Agustín come hamburguesas y sus papas se esfuerzan por pagar para que asista a la pre-escuela; Gilberto apenas si conocía la carne de pollo cuando se celebraba alguna fiesta familiar y a duras penas llegó al tercer grado de primaria. El niño Illescas tiene las condiciones para labrarse un futuro de esperanza y tranquilidad, tiene un cuartito sólo para él y los juguetes mínimos para disfrutar plenamente de su infancia. Ramos dormía amontonado con los hermanos y pronto tuvo que dejar las piedras y las pelotas de hule para conseguirse algunos centavos para comer él y su familia. En caso de enfermedad, el papá de Agustín puede hacer el esfuerzo para comprarle las medicinas y pagarle un médico. Gilberto no llegó a conocer una clínica particular para curar sus dolencias y cuando de medicinas se hablaba en casa la cuestión era cómo conseguirlas él para que su madre su curara.
Fácil es decir que si Agustín tiene una vida decente es porque sus papás se han esforzado y superado las dificultades, pero si nos ponemos un instante a considerar los esfuerzos de los padres de Gilberto veremos que resultan semejantes, pero con resultados marcadamente diferentes. No es entonces por falta de dedicación, esfuerzo y entrega de los padres que los niños tengan vidas distintas, las diferencias estriban en que la familia Illescas ha logrado sobrevivir en la clase media y la Ramos es una de las que integran el inmenso ejército de pobres (52%), y de los que viven con menos de Q15.00 al día (39%).
En países normales como Costa Rica o Panamá, la inmensa mayoría de sus niños viven como Agustín; en Guatemala, él es uno de los pocos afortunados. Pero sucede que en Costa Rica como en Panamá, la educación es pública y gratuita para la inmensa mayoría, y la salud es de cobertura casi universal.
Por eso en Guatemala, el niño Ramos tuvo que salir en búsqueda de trabajo, primero en su ciudad natal y luego al extranjero. Mientras Agustín se ganó el boleto de avión en un sorteo promocional, la familia de Gilberto tuvo que endeudarse para pagarle a un “coyote” que le llevara hasta el país de la felicidad eterna, sólo que ya en tierra celestial se perdió y murió de insolación.
Gilberto vivió sus últimos días sumido en la desesperación, la angustia y ansiedad. No hubo oración ni rosario que lo salvara. Agustín ni se lamentó porque un famoso no le diera la mano, y más bien se ha sentido feliz de ver de cerca a su ídolo.
Gilberto caminó con sus aún infantiles pies hacia la muerte, sus padres al final de cuentas se endeudaron para que sucediera. Agustín comparte con sus amigos las fotos de su fantástico viaje. Gilberto murió porque en su casa y su pequeño poblado se habían agotado las esperanzas, el futuro era de hambre y miseria y él, conociendo historias de éxito, quería salir de esa situación. Su hermano ganaba en dólares y, como miles de guatemaltecos, se sacrificaba allá para enviar algunos para acá, con los que su familia iba sobreviviendo.
De dólar en dólar que los migrantes envían, esa moneda extranjera se hace barata para que quienes, como los que pagaron el boleto de Agustín, les salgan más baratos sus negocios. Sin el monto de las remesas, la economía guatemalteca se vería en crisis, pues lo que ellos envían representa casi 33% de las divisas que el país recibe.
De esa cuenta, en buena medida usted y yo, y todos los que indirectamente nos beneficiamos de esos dólares baratos, o no tan caros, somos responsables de la muerte de Gilberto, como lo somos también porque ante la incapacidad de nuestras élites, nos hemos cruzado de brazos. Porque en lugar de exigir una educación pública gratuita y de calidad para todos, donde los Gilbertos y los Agustines sean tratados igual y tengan las mismas oportunidades, nos hemos centrado en desvelarnos para que los nuestros se salven, cerrando los ojos a lo que pasa en la vecindad. Si los Gilbertos, que se cuentan por miles, hubieran tenido condiciones para escolarizarse y encontrar cuando adultos un trabajo digno que les proporcionara una vida decorosa, no saldrían huyendo del país y no encontrarían la cárcel y hasta la muerte.
Ni usted ni yo tomamos de la mano a Gilberto para que con hambres y sudores recorriera más de dos mil kilómetros, pero si nuestro sistema económico y político proveyera a todos de salud digna y adecuada, su madre habría sido atendida adecuadamente y él no tendría que haber salido desesperado a buscar un mundo de fantasía. Porque si el modelo no cambia, muchos Gilbertos seguirán apareciendo, pero además, cada vez serán mucho menos los Agustines ¿hacemos algo para que eso cambie?
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