Especie realmente cínica: se dejan ver conglomerados en las programaciones de televisión por cable, pero sus avistamientos son también frecuentes en los medios escritos. Rastreros de lengua bífida y colmillos venenosos. Ganaron relevancia como especie opinionista desde mediados de los años 80 y se convirtieron en tendencia hegemónica en los 90. Dependiendo del momento, pueden demostrar una práctica de cinismo abierto o ser un poco más cautos, actuando mediante un cinismo de clóset muy hipócrita. Esto aplica especialmente a aquellos que regularmente vierten sus opiniones en artículos o editoriales en los periódicos y la prensa.
Son un derivado evolutivo de corrientes políticas tendencialmente neofascistas con cercanía al nazismo hitleriano. En sus etapas más primitivas, cuando aún no habían terminado su metamorfosis y aprendido a escribir, llenaban filas en escuadrones de la muerte (autonombrados “liberacionistas”), bandas de limpieza social (al parecer, en el gobierno pasado aún quedaban de estos pavo-realescos bichos) y grupos de choque “antibreak”, dedicados al asesinato, secuestro y vapuleo de jóvenes trabajadores, campesinos y estudiantes. En este país, han legitimado públicamente masacres y genocidios.
Al mismo tiempo que consideran que hay que buscar la forma de restituir el régimen finquero instaurado a finales del siglo XIX, se presentan como opinionistas defensores del liberalismo económico. Desde sus artículos se puede ver que hacen solamente un uso abstracto de la teoría, ya que se niegan a asumir su práctica económica histórica o, menos aún, reconocer el tipo de liberalismo que ellos mismos han (re)generado por más de 100 años en las fincas de café, caña de azúcar...
Cuestionan las formas de organización de trabajadores, a los sindicatos los ven como monopolios de obreros que obstaculizan el balance “natural” oferta-demanda que amenaza la utopía del equilibrio de mercado y a los campesinos como indios revoltosos que paran las carreteras. Consideran que sus empleados no son diferentes al resto de mercancías que pueden comprar o vender en el super, por lo que el precio de su humanidad ha de ser calculado con la misma fórmula que debe determinar los precios del pollo, el azúcar, el harina, las chelas, etcétera. La defensa de las prácticas liberales, en sus ejercicios de escritura, tiene como límite la defensa de prácticas monopólicas de industrias tales como el azúcar, el pollo, el harina, las aguas gaseosas, seguido por un larguísimo etcétera que nunca cuestionan (por eso, a pesar de ser cínicos nunca dejan de ser hipócritas).
Ser amantes de la “raza blanca” les permite darle una gran plasticidad a sus referentes teóricos. Por un lado, les molesta profundamente que mestizos e indígenas corruptos se enriquezcan utilizando al Estado como botín electoral. Catalogan esas prácticas de mercantilistas. Por el otro, aplauden cuando la corrupción y el mercantilismo privilegia a individuos de ascendencia europea. En crisis financieras o caídas internacionales de precios (como en el caso del café hace pocos años), se congratulan cuando el Estado sale al rescate a de los empresarios herederos de Pedro de Alvarado, más califican de limosneo la capitalización de las pequeñas economías campesinas. A pesar de que se enriquecen en negocios ilícitos junto a políticos mestizos e indígenas, los desprecian con todo el odio de sus corazones, porque los ven como shumos, indios igualados o choleros que están en el lugar que no les corresponde.
Desde sus palestras ladran como chuchos bravos cuando hay que pagar impuestos, mejorar las condiciones de los trabajadores o promover políticas de corte social que busquen el bienestar de las mayorías. Al mismo tiempo parecen tener un romance fallido con el socialismo, ya que les es imposible argumentar a favor o en contra de algo sin tener que hablar de Fidel, Chávez, Evo, Correa o la extinta Unión Soviética. Espantan con el petate del comunista muerto encandilando ingenuos y tontos. Evidencian una relación de codependencia sádico-masoquista con los socialistas: no pueden vivir sin ellos, pero con ellos tampoco.
