaurantes pido un vaso de agua filtrada. La verdad es que rehúso pagar por agua envasada en un restaurante.
Pero, más allá del plástico que se utiliza en estos envases, lo que deseo destacar acá es el concepto de envasar el agua, mercadearla como la mejor opción para obtener agua potable y venderla como tal a los consumidores. Este concepto representa una visión contradictoria y hasta retrasada de nuestra sociedad. Y ocurre a nivel mundial, por supuesto, impulsado por empresas que envasan el agua y se aprovechan de la débil infraestructura de los países para proveer agua limpia y segura a sus poblaciones.
Aclaro que mi rechazo al agua envasada no tiene nada que ver con las ganancias que pueden obtener las empresas que la venden, sino con esa visión retrasada que tenemos como sociedad. Mi rechazo y el de muchos otros buscan reafirmar la premisa de que el acceso al agua limpia y saludable no solo es un derecho humano básico, sino que también representa un triunfo tecnológico que debemos potenciar. Además, mi rechazo equivale a ratificar que el acceso público al agua potable es una de las mejores formas de garantizar que el recurso permanezca disponible en el futuro.
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El agua limpia y saludable que fluye por nuestros grifos es una hazaña de ingeniería que hemos venido perfeccionando durante mucho tiempo. Sin embargo, todo sistema de abastecimiento de agua requiere mantenimiento y mejoras, en especial el nuestro. Un proyecto interesante es reactivar las fuentes u oasis públicos de agua potable. Beber agua de un grifo o de una fuente municipal significa conectarse a un sistema de agua local, donde la apuesta de la entidad administradora del líquido debe enfocarse en una gestión integrada de los recursos hídricos y en la construcción de una infraestructura resiliente para distribuir agua potable al público.
Y tenemos que pensar en grande, pues un alto porcentaje de nuestra población todavía no cuenta con acceso al agua potable. También existe una crisis de contaminación de aguas superficiales y mantos acuíferos. Los países de Centroamérica deben apostarle a diseñar y construir sistemas comprensivos y sostenibles de agua, incluyendo restauración de cuencas e inversiones en infraestructura moderna para la distribución de un recurso limpio y atractivo para beber.
Dejar de comprar agua embotellada también significa pensar a largo plazo en la seguridad hídrica. Y aunque tengamos lluvias y mantos acuíferos suficientes, la verdad es que la disponibilidad del agua en nuestros países es cada vez más escasa. A manera de reflexión, quiero terminar con el siguiente dato: para producir una sola botella de agua envasada se requiere tres veces la misma cantidad del vital líquido. Al final, cada sorbo que demos de una botella plástica de agua envasada en el nombre de la conveniencia nos estará acercando a una Centroamérica con menos agua segura.
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