Pareciera que el término Estado fuera algo por todos conocido, pero la realidad es otra. Es algo que debe preocuparnos, ya que el Estado puede ser entendido de muchas maneras y estamos obligados a poner en discusión términos que el grueso de la población desconoce y con cuyos significados incluso muchos de los académicos aún no estamos de acuerdo.
Muchas de las corrientes en el estudio del Estado han dado lugar a que tengamos un concepto opaco, escasamente flexible y, sobre todo, analíticamente poco apropiado para entender las dinámicas sociales y las múltiples y variadas formas que han adquirido el ejercicio del poder y las cuestiones de nuestro gobierno.
En un sentido estricto y simplificado, y más allá de las varias versiones existentes en las distintas escuelas de la academia, el Estado es un aparato represivo que permite a las clases gobernantes asegurar su dominio sobre el resto de la población. A esto último los marxistas le agregarían que el Estado es el aparato represivo que le permite a la clase gobernante asegurar su dominio sobre la clase trabajadora. Por lo anterior, el Estado no solo ocupa un lugar determinado y claramente definido en la estructura social y económica, sino que tiene una función y un rol. Así, al Estado le corresponde ejercer una fuerza de intervención represiva para la coordinación de las relaciones entre los miembros de sociedades de economías mixtas como la nuestra y es, siguiendo a Foucault, un instrumento de poder. Quienes han leído a Foucault sabrán que para él el poder viene de todas partes y no solo es impuesto por los ricos sobre los pobres, por los blancos sobre los negros, etc.
Según Antonio Gramsci, uno de los teóricos más importantes del siglo pasado, el Estado es un aparato entero que incluye la sociedad civil, las instituciones y los procedimientos privados, que se interrelacionan. Foucault estuvo de acuerdo con lo anterior y, siguiendo a Weber, explicó el Estado no como un simple conjunto de agencias y funciones de gobierno que están claramente separadas de la sociedad en general, sino como la sociedad misma. En el Estado, los actores sociales funcionan como engranajes interrelacionados unos con otros que le permiten funcionar. El Estado lo constituyen las relaciones sociales y las instituciones, y una de estas instituciones es el Gobierno de Guatemala, cuyo jefe máximo es el presidente de la república.
Las diferencias conceptuales sobre el lugar del Estado en el orden sociopolítico constituyen quizá las líneas más interesantes del problema entre distintas escuelas de pensamiento. Respecto a su centralidad, a veces se lo conceptualiza como un actor dotado de autonomía y suele ser percibido como una organización claramente enmarcada, coherente, homogénea y en una jerarquía superior frente a otras formas de poder o de organización. Philip Abrams sostiene al respecto que la sociología política contribuyó a generar esta situación porque mantuvo al Estado como una agencia política concreta y como una estructura real, como una entidad especial autónoma separada de la sociedad y realmente poderosa.
En reacción a lo anterior, muchos académicos han insistido en que es necesario abandonar esa mirada estática y jerárquica del Estado para entender que este no es un leviatán que comanda y decide. Según Clifford Geertz, es necesario «mirar alrededor del Estado, en el tipo de sociedades en que se inscribe». En esta línea, Geertz es menos hobbesiano y más maquiavélico al explicar que el Estado tiene menos una posición social monopólica de la soberanía y permite más la acción de otras instituciones, incluida la ciudadanía misma, en la ejecución del poder sobre la toma de decisiones: el Estado menos el ejercicio de la voluntad abstracta más la adaptación al contexto social, cultural y político y la búsqueda de objetivos visibles en la sociedad.
La manera como estamos entendiendo el Estado en la coyuntura actual me parece sobrevalorada, pues se está percibiendo como ese leviatán omnisciente, capaz de corregir el rumbo con una toma de decisiones jerárquicas por parte de la élite que gobierna. El Estado de Guatemala no solo carece de ese poder hobbesiano. Es en realidad una abstracción mitificada cuya importancia es mucho más reducida que la que supuestamente tiene el Gobierno. Y acá está el meollo de la discusión. Lo que ha fallado en Guatemala es el sistema de gobierno, que se refiere a los modos más o menos sistematizados y regulados de poder que van más allá del ejercicio espontáneo de este sobre la población y que han seguido una forma de razonamiento: llegar al poder para concretar el enriquecimiento ilícito a través del erario público. Así, en Guatemala gobernar no ha sido forzar a los sujetos a hacer lo que los gobernantes desean, sino regular las conductas mediante la aplicación más o menos racional de los medios técnicos apropiados mientras en el proceso se desvía dinero para el beneficio de socios corporativos y de otros actores políticos nacionales e internacionales.
El Estado es una institución contradictoria y ambigua que se define en su relación con los aspectos no estatales, y las fuerzas políticas suelen utilizar, movilizar e instrumentalizar técnicas y agentes distintos a los del Estado para hacerse con el poder en momentos de crisis institucional como el que vivimos actualmente. Es necesario entender que el culpable de la muerte de las menores en un hogar de reclusión del Gobierno es solamente responsabilidad de este, y no del Estado en general. Exigir como actores de poder es válido y necesario, pero debemos ser actores atentos a las acciones que las fuerzas políticas realizan para aprovechar la coyuntura en la búsqueda de beneficios particulares. Descansen en paz las niñas de Guatemala.
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