Si se trata de Estados fuertes, hegemónicos, el Estado policial parece verse al final del túnel, lo cual ya comenzó con este ejercicio de reclusión mundial forzosa. Como dijo Camilo Jiménez: «Disolvieron todas las protestas del mundo sin un solo policía. ¡Brillante!». ¿Qué sigue? ¿El modelo chino de control poblacional? ¿El control que denunciara el espía Edward Snowden? En esa lógica puede inscribirse la idea de vacunación universal obligatoria que ronda en más de algún ambiente.
En el año 2015, Bill Gates, uno de los personajes más ricos del mundo, promotor del neomaltusianismo y principal patrocinador de la OMS, dijo públicamente: «Si algo ha de matar a más de diez millones de personas en las próximas décadas, probablemente será un virus muy infeccioso, más que una guerra. No misiles, sino microbios». ¿Premonitorio? Ahora tanto Estados Unidos como China están buscando denodadamente la vacuna contra el coronavirus. El laboratorio estadounidense Johnson & Johnson anunció que para inicios del 2021 probablemente la tendría, y la Fundación Bill y Melinda Gates acaba de hacer un jugoso donativo al laboratorio Inovio para buscar la tan preciada panacea.
Por su lado, el Gobierno chino aprobó el 27 de julio de 2019 una ley que establece la vacunación obligatoria para toda su población. No faltó quien, quizá paranoicamente —quizá no—, se preguntó qué se inocularía en esa vacuna. Se especuló con la posibilidad de introducción de nanochips más pequeños que un virus, capaces de terminar de digitalizar toda la vida humana. ¿Quién leerá esos datos? ¿Qué haría con ellos? El Gran Hermano orwelliano parece estar ya entre nosotros.
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Más allá de posibles elucubraciones atrevidas y teorías conspirativas, no está claro qué es lo que sigue. Como van las cosas, todo indicaría que, en la gigantomaquia actual que dinamiza el mundo entre Estados Unidos y China (y esta aliada con Rusia), el bloque euroasiático parece mejor plantado. Bloque, valga aclarar, que no es socialista en sentido estricto. Habrá que ver hasta qué punto el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda promovido por Pekín y secundado por Moscú es una iniciativa liberadora. ¿Salen de pobres los pobres del mundo con eso? ¿Se consuman revoluciones socialistas en algún rincón del planeta con este nuevo planteamiento? ¿Cómo ayuda eso a las luchas emancipadoras de los diversos pueblos del mundo y a otras luchas igualmente reivindicativas, como el combate del patriarcado o del racismo? Lo que puede verse claro es que la Unión Europea va hacia su posible desintegración (el brexit ya lo preanuncia, y la desilusión de muchos en el manejo de la pandemia que hizo Bruselas probablemente la acelere). Y el tercer mundo (Latinoamérica, África, zonas de Asia) sigue siendo el reservorio de materia prima barata y de población empobrecida (¿cada vez más controlada quizá con esa presunta vacunación?).
No se ve cómo ni por qué el final de esta crisis —para cierta lectura, exagerada mediáticamente a niveles hiperbólicos— traerá un cambio en las relaciones de clases. Puede traer, muy probablemente, un reacomodo en las fuerzas dominantes, con una China más fortalecida y un Estados Unidos acelerando su caída de superpotencia hegemónica en solitario. El dólar, todo indicaría, próximamente dejará de ser moneda dominante. Quizá también habrá un efectivo corrimiento de la primacía global de Occidente hacia Eurasia, con nuevos actores más preponderantes, como la India, que pronto igualará a China en su número de pobladores. Todo esto, desde una perspectiva de materialismo histórico, obliga a pensar qué mundo viene ahora. O, dicho de otra manera, ¿se acerca la humanidad a una transformación que termine con la injusticia? No pareciera, por lo que la agenda de cambio revolucionario sigue esperando. ¿O con ese control hipermonumental —y la posible vacunación que nos inoculará quién sabe qué— ya no será posible aspirar a cambios?
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