A ver. Vamos a ponerlo claro. No estoy diciendo que la línea discursiva de Francesco sea la de un papado progresista, pero sí que su discorso comienza a construir agujeros en el muro, líneas de apertura que hasta antes no se habían visto tan claras. No dejemos de lado que él comanda la burocracia más antigua del mundo conocido, una estructura de procesos de dos mil años de antigüedad. Los cambios, pues, son lentos.
Con lo anterior aclarado, voy a referirme a una de las citas que pasó desapercibida en el mensaje de Francesco: su referencia a Dorothy Day. Así como sucederá con los cuatro gatos que lean esta pieza (gracias), buena parte de quienes escucharon el nombre Dorothy Day corrieron a la Red a buscarlo e informarse sobre la vida y obra de esta mujer. ¿Qué implicaciones tiene que Francisco haya mencionado en su discurso ante el Congreso de Estados Unidos a una propulsora del anarquismo cristiano que además fue amiga del ecumenismo y simpatizante de la teología católica del distribucionismo económico?
La verdad, mucho.
Porque, exceptuando que esto haya sido una nota al pie sin mayor importancia, hay algo implícito en haberse referido a una mujer, a una conversa al catolicismo que además fue muy activa en organizaciones obreras católicas.
A ver. Vamos por partes para tener la fotografía completa.
A mí me parece que hay varias líneas en este discurso general presentado en Estados Unidos. No son todas, pero voy a remarcar dos a las cuales, en medio de la estructura, hay que prestarles atención.
En primera instancia, encuentro un anclaje con el mensaje de los profetas menores en la posición anticapitalista de Francisco, cuya presentación en el país que mejor representa la experiencia del capitalismo occidental, por cierto, no fue poca cosa.
En su exhortación apostólica Evangelii gaudium, Francesco equipara la prohibición de matar (elemento constitutivo que santifica la vida humana) con el necesario acto de no producir una economía de exclusión e inequidad. Y me parece que lo anterior amarra al mismo tiempo el discurso que emanó de la Congregación General 32 con Pedro Arrupe, mensaje que precisamente nos remite al grito de justicia que se encuentra en los profetas menores: en esencia, que la fe y la justicia van de la mano. Oír a Francisco es volver —gratamente— a escuchar a Arrupe y, de lejos, al profeta Amós. El grito de Amós es claro e incómodo: vosotros «que oprimís a los débiles, que maltratáis a los pobres» (Amós 4, 1), «vosotros [que] pisoteáis al débil y cobráis de él tributo de grano» (5, 11) sois al mismo tiempo «los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra» (8, 4) vendiendo gente como esclavos (2, 6), falseando las medidas y aumentando los precios (8, 5).
¿El reino de los cielos es de este mundo? Esto es parte de la discusión. Queda clara la oposición histórica del actual papa a la teología de la liberación. Además, es simbólico que en su paso por Brasil no haya tenido una reunión con Leonardo Boff, aunque, dicho de paso, Boff se ha expresado muy bien de Francesco al afirmar que este ha logrado abrir puertas que no van a cerrarse nunca más. No veo una teología de la liberación en el actual papa. ¿Hay elementos de teología dialéctica? No puede uno dejar de pensar en Karl Barth cuando Francisco presenta a un Dios que se coloca siempre incondicional y apasionadamente en favor de los humillados. Entonces, ¿puede venir a nosotros el reino de los cielos si las condiciones de justicia económica no se modifican? Bueno, una cosa es cristianizar a Marx y otra muy diferente notar que, en medio de todas las conceptualizaciones que en el universo católico existen del término justicia (justicia conmutativa, social, evangélica, paulina), no debe olvidarse que la noción de justicia incluye también el necesario trabajo de transformación de las estructuras económicas, políticas y sociales de nuestro momento (decreto 4, número 31, de la Congregación General 32). Y la otra cara de la moneda, claro está, es reconocer que la injusticia está en el corazón humano y debe ser transformada.
Por eso es que, además de referirse al plano material, Francesco apuntó a las tendencias sociales que hoy generan injusticia. Aquí encuentro la segunda línea que yo destaco de su discurso en Estados Unidos: precisamente la influencia de la anarquista cristiana Dorothy Day. Valga mencionar que Day participó activamente no solo en la militancia obrera, sino también en grupos ecuménicos ya asentados en la ciudad de Nueva York. En una carta de 1954, Day escribió lo siguiente: «We must always be seeking concordances, rather than differences—that is the basis of the ecumenical movement, which is part of the peace movement»[1].
¿Acaso esto no es escuchar también a Francisco? Esta influencia se hace notar en el gesto favorable de Francisco para con el ecumenismo al asistir a un evento de carácter ecuménico en la Zona Cero y afirmar públicamente que no es un acto esencialmente cristiano el desprecio a quien es diferente. Esta es la esencia del anarquismo cristiano: si cada individuo es valioso ante Dios, solo rige el derecho natural del individuo como signo de su esencia. Nada más resulta ni nadie más es necesario.
¿Por qué es importante entonces este mensaje que ataca la injusticia material, que además predica la tolerancia y que también motiva a empoderar la fe por medio del acto caritativo para con el que sufre?
Porque Francisco está rescatando la dignidad humana.
Quizá recordando una de las lecciones más importantes del Evangelio: «El día de reposo se hizo para el hombre, y no el hombre para el día de reposo» (Marcos 2, 27).
[1] «Debemos buscar siempre coincidencias más que diferencias. Esa es la base del movimiento ecuménico, que es parte del movimiento de paz».
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