Aunque la mayoría de sus riquezas las han obtenido de herencias, mediante alguna shucada con el Gobierno, en algún robo bancario de cuello blanco, con las corporaciones que se clavan los recursos nacionales o las narcomafias, se ven a sí mismos como hombres probos, íntegros, emprendedores, moralmente superiores, de bien y de éxito. De la misma forma, a pesar de que la única ética a la que responden sus prácticas es a la de buscar la mayor ganancia con el menor esfuerzo, pregonan a diestra y siniestra la relevancia del trabajo en la vida de las personas; siempre que no sean ellos quienes tengan que trabajar, repiten el texto de bienvenida a Auschwitz: ¡Arbeit macht Frei!, ¡el trabajo os hará libres!.
Pueden ser peligrosos, no solo por el veneno que corre por sus palabras, sino porque añoran el autoritarismo militarista de antaño. Ven en ideas como el genocidio, la mano dura chafarotesca, el orden represivo o el caudillismo criollo, las únicas salidas para Guatemala. Han demostrado capacidad de movilizar a una clase media ingenua, muchos de ellos cínicos repeticionistas, admiradores de la blancura y el colonialismo eurocentrista, en el mismo momento que amenazan con hacer valer su voluntad a sangre y plomo.
La especie denominada cínica por repetición es menos interesante. A pesar de ser mayoría, representan la especie subordinada. Son de tipo doméstico faldero. Los realmente cínicos (especie dominante) usan de ellos como mejor les plazca. Son frecuentemente los ingenuos que han caído en el susto de la amenaza de los socialistas. Se dejan ofuscar fácilmente con frasecillas ligeras, pegajosas, pero de apariencia espectacular: “tonto/loco es el que pretende obtener un resultados distintos siguiendo el mismo procedimiento” (suponiendo que en Guatemala se hubiera vivido en el socialismo durante toda su historia); “lo que importa no es caer, sino levantarse”. Transforman en frívolo todo un variopinto abanico de referentes, del que sólo picotean pedacitos: en sus textos y programas de radio y televisión van de Confucio a Einstein pasando por Séneca (se ven a sí mismos como los buenos y consideran que son más).
Parecen haber desarrollado una atrofia cerebral hereditaria por leer demasiados libros de autoayuda, superación personal y los refritos de teoría económica de las escuelas de Viena y Chicago, entre otros. Son altamente agresivos cuando no comprenden algún razonamiento complejo; pueden llegar a la violencia extrema. Al momento del debate se recomienda precaución, regularmente andan armados y aman la virilidad que les da el disparar una buena 45.
Idolatran a sus gurús (los pertenecientes a la especie realmente cínica) elevándolos al estatus de semidioses, quienes a su vez los perciben a ellos como maleable plastilina. Confunden inteligencia con repetición, lógica con interés, evidencia con parecer. Ocasionalmente son vistos en los medios masivos escritos, radiales y televisivos. Pero sus avistamientos, sin embargo, son mucho menos frecuentes, debido al ridículo en el que rápidamente caen (con la excepción de algún ponzoñoso, que parece haberse dado demasiado crystal meth y que lleva ya tiempo haciendo tonterías en la tele). Por ello son recluidos a las filas del militantismo repeticionista como docentes o estudiantes de alguna universidad que orgullosamente se jacta de su dogmatismo. Al contrario de lo que comúnmente se cree, pueblan no sólo el sitio que es visto como el epicentro del zombie-outbreak, sino se encuentran diseminados en casi todas las casas de educación superior.
Defienden ridículas causas, como la instauración de parlamentos gerontocráticos (a pesar de no rebasar los veintitantos añitos). Posiblemente son menos cínicos que la variante dominante realmente cínica, debido a la escasez de luces que los caracterizan, la técnica de amaestramiento a la que fueron sometidos o a alguna otra causa oculta.
La próxima vez estudiaremos el militantismo liberal democrático y el utopismo socialista…
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