Estoy en un salón de conferencia en el edificio de maestrías de una Universidad. Anochece y nos llenamos de la luz blanca inanimada que tanto gusta para los lugares públicos. Dentro, Eduardo Rubio Herrera da una conferencia sobre el calendario maya, explicando la transición de era. El sitio está lleno. Me acompaña Enrique, otro amigo científico con el que aprovechando el esplendor vacacional, decidimos anotarnos a la conferencia.
El tiempo maya explicado desde la arqueoastronomía, sin adornos fatalistas ni teatralidad. Reconforta ver el salón abarrotado de gente de todas las edades, incluso un niño que ponía muchísima atención. Se ve que llama el tema. Así que Eduardo que es todo encanto y chistes sobre las formas más ilusas y absurdas de abordar el cambio de era, se lleva al público al bolsillo.
No era previsible de ningún modo que al llegar a la parte en que la gente formula preguntas aquello se convertiría en un campo minado. Eduardo explicaba el por qué una civilización con una tradición enorme astronómica, de pronto había dejado de observar el cielo y registrar eventos. Y la respuesta era más que obvia: la esclavitud y la religión, si es que ambas en ese momento no eran la misma, negaron todo tipo de conocimiento cultural de la gente que habitaba este país.
Una mujer mayor levantó la mano por enésima vez, diciendo que la culpa la había tenido los pueblos originarios porque se odiaban entre sí y que la esclavitud era responsabilidad de ellos. Era como escuchar a un dinosaurio emitiendo el último rugido antes de desaparecer. Se le contestó con mucha paciencia, de la que a mí se me agota cada vez más.
Pero bueno, la conferencia terminó, salimos a hacer las largas filas para el café insípido que sirven siempre y a hablar con los desconocidos como si estuviésemos en una especie de fraternidad de algo. Todos querían charlar sin parar. A mí me dio pereza. Así que fui a tomarme el café en el territorio de los silentes.
La siguiente conferencia fue acerca de Púlsares, cuya investigación es el trabajo actual de Eduardo para la UNAM. Una maravilla, buscar estrellas agonizantes emitiendo una despedida lumínica. Como faros para un viaje mucho más profundo de lo que somos capaces de imaginar. Luego explicaron la maravilla de cómo estas estrellas se van comprimiendo al punto en que sólo queda un centro de hierro, que emite rayos, alguna veces lumínicos, girando sobre sí.
Eduardo hizo rodar un trompo para explicar con su movimiento el de los púlsares. El sonido metálico de la punta contra el piso marcaba las veloces vueltas que daba. Mientras eso sucedía, la conferencia iba abordando temas más complejos. Algunas personas se marcharon mientras avanzábamos, entre ellos, la señora que antes había estado de lo más pesada sin dejar hablar a nadie más que ella.
Supongo que la ciencia profunda no le interesa. Pero eso es común. Tampoco es que sea muy popular en Guatemala: mis dos amigos dedicados a ella han tenido que salir del país para poder estar cerca de lo que les apasiona y estudiarlo con más profundidad. Ambos destacaron, pero ninguno tiene un empleo en el país que pueda ser capaz de asimilar y exponenciar todo el conocimiento que adquirieron.
¿De qué va el poco interés en la ciencia? La pregunta es quizá un disfraz de otra: ¿de qué va el poco interés en el conocimiento? Me pondré un tanto extremista y sin temor a equivocarme diré que sirve para mantener el sistema del miedo como patrón. Eduardo explicaba cuánto éxito tuvieron libros que hablaban de cataclismos con el cambio de era, bromeando con que, de haberlo sabido, no hubiera estudiado el fenómeno desde la astronomía sino desde ese tipo de literatura y se hubiera hecho millonario.
