Punto 3: «Queremos animarlos…»

Si veo a diario lo que los diputados son capaces de hacer o lo que desde el Ejecutivo se puede robar o vender, no logro dimensionar lo que sucede entre jueces y magistrados, en los tribunales y las cortes. Me imagino que, al ser un poder oculto a la ciudadanía por la manera en que se estructura la autoridad judicial, es más fácil dar la espalda al bien común, a la defensa de la justicia para la mayoría. Es más sencillo ser sobornado sin vergüenza y hay menos riesgo de ser descubierto y expuesto a la opinión pública.

Mi conciencia de la importancia de la justicia no la aprendí en las aulas universitarias. En 2009 logré dimensionar cómo funcionaban las elecciones de magistrados de las cortes de apelaciones y de la Corte Suprema de Justicia: aunque la calificación fuera buena, dependía del soborno y de la compra de votos. Fue hasta en el 2010 cuando entendí el papel del Ministerio Público y el rol de quien fungiera como fiscal general y jefe del MP, es decir, el poder de sentar frente a un tribunal a un presidente de los años más oscuros de Guatemala. Durante los años posteriores a 2015 aprendí a valorar la investigación comprometida con la verdad y los funcionarios de justicia que se arriesgan a escuchar atentamente. Ambos —investigación y aplicación de la justicia— son condiciones indispensables para construir la democracia política que necesitamos.

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El último 10 de mayo —el día de la madre sentencia—, jueces y juezas que han demostrado su independencia y que han sido blanco de difamaciones e intimidaciones sistemáticas denunciaron, frente a la sede de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las condiciones de vulnerabilidad en que desarrollan su trabajo, así como el silencio del gremio y de las instituciones que deberían velar por su seguridad.

Sin embargo, hay quienes reconocen ese trabajo, hombres y mujeres que quieren animarlos a no dejar de ser una razón para mantener la esperanza en la valentía de quienes luchan por este país. Más de 30 organizaciones respaldaron la carta abierta dirigida a 12 jueces, a quienes se les pide que no dejen de ser independientes. Yo suscribo con profundo respeto y admiración el punto 3: «Queremos animarlos a que no claudiquen y continúen con su meritoria labor por un sistema de justicia independiente. Queremos expresarles que, como ciudadanía, los respaldamos y, desde los distintos espacios en los que nos movemos, apoyamos su lucha y valentía por dignificar el sistema de justicia pese a los subterfugios e incluso [las] descalificaciones de aquellos que estaban acostumbrados a retorcer [el] proceso para salirse con la suya amparados en la impunidad».

No están solos aunque lo parezca. Valga el gesto de animarlos, en un contexto muy oscuro y muy adverso, a que no se dobleguen frente a los intereses de mantener la impunidad para perpetrar la corrupción, la injusticia, el Estado raquítico y sin capacidad de responder a las necesidades de la sociedad. Gracias por acompañarnos a defender la esperanza —es decir, la posibilidad de imaginar mejores futuros, parafraseando a Manuel Castells—, que se cuida también desde la justicia independiente.

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