Sin dudas ha golpeado duro en todo el mundo, sanitaria y económicamente. Pero habrá quien saque más provecho de la situación y quien se verá más perjudicado. Como van las cosas, ciertos grupos de poder (los de siempre) saldrán beneficiados, mientras que las grandes mayorías populares del orbe retrocederán.
Enormes grupos económicos (ligados a las tecnologías digitales, la gran banca internacional, las farmacéuticas, la narcoactividad) siguen intocables en sus negocios. En este nuevo capitalismo renovado que vivimos, cada vez más centrado en la llamada cuarta revolución industrial, no todos pierden, no todos quedan perjudicados con el cierre de la economía. Por ejemplo, mientras las compañías petroleras están trabajando a pérdida, las empresas ligadas al mundo digital están más robustas que nunca. Los trabajadores, sin dudas, pierden.
¿Qué sucederá cuando termine el confinamiento? Las opiniones se dividen. ¿Será un mundo mejor? ¿Por qué sería mejor? Desde un optimismo desbordante, hay quienes así lo creen. Claro que sería deseable un mundo más equitativo, balanceado y solidario, libre de tantas injusticias, pero las cosas no son simplemente como las deseamos. Los paraísos son siempre paraísos perdidos. ¿No es un tanto quimérico pensar que, terminada una enfermedad, la realidad social mundial va a cambiar como por arte de magia? ¿Las luchas de clases, la extracción de plusvalor, la guerra como negocio de algunos… terminarán porque se extinga el virus?
Otros, por el contrario, con criterio más crítico, entrevén una realidad pospandemia con mayor explotación de la clase trabajadora y mayor control policial-digital.
Hoy, hablando de lo que vendrá luego de la pandemia, se popularizó el término nueva normalidad. ¿Qué significa eso exactamente? Entra a tallar aquí, de un modo decisorio, la nueva modalidad productiva y de relacionamiento social dada por la tecnología dominante: la revolución digital, que dio un salto impresionante en estos últimos años y que con la pandemia se profundizó espectacularmente. ¿Qué es esa nueva normalidad? ¿Promesa de cambio o más de lo mismo? ¿O, peor aún, lo mismo con más?
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Según la Unesco y su promoción de la campaña La nueva normalidad, lo que vendrá invita «a reflexionar sobre lo que es normal, sugiriendo que hemos aceptado lo inaceptable durante demasiado tiempo. Nuestra realidad anterior ya no puede ser aceptada como normal. Ahora es el momento de cambiar».
¿La hemos aceptado o se nos ha impuesto? Las cosas no surgen simplemente porque las deseemos. Tal como va el mundo, todo indica que la normalidad a la que volveremos luego de la pandemia podrá ser distinta en determinados puntos: habrá que usar mascarillas, lavarse continuamente las manos, distanciarse del prójimo. Pero, en cuanto a lo que decide nuestras vidas, ¿más de lo mismo o lo mismo con más?
Siendo crudamente realistas, todo indica que quienes marcan el rumbo no son los empleados asalariados, sino sus jefes. «Hay mucha gente que ya le encontró el gusto a trabajar desde la casa, y las empresas ya le encontraron el gusto a que la totalidad de la gente no vaya a las oficinas», dijo Franco Uccelli, alto directivo del JPMorgan Chase, uno de los bancos más grandes del mundo.
¿Hemos aceptado la normalidad en la que mueren diariamente 24,000 personas por hambre o por causas ligadas a la desnutrición? Si es cierto que «ahora es el momento de cambiar», como pide muy esperanzadoramente la Unesco, queda por verse cómo hacer ese cambio. ¿Es un acto de corazón? ¿Se abuenarán los malos que nos matan de hambre? La nueva normalidad del mundo digital que ya se abrió no parece favorecer a las grandes mayorías. ¿Trabajar desde casa es un triunfo popular? ¿Cómo se formarán los sindicatos entonces? ¿O en la nueva normalidad eso ya no cabe?
Darle forma a ese mundo más equitativo y solidario implica un arduo trabajo, pues «el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer», como sentenció Vladimir Lenin.
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