Si pensamos en el gran capital como bloque, sus expectativas de crecimiento no son halagadoras. Una y otra vez su concubinato de conveniencia con políticos carismáticos se estrella contra la realidad. Muy en contra de sus deseos ve con desagrado la emergencia de nuevos ricos, gente que en meses o pocos años acumula fortunas desproporcionadas, mal habidas, tan alejadas de la historia oficial de los fundadores de los conglomerados empresariales que parten y reparten el queque nacional. No, no pueden estar contentos con tener de pronto vecinos con malos gustos y malas maneras, cantinflescos imitadores de los ricos y famosos de folletín, gente que piensa que puede fotoshopear su imagen pública a golpe de mentiras ridículas, empatías impostadas y discursos llenos de listuras pero faltos de inteligencia.
No creo que ese sector sea homogéneo. Hay empresarios que valoran el duro trabajo, que ven con desagrado cómo, por ejemplo, el negociazo de la deuda espuria en el Micivi ha sido trazado por gente de su propio cuño, empresarios que le han tomado gusto a las fortunas exprés.
Algunos hígados estarán ahora a punto de hervir. Lo dejo claro: la situación actual del país es el resultado de procesos históricos, económicos y sociales en los que la clase económicamente dominante ha cometido errores fundamentales. Pero hay personas con una visión diferente, individuos que pueden ver más allá del muro que los separa del resto de los ciudadanos, gente que no piensa que la competitividad empresarial se fundamenta en el pago de salarios miserables, en los privilegios ad aeternum y en el proteccionismo constitucionalista. Los demás, los tradicionales y sus lacayos de corbatín, me tienen sin cuidado.
También está el Ejército, la institución dedicada a la defensa de intereses de clase, educada para aplastar la disidencia. Ese Ejército se fue transformando poco a poco, pero sin perder su razón de ser. Atrás quedaron los años en que los altos mