El argumento insiste sobre los algoritmos y el sesgo de confirmación, que básicamente utiliza la técnica de manipulación más vieja del manual: repetirnos solamente aquello que queremos escuchar —como el mito de Nerón escuchando el sonido de su lira mientras Roma ardía— y evitar que nos expongamos a opiniones que sean contrarias a las nuestras.
Esto es algo así como los fragmentos de esa conversación escuchada en una mesa contigua hace unos años (cuando había mesas próximas con gente en ellas), en la cual se acuñó la muletilla de «en mi Facebook toda la gente tiene un nivel diferente: todos son investigadores», a la que habitualmente le sigue la exhibición del pedigrí en posgrados y posdoctorados de los pretendidos diferentes, lo cual puede traducirse como «en mis redes sociales todos piensan como yo» y resulta en la creación de burbujas impermeabilizadas contra la realidad.
Esta versión del aislamiento social, que existe desde antes del confinamiento y de la pandemia, nos hace pensar que siempre llevamos la razón: una condición que puede tener características suicidas para activistas digitales que parten de la premisa de la superioridad de su ideología (o de las ventajas de no tener ideología) y de que los intolerantes son otros, que terminan por ser todos los demás.
Hay en esto un tufo a los conceptos de reserva moral de la nación que enarbolaba la derecha y la superioridad intelectual de la izquierda, que confirma que para muchos la Guerra Fría sigue en hibernación.
Un buen ejemplo de eso se dio hace cuatro años, con la absoluta sorpresa de los círculos que pretenden rodearse de aires de intelectualidad y que no entendían cómo una Hillary Clinton que había ganado los debates había perdido la elección.
[frasepzp1]
Los tiempos felices cuando se levantaban las voces que prometían que el acceso a la Red iba a fomentar una ciudadanía informada y activa parecen cada vez más lejanos.
El entusiasmo alcanzó niveles de éxtasis con la Primavera Árabe —el preludio de las desastrosas guerras civiles en Libia y Siria—, pero decayó a los niveles actuales luego de ejemplos como las elecciones presidenciales anteriores en los Estados Unidos, cuya anécdota se cuenta sola con el cierre de las instalaciones diplomáticas de Rusia en Nueva York y la expulsión mutua de diplomáticos.
En América Latina, del entusiasmo de «la revolución de los forajidos» en Ecuador —coordinada a través de mensajes de texto, decían con una sonrisa sus especialistas allá por el 2005— a la convocatoria por redes sociales a la toma de la Plaza Central en la ciudad de Guatemala media el crecimiento exponencial del discurso del odio y la utilización sistemática de granjas de troles y de cuentas falsas, para las cuales la Red ha probado mil parches que siempre vuelven a ser remendados.
Escucho todo esto al mismo tiempo que veo a mi hija preadolescente empezar su propio proceso de radicalización bajo la influencia de un youtuber especialista en el cuidado de la piel y comienzo a preocuparme seriamente.
Mientras tanto, los Henry’s Funeral Shoe me recuerdan que un buen sonido de garaje y una voz áspera son la cura para muchos males.
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