Sobre todo en la situación política y social que nos ha tocado sufrir a todos los guatemaltecos, desde el narcoterror hasta las campañas electorales, se nos hace difícil recordar nuestra historia reciente de crimen y de injusticias.
Cuando reconocemos en el pasado el sufrimiento y el dolor continuo de muchos, es que nos damos cuenta de que hay procesos que terminar, hay círculos por cerrar aún. El caso de la aldea El Chel fue uno que tuve la oportunidad de conocer más de cerca. El Chel...
Sobre todo en la situación política y social que nos ha tocado sufrir a todos los guatemaltecos, desde el narcoterror hasta las campañas electorales, se nos hace difícil recordar nuestra historia reciente de crimen y de injusticias.
Cuando reconocemos en el pasado el sufrimiento y el dolor continuo de muchos, es que nos damos cuenta de que hay procesos que terminar, hay círculos por cerrar aún. El caso de la aldea El Chel fue uno que tuve la oportunidad de conocer más de cerca. El Chel es una comunidad en su mayoría ixil, al norte de Chajul, Quiché. El sacerdote que nos recibió a unos amigos y a mí, hace muchos años, nos prestó la casa parroquial para dormir una noche. Mientras cenábamos, nos contaba como en esa casa parroquial violaron a 15 mujeres por una hora antes de matarlas, o como asesinaban por grupos de cinco a los hombres en el puente del pueblo, para luego tirarlos en el río dos cuadras debajo de donde nos encontrábamos. El Chel fue parte del plan Victoria 82 y Héctor López Fuentes, su creador.
La noticia de la captura de Héctor López Fuentes hace unos días, nos obliga a recordar y a reflexionar la forma en que comprendemos nuestro pasado, pero más importante, en la forma en que nuestra dignidad como sociedad se pone a prueba en momentos en que la justicia debe ser un canal decisivo para la reconciliación y la construcción de un país en paz, una paz que no se construye en un Mini Cooper. Aunque muchos digan que la reconciliación y el perdón solo se consigue por ya no “pensar en eso”, “voltear la página” o “seguir para delante”, el tener una cara, un nombre, en los tribunales de justicia de Guatemala, nos obliga a pensarnos de cara a un presente que está atado a un pasado.
Cuando Akira Kurosawa habla en Rapsodia en agosto de regresar a la historia que nos hace ser quienes somos —con la imagen de la abuela que pierde su esposo en la explosión de Nagasaki, que al contarlo todo a los niños de la familia, corre bajo la lluvia hacia su historia, seguida por sus hijos y nietos—, habla también de los momentos difíciles que nos toca vivir como sociedad y que conlleva el proceso de reconocer lo que somos. Una rapsodia tiene dos partes, una que es mucho más lenta y otra más rápida y dinámica. La parte lenta y dolorosa la vivimos —o la vivieron— hace más de 40 años. Ahora toca que la justicia no niegue la posibilidad de una segunda parte más dinámica de nuestra historia, una parte de la rapsodia de la que nos sintamos orgullosos como país. No por venganza, sino por justicia.
Nuestra rapsodia en junio llegó. Y llegará en diferentes meses de nuestra historia por venir, porque nos merecemos y exigimos justicia. Esta justicia no solo se hará en tribunales, sino también en otros momentos políticos en los que tendremos que recordar quién es quién.
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