Toda esta industria del caos es alimentada por una educación pobrísima. Y para el poder conviene ignorar. Porque entonces, quien ostente el poder será el más grande, el más excelso y glorioso que jamás hayamos presenciado. Por eso cuestionar está mal visto, o atreverse a indagar en la minucia de las cosas, en entenderlas, es para muchos aburrido. Porque no es práctico. ¿Práctico para qué o para quién? Pues para el redil. Qué difícil es manejar un rebaño cuando todas las ovejas quieren ir por distinto rumbo, por el propio.
Mientras escuchábamos el sonido imaginario que produciría un púlsar, pensé en todo lo que cambió este país, de ser habitado por astrónomos rigurosos a tener una escasa inversión en ciencia. Y claro, la eliminación desde la conquista de todo liderazgo intelectual será una causa de ese distanciamiento. Pero cómo es posible que nos hayamos quedado prendados de esa forma de vida arcaica, qué patético. De ahí que la guerra tuvo como objetivo el mismo que la conquista: la eliminación de la gente dedicada al conocimiento.
Hay qué ver cuánto daño nos hace ignorar. Desde el conocimiento más abstracto al más usual: nosotros, cuánto daño nos hace ignorarnos entre sí. Una enormidad, una irracionalidad total. El universo es un organismo vivo en movimiento y nosotros nos queremos fosilizar. Un flash de fotografía que nos dejó en el mismo instante doloroso.
La conferencia estaba por terminar y la imagen que más me había gustado era la de las estrellas ardiendo en explosiones atómicas envueltas en el absoluto silencio. No es posible el sonido en el vacío. No viaja ningún estruendo con cada explosión violenta del sol. Una imagen poderosa esa, tanta energía contenida sin poder aullar o rugir. Sólo luz.
Muchos aplausos para el conferencista y luego, la invitación a subir al observatorio en la azotea del edificio de ingeniería. Cinco pisos arriba siguiendo una manguera llena de luz roja, ahí estaba: una construcción pequeña, con el techo como punta de bala y la abertura para que el lente del telescopio saliera, apuntando a su objetivo.
La noche estaba despejada y se puede ver parte de la ciudad, tras los árboles de la montaña. Dentro del observatorio, una pantalla indica la posición de las estrellas y hay una luz roja que iluminaba el interior. Parece una escena muy de Kubric, estaba yo alucinando con astronautas viajando al vacío por siempre, hasta encontrar un planeta que se lo coma con su gravedad.
Hicimos fila para ver algunos cúmulos de estrellas y un púlsar. Una cosa maravillosa, salvo porque en la bóveda del observatorio, se magnificaba un lamento. Pregunté acerca de ello y la chica que dirigía el sitio me explicó que era el ruido de una iglesia cercana. Aquello parecía un ritual, nosotros indagando el cielo, pensando en todos los ancestros que antes lo hicieron y tuvieron que morir por ello, mientras las voces, las quejumbrosas voces de los fieles entraban en un mantra de dolor, que parecía ser el rezo de un muerto, un lamento continuo, una canción de la sangre.
Cada palabra dicha por ellos estaba encadenada con la de los otros y esas largas cadenas eran de un material pesado y las cadenas se hacían cada vez más largas, hasta estirar su longitud a lo profundo de un mar, donde todo es oscuridad, salvo la noción del ancla, la pesada ancla de hierro que no nos deja ir nunca a ninguna parte, hecha de puro terror.
Todo ello, mirando el futuro de nuestro sol, imaginando la posibilidad de su muerte y el movimiento continuo del universo, rodeado del canto de nuestra fosilización. Quizá lo más conveniente era salir. Así que lo hice y me planté frente a la ciudad, sabiendo que esos que sostienen el poder con su cetro de miedo, andan sueltos.
Pero si el sol algún día habrá de dejar de arder, ellos también lo harán, en el mismo silencio, uno más ínfimo porque ¿quiénes son ellos al lado del sol? Y mientras sucede, me entretendré con mis amigos haciendo que la verdad estalle y caigan todos los templos construidos sobre los templos, las estatuas al miedo. Y nuestra risa, rompa en luz y estruendo, como algo imposible de detener.
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