Con el avance hasta hoy de las investigaciones de la Cicig y del MP ha quedado demostrado que la corrupción es un cáncer que ha corroído prácticamente todos los sectores de la sociedad guatemalteca. Está demostrado que prácticamente, si en Guatemala se ejercía una cuota de poder, es porque alguna vinculación con la corrupción se tenía. Y el que no era corrupto no tenía poder.
Quizá esté siendo hasta traumático ver y sentir, por primera vez en nuestra historia, que el sistema de administración de justicia sí puede funcionar bien. Al fin se puede acariciar la ansiada idea de que la impunidad deje de ser el negocio más rentable, en el sentido de que vender el servicio de poder violar la ley sin castigo sea una fuente de enriquecimiento ilícito muy caudalosa y apetecida. Traumático porque, cuando es en serio, la justicia es de verdad ciega, recae sin discriminar condición socioeconómica y, como el cáncer de la corrupción está tan extendido y generalizado, puede alcanzar a familiares y amigos. Un ejemplo de esto es la columna que José Rubén Zamora, un reconocido cazador y denunciante de corruptos, le dedicó el viernes pasado a Flavio Montenegro.
Es muy sano que, con apego a la ley y respetando los derechos humanos, en especial el derecho a la defensa y a la presunción de inocencia, la justicia actúe con el lema de caiga quien caiga. Si hay pruebas, debe castigarse conforme a la ley.
Ahora bien, hay una ley implícita en política: no hay vacíos. Y esto es así porque, cuando se desplaza una forma de poder, es sustituida por otra. En este proceso de aplicación histórica de la justicia están cayendo estamentos y expresiones de poder muy importantes. Y si esa ley implícita de la política es válida, ¿quién y cómo se llenará el vacío que están dejando los corruptos que están yendo a la cárcel?
Es natural y deseable que nos entusiasmemos con la persecución penal de los corruptos, pero, por favor, no nos quedemos solo con eso. Debemos poner atención a cómo se llenarán los espacios de poder que se están abriendo. Por ejemplo, ¿qué partidos y con qué candidatos competirán en las elecciones de 2019? ¿Es este un proceso que permitirá por fin la participación política de los ciudadanos, uno que no ha sido alcanzado por el cáncer de la corrupción? ¿O será un simple relevo de unos corruptos por otros iguales o peores? Suponiendo que lográramos poner en la cárcel a todos los corruptos de hoy, ¿qué sigue?
La columna de Danilo Parrinello del sábado pasado es una forma de responder a estas preguntas: ejemplo perfecto de una mente obtusa, obsoleta y atrasada, atrapada en el anticomunismo del siglo pasado e incapaz de ver más allá de discriminar y descalificar. Vamos. Tenemos que hacer algo mejor que eso.
Sin embargo, superar la visión del señor Parrinello requiere que la mayoría ciudadana no se conforme con una cacería de corruptos y que participe en política. Se trata de lograr una forma distinta de política, limpia y legítima. Porque en algo sí que tiene razón el señor Parrinello: la plaza lució vacía, muy a satisfacción de él y de los de su clase. El gran desafío es transitar de la plaza llena en 2015 a una nueva forma de ejercer poder político en las elecciones de 2019.
Si eso no ocurre, si no hay un movimiento ciudadano que haga política, participe y se involucre, entonces todo esto terminará en un triste y trágico relevo: unos corruptos por otros.
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