Es interesante, además, apuntar el dato de que la gesta inicial de independencia era en realidad el intento de sacudirse al impuesto monarca francés. Es decir, el famoso Grito de Dolores realmente pretendía restaurar al legítimo heredero de la corona española, Fernando VII, de la casa Borbón-Anjou. Posteriormente, en razón del poco interés reformista de Fernando VII, habría que buscar la separación del imperio. La historia oficial termina por consolidar un inicial sueño de independencia, pero las cosas fueron distintas. Y así con cada etapa de la historia de México. Es interesante apuntar que México es, además, un país que cada inicio de siglo se encuentra en guerra. Fue así al inicio de 1800, al inicio de 1900, al inicio del 2000.
En medio de la historia de este país tan convulso es posible identificar etapas que han dejado huella. La etapa de independencia —con sus luces y sombras— arrojó un aspecto importantísimo: la abolición de la esclavitud. El 6 de diciembre de 1810, Miguel Hidalgo, como jefe del ejército insurgente, declara abolida la esclavitud en América. Es la primera declaración antiesclavista realizada en todo el continente. La segunda etapa que marca la historia mexicana es el período liberal, esencialmente con su constitucionalismo. Había, en efecto, una intención de copiar la constitución estadounidense, pero el proyecto terminó por consolidar las garantías individuales, particularmente la libertad de expresión. Y por último hubo una tercera etapa en la cual se consolidó el espíritu democrático maderista por evitar a los dictadores: «Hacer el sufragio efectivo evitando la reelección presidencial». No podría dejarse sin mencionar como consolidación de los mitos revolucionarios la gestión del presidente Cárdenas, quien construyó la noción de la riqueza nacional y la puso al servicio de las clases populares. A cada etapa hay una reacción: la apuesta por un modelo imperial luego de la independencia, la restauración de un orden monárquico europeo luego de los avances liberales y la construcción de un mecanismo sucesorio de caciques luego de la Revolución (el partido único).
Hay una última etapa perversa en la historia mexicana. Desde hace más de 20 años México ha seguido todo un recetario económico privatizando, desregulando, recortando gasto, abriendo los sectores estratégicos de la economía nacional a la inversión extranjera en espera de un crecimiento económico superior al 6 %. Y seguimos esperando con cristiana paciencia los resultados milagrosos de las reformas estructurales. El resultado son 60 millones de pobres, un crecimiento económico raquítico y una distribución de la riqueza completamente inequitativa.
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La administración del presidente López Obrador plantea un cambio de dirección tanto en la temática política como en la económica, con metas igual de ambiciosas en cuanto al crecimiento económico bajo la esperanza de que el gasto fiscal dirigido a sectores estratégicos del Estado sea la respuesta. Lo anterior, por cierto, no ha significado que México cierre su economía. Simplemente significa que se reconstruyen polos de desarrollo otra vez en potestad del Estado. Titánica tarea la de modificar el modelo económico. Y los resultados posiblemente no serán perceptibles durante este sexenio.
Pero hay cosas que en el corto plazo están siendo muy positivas.
Primero, simbólico o no, es un gusto que México tenga un presidente accesible a la gente, un presidente que pueda interactuar sin el muro de separación construido por la seguridad presidencial. Hace mucho que en México los presidentes han sido hombres intocables.
Segundo, si se quiere buscar una razón menos ornamental para celebrar, hay que decir que, a pesar del peso parlamentario que el presidente López Obrador tiene en los diferentes Congresos y Senados del país, ninguna libertad política ha sido cancelada, como temían aquellos que equiparan a AMLO con el chavismo. La tentación autoritaria no ha caído en la mente del actual presidente mexicano. Los mejores indicadores de esto lo constituyen, esencialmente, los hechos 1) de que las prácticas parlamentarias sigan vigentes y 2) de que las manifestaciones contrarias al presidente no hayan sido reprimidas en ningún sentido. Es importante agregar que tampoco se persigue a los periodistas incómodos al Gobierno. De hecho, esta administración ha sido más fiscalizada y criticada que las anteriores, y el presidente no ha decidido esconderse. Allí está, todos los días, en conferencias de prensa matutina dialogando con los medios. Eso es bueno y sano en toda democracia. AMLO no es Maduro expropiando medios de comunicación ni es Trump para incitar el odio a la prensa.
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Tercero, el combate de la corrupción desde el Gobierno federal ha tocado a hombres poderosos de la política mexicana. Nunca había sido tan claro que un expresidente mexicano enfrentara la justicia. El caso denominado La Estafa Maestra comienza a cerrarle el paso al expresidente Peña. En medio de estos casos, el Ejecutivo ha sido respetuoso de los poderes e incluso ha aceptado que los jueces den por buenos amparos multimillonarios producto de la corrupción. Pero el Ejecutivo no ha usado su poder para incidir más allá de lo permitido. A lo anterior agregaría la promesa presidencial de hallar a los 43 estudiantes desaparecidos, lo cual lanza por tierra todas las versiones oficiales, que, como bien se sabe en México, son ficticias.
Cuarto, el frontal ataque a la defraudación fiscal, que ahora pasa a ser delito equiparable a la delincuencia organizada (particularmente, el delito de usar facturas falsas). La medida ha sido criticada como un ataque frontal a los empresarios, pero los números son aterradores.
Las empresas que emiten facturas falsas emitieron el año pasado (se estima) ocho millones de facturas por lo que suman 1.6 billones de pesos, lo que implica una evasión de 354,000 millones de pesos, es decir, el 1.4 % del producto interno bruto del país. Nadie había querido ponerle el cascabel al gato.
Y por último, pero no menos importante, los pobres: esa gran mayoría del país que en los últimos 20 años ha sido literalmente negada y hecha invisible es ahora, al fin, la prioridad de la administración presidencial.
Sí, en México hay razones para celebrar esta cuarta transformación, que aún debe probarse y que debe corregir algunos aspectos, pero que con lo poco que lleva provee un aire de esperanza.
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