Está claro que haber adoptado medidas de distanciamiento físico y haber suspendido muchas actividades económicas le han producido a Giammattei un desgaste político y popular enorme. El fenómeno es injusto, ya que al principio fue aplaudido y se le reconoció valentía por hacer lo que tenía que hacer para proteger la vida antes que los capitales financieros. Sin embargo, conforme se profundizó la crisis económica y esta derrotó al optimismo de las proyecciones oficiales, el reconocimiento inicial del presidente por parte de la población fue tornándose en hastío y rechazo.
Todos los gobernantes del mundo están sufriendo procesos similares, y hasta los que quisieron evitar ese desgaste optando por la irresponsabilidad y el populismo, como Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil, la están pagando caro políticamente. La situación es tan seria que hace medio año la probabilidad de una derrota electoral para Trump en noviembre próximo era baja, mientras que ahora se ve al presidente estadounidense desesperado inventando mañas y argucias para intentar evitar que los estadounidenses voten, ya que las encuestas apuntan a que su reelección está perdida.
Quizá la lección política es que, para los gobernantes, una situación como la actual es un dilema porque, si actúan de manera responsable, se desgastan. Y si lo hacen de manera irresponsable y populista, aún más. Deben aprender que, pese al desgaste que generan las medidas responsables, por dolorosas que sean, al final son preferibles a la irresponsabilidad y al populismo a lo Trump o Bolsonaro. Es decir, tomar decisiones responsables y cumplir la ley no es perder el tiempo. Es gobernar democráticamente.
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Un estadista de verdad ya habría tomado conciencia de la magnitud del desafío y estaría cuidándose mucho de no complicar más las cosas diciendo tonteras o torpezas en público. Justamente como las de Giammattei en la reunión con alcaldes municipales realizada en Casa Presidencial el jueves de la semana pasada, cuando dijo: «Hemos perdido el tiempo, no porque no queremos trabajar, sino porque nos hemos mantenido ocupados todo este tiempo con el coronavirus. Yo, gracias a Dios, voy saliendo de este tema para poder retomar actividades para gobernar en el país […] Ya le trasladamos la responsabilidad a la gente. Si la gente se quiere cuidar, se cuida. Si no, le sacamos la tarjeta roja. Hoy sí es problema de la gente».
Cuesta trabajo encontrar una justificación o por lo menos una explicación a por qué Giammattei dijo esto. ¿Qué habrá pasado por la cabeza del mandatario como para decir semejante cosa? Si tomar decisiones que han afectado y siguen afectando a un país entero frente al impacto de una pandemia y de una crisis económica global de proporciones históricas no es gobernar, ¿qué es entonces lo que Giammattei piensa que ha estado haciendo? Si, como él mismo lo dijo, cree que eso es perder el tiempo, entonces surge una pregunta por demás inquietante, si no tenebrosa: ¿qué es lo que Giammattei entiende por gobernar?
Es un tema de fondo, ya que podría estar confirmando que, para Giammattei, gobernar no es atender las necesidades de la ciudadanía, sino impulsar medidas represivas y autoritarias como la ley anti-ONG, que es lo que venía haciendo antes de la pandemia. Me pregunto quién podrá ayudar a Giammattei explicándole que enfrentar la pandemia es gobernar, mientras que hacer cosas como impulsar una ley anti-ONG, conspirar en contra de los magistrados de la Corte de Constitucionalidad y atacar al procurador de los derechos humanos o a su propio vicepresidente es perder el tiempo.
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