Recetarios en tiempos de crisis

En Haití presencié las formas más inimaginables de sobrevivir, incluyendo las famosas galletas de barro, una especie de “snack” hecho  de sal, manteca y lodo. Delgadas como una tortilla sirven para entretener el estómago en lo que llega la oportunidad de ingerir alimento. Claro, éste muchas veces no llega. Anteriormente, las galletas  se hacían de una arcilla comestible que pronto fue aumentando su valor por lo que la gente actualmente las hace del lodo que recoge cerca de los basureros públicos.

En Bolivia, los aymaras llaman “phasa” a la arcilla comestible y para los quéchuas es el “ch’aco”. Se han identificado más de dos docenas de arcillas comestibles que se ingieren como plato fuerte o complemento de minerales. Incluso en Suecia y Finlandia, poblaciones enteras comían una arcilla llamada “harina de la montaña”  durante la guerra de los 30 años (1618 a 1648), para poder sobrevivir.

En Grecia, durante el más reciente trance financiero, las casas editoriales registraron un boom en las ventas de libros como: “La economía en la cocina”, “Comida para toda la familia con cinco euros”  y “Recetas contra el hambre”. En este último, la autora Eleni Nikolaidu hizo una recopilación de 110 recetas gastronómicas de la época de la ocupación nazi de Grecia durante la II Guerra Mundial.  Relata cómo los griegos, se vieron obligados a cazar gatos y perros callejeros, a inventar entremeses para reducir el apetito, a sustituir la carne por berenjena, a hacer café de garbanzo molido y a juntar las migas de la mesa todos los días para ajustar, poco a poco,  lo que podría llegar a ser una rodaja de pan. También  adiciona algunos tips como el de masticar la comida muy despacio para sentir que se está comiendo más y no tirar jamás nada.

Great Depression Cooking with Clara es un show on line donde una anciana de 94 años que experimentó los efectos de la gran depresión que inició en 1929, comparte con magia y destreza las recetas culinarias de su madre y su abuela.

El afán por llevar el arte culinario a los más necesitados también ha promovido iniciativas como la promoción de concursos sobre buenas prácticas en la sabiduría popular para combatir la desnutrición o la elaboración de recetarios apoyados por grandes organismos internacionales como la ONU, por ejemplo,  que además  recomienda comer insectos. (Por cierto, bueno sería preguntarse el tipo de viandas que adornan las mesas de sus funcionarios).

Pero volviendo a los insectos, se dice que éstos son ricos en proteínas, grasas, calcio, hierro y zinc. A nivel mundial los que más se consumen son los escarabajos (31%); las orugas (18%); las abejas, avispas y hormigas (14%);  y, los saltamontes, langostas y grillos (13%).

Así que como puede apreciarse, aunque las  sugerencias de nuestros congresistas de comer macuy o chipilín nos causen ira, no son del todo descabelladas. La escasez de carne es un hecho a nivel mundial pero además, la ausencia de políticas y legislaciones que aseguren la alimentación de las próximas generaciones de guatemaltecos, la deforestación, la mala utilización o subutilización de los suelos y la nula garantía de protección de nuestros recursos hídricos, deben obligarnos a pensar en otras formas que,  aunque dolorosas, aseguren la nutrición en el futuro.

Yo, por si acaso, he fundado un criadero de insectos e inicié a escribir mi recetario personal contra el hambre. En la “A” de hecho ya se lee: “Albóndigas de alpiste”.