Hoy día, el Estado de Israel desarrolla una política de terrorismo y agresión pavorosa; nada lo puede justificar, y las tropelías que comete contra el pueblo palestino son tan atroces como las que sufrieran los judíos en los campos de exterminio nazi. ¿Qué pasó? ¿Cómo puede explicarse esta mutación tan asombrosa en tan poco tiempo? "Los árabes", expresó el ultraderechista israelí Ariel Sharon, "sólo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder, los trataremos como se merecen". "Y como solíamos ser tratados", agregó el palestino Edward Said.
Una visión tendenciosamente simplificada de la situación pretende hacer ver la lucha entre judíos y árabes como consustancial a la historia. Pero este conflicto no es religioso ni étnico, pues los palestinos son tan semitas como los judíos y durante siglos convivieron en paz. Es un conflicto de proyectos estratégico-militares, con grandes intereses económicos de por medio, que se anuda con vericuetos psicosociales muy complejos donde no faltan mecanismos por los que las históricas víctimas juegan ahora el papel de victimarios (¿venganza?).
Desde su nacimiento como Estado en 1948, la historia de Israel no fue sencilla. En realidad, si bien amparándose en el deseo histórico de un pueblo paria de tener su propio territorio, surge más que nada como estrategia geoimperial de las grandes potencias occidentales, con intereses petroleros como trasfondo. La vergüenza, admiración y respeto que hizo sentir el Holocausto preparó las condiciones para que ese nacimiento pudiera tener lugar.
En un primer momento, Israel no jugó el papel actual; por el contrario, mantuvo una política de neutralidad entre los bloques de poder. Pero ello duró poco; para comienzos de los cincuenta, comienza a alinearse con una de las potencias que libraban la Guerra Fría: Estados Unidos, y la doctrina de la neutralidad cae.
Luego de la Guerra del Sinaí de 1956, la situación regional empezó a preocupar a la administración de Washington. Para ese entonces comienzan a caer los regímenes monárquicos apoyados por Gran Bretaña; en su lugar comienza el ascenso de proyectos militares antioccidentales que acudieron a la ayuda militar soviética. Kennedy fue el primer presidente estadounidense que le vendió armas a Israel, y a partir de 1963 principia una alianza no oficial entre el Pentágono y los altos mandos del ejército israelí. Esta supeditación de los intereses nacionales a la lógica del enfrentamiento entre las, por ese entonces, dos superpotencias globales por zonas de influencia y control en el Medio Oriente no sólo reprodujo la lógica del conflicto árabe-israelí, sino que echa mano de esa trágica historia del paso de víctima a victimario: "ahora que tenemos poder, los trataremos como se merecen".
Desde ese momento, el joven Estado de Israel pasa a ser la vanguardia estadounidense en esa convulsa región, importantísima para sus intereses estratégicos (reserva petrolera y zona de contención de su archirival, la Unión Soviética).
Para inicios de los setenta, Estados Unidos ya había alcanzado su techo de producción petrolera doméstica, por lo que las reservas de Medio Oriente pasan a ser, cada vez con mayor empeño, de importancia vital para su proyecto hegemónico, con lo que Tel Aviv entrará a desempeñar un papel decisivo en la lógica estadounidense.
No es ninguna novedad que Israel vive, en muy buena medida, de la "cooperación" estadounidense: 3 mil millones de dólares al año (el 17% de la ayuda externa mundial entregada por Washington). Por un complejo anudamiento de intereses, el lobby hebreo de la super potencia ha conseguido que tanto la administración federal como importantes sectores de la iniciativa privada destinen ingentes recursos al país mediterráneo. La inversión no es gratuita. Israel es el gendarme que la geoestrategia estadounidense destina a la región.
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