La frase en sí hace referencia a un estrato que los españoles y otros extranjeros identificaban para diferenciar unos poblados mayas de otros. El criterio principal era la profusión de construcciones de mampostería, techos de teja y balcones. A diferencia de lo que comúnmente se cree, los españoles fueron bastante permisivos y dieron amplios márgenes de autonomía cultural y política a las poblaciones originarias de lo que ahora es Guatemala, a diferencia de lo que sucedía en el centro de México, donde el control tributario, religioso y político fue mucho más amplio, tal y como lo ha documentado ya Serge Gruzinski.
Pueblo de indios ricos no era solamente una observación desde fuera de las diferencias socioeconómicas entre las poblaciones mayas, sino también una manera de reconocer su importancia dentro de la dinámica colonial y un reconocimiento implícito de los límites de la imposición colonial y de la necesidad de negociar con poblaciones específicas. Estas poblaciones estaban en el altiplano occidental (hasta el momento no conozco alguna en otra parte), y algunas de ellas ostentaban el título colonial de república (como Quetzaltenango). Poseían amplias tierras en la bocacosta u otras regiones económicamente importantes, tenían grandes poblaciones y sus especializaciones económicas eran de importancia fundamental para la región y el régimen colonial. Esta combinación les permitía construir amplios márgenes de autonomía cultural, económica y política, lo cual fue de mucha utilidad.
Estos pueblos ricos eran, en su mayoría, k’iche’. Pero no todos los k’iche’, sino los que habitan el departamento de Quetzaltenango, el de Totonicapán y el occidente de Sololá, que actualmente son casi dos tercios de todos los k’iche’, es decir, más de un millón de personas. Esta región era parte de la expansión del winaq k’iche’ de Q’umarkaj (o Confederación K’iche’) hacia las ricas tierras del valle de Quetzaltenango-Totonicapán, la bocacosta del cacao (Zapotitlán) y las salinas de la costa sur (donde desemboca el río Nahualate). Su altura, su clima y sus estancias más lejanas les permitieron acceder a una variedad de recursos clave para las épocas prehispánica, colonial y republicana: cacao, sal, maíz (desde una o dos cosechas hasta casi tres anuales), madera, arcilla, cal, ganado lanar, trigo, telares, aguas termales y hortalizas, entre otros. Esta combinación les permitió ser pueblos prósperos desde antes de la llegada de los europeos (según Akkeren) y durante la Colonia (según Carmack y González Alzate).
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Lo económico les permitió negociar lo político y cultural de un modo diferente al del resto de las comunidades indígenas: en la Colonia y en el período republicano se permitieron comprar y ampliar su tierra comunal (San Miguel Totonicapán), mantener las prácticas de su espiritualidad k’iche’ (Momostenango), negociar la aprobación o no de leyes sobre producción (Quetzaltenango) o incluso comprar la hacienda más grande y productiva de trigo en Centroamérica (Cantel). Carmack, Pollack, González Alzate y Grandin profundizan en estos y otros aspectos. Además, Grandin menciona no solo la compra de la hacienda Urbina por parte de Cantel, sino cómo los k’iche’ de este y otros pueblos lograron evadir, en su mayoría (más del 80 %), el tener que viajar forzadamente a las fincas de café. En su lugar, pagaban la exoneración, comerciaban, cultivaban trigo y producían manufacturas varias, como hasta hoy (a excepción del trigo). Sus redes comerciales llegaban a la Verapaz y al altiplano de Chiapas en el siglo XVII.
Es necesario profundizar en estas excepciones históricas, en particular por su mezcla entre producción y desnutrición (o malnutrición), por su cercanía con los poderes nacionales (o por su veto, como dos veces con el malogrado Estado de Los Altos) y por su visión de sí mismos como región diferenciada. Su historia de organización económica, política, cultural y social debe servir de ejemplo para pensar formas alternativas de Estado, no solo uno centralista y dependiente de pequeñas élites, sino uno de legalidad, producción, organización social y vida comunal.
Esta columna es un homenaje para todos ellos, quienes estratégicamente, durante generaciones, construyeron un modelo alternativo de sociedad y protegieron a sus comunidades. Sib’alaj maltyox nantat!
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