Entre su anecdotario, pintoresco unas veces y tétrico la mayoría, resalta un hecho tragicómico cuyo desenlace afrentó al Arzobispo Mariano Rossell y Arellano. Para entonces, (1958), Rossell y Arellano se había distanciado ostensiblemente del Movimiento de Liberación Nacional al cual había apoyado durante la contrarrevolución de 1954.
La causa del distanciamiento fue haber descubierto la horrorosa verdad de la Liberación. Así, en el II Congreso Anticomunista Internacional que se llevó a cabo en Guatemala el año 1958, el Arzobispo aclaró antes de participar: «No vengo a hablar con los anticomunistas que creen que con bayonetas y fusilería se derrota al comunismo, ni con los que creen que ser anticomunista implica explotar a los obreros y campesinos, ni con los patronos que en nombre del anticomunismo rebajan salarios a los obreros y les roban los derechos sociales. Vengo a hablar con los únicos auténticos luchadores contra el comunismo: los cristianos». (El Imparcial, 13 octubre 1958).
Algunos días después, el teléfono de manija del Arzobispado timbró y cuando el secretario levantó el auricular, antes de que pudiera decir algo, una voz autoritaria ordenó: —Aquí habla el general Ydígoras, quiero hablar con el señor arzobispo…
El Arzobispo se situó en su escritorio y el secretario en otro cercano donde, desde un teléfono auxiliar, podía escuchar y tomar nota de la plática. Ésta se dio, más o menos, en los siguientes términos:
—Buen día General, aquí Monseñor Rossell.
El presidente Ydígoras dijo entonces:
—Señor Arzobispo, cierto es que estamos peleados; cierto es que hay un distanciamiento entre usted y yo; cierto es que nuestras relaciones son tensas, pero ello no implica que esos infelices, vándalos y malvados que colocaron esa bomba en su garaje vayan a quedar impunes. ¡Los capturaremos, los enjuiciaremos y les caerá todo el peso de la ley!
Monseñor Rossell, con el ceño fruncido preguntó: —¿Qué bomba, General?
Y en ese momento ¡¡Boooommm…!!, en el garaje del Arzobispado. Mal sincronizaron la detonación y la llamada del Presidente. O quién sabe, a lo mejor fue intencional.
Por supuesto, públicamente, el gobierno le echó la culpa a “los alzados” contra el gobierno del Señor Presidente, el General e Ingeniero señor don José Miguel Ramón Ydígoras Fuentes. Sus funcionarios mentían a más no poder.
Traigo a colación este pequeño fragmento de la historia oscura y no conocida, porque tal parece, en esa falta de originalidad de los mandamases en Guatemala, algunos hechos ridículos y trágicos se están repitiendo.
El lunes 29 de abril de 2013, se suspendió la presentación del Informe Anual de la Ley de Acceso a la Información Pública por parte de la Procuraduría de Derechos Humanos de Guatemala. Una amenaza de bomba obligó al Procurador Jorge De León Duque a evacuar el edificio donde se estaba realizando la actividad.
El jueves 2 de mayo, a la sede central del Ministerio Público ubicado en el Barrio Gerona, llegó una llamada similar a la recibida por la PDH el 29 de abril, obligando al personal a cumplir el protocolo establecido para tales contingencias, evacuación incluida.
Y la militarización del país (estado de Sitio y criminalización de los movimientos sociales), el descrédito de las legítimas autoridades de los pueblos indígenas, los derechos empresariales que se están privilegiando sobre los derechos sociales y la política represiva contra los pueblos del interior nos hacen recordar el desgobierno de Miguel Ydígoras Fuentes que si bien culminó con su derrocamiento, dejó como cauda un país en caos total y en bancarrota.
Las mentiras están de vuelta, ¿o son omnipresentes? Haber anunciado que en Totonicapán los elementos del ejército no llevaban armas y después haber aceptado que dispararon armas de guerra en contra de los manifestantes fue ridículo pero a la vez, muy trágico. Y en relación a San Rafael Las Flores, ahora resulta que “la seguridad” de la mina disparó balas de goma contra la población.
Con todo, es de reconocer la captura de Alberto Rotondo a quien el Ministerio Público responsabiliza de haber ordenado a los guardias de la mina San Rafael disparar contra un grupo de personas. Rotondo fungía como jefe de seguridad de dicha mina. Otro hecho ridículo pero trágico: ¿Un extranjero ejerciendo como jefe de seguridad en nuestro país? ¡Vaya ganga!
Así las cosas, es urgente que las ciudadanas y los ciudadanos de a pie comencemos a buscar puntos de convergencia y no de disenso porque, al paso que vamos, dentro de poco se escuchará otra vez en el tiempo y la historia: —¿Qué bomba, General?
La duda es: ¿Quién preguntará?, y, ¿a quién se preguntará?
El general Ydígoras Fuentes ya no está pero, tal parece, sus fantasmas sí. ¿A quién le tocará la bomba?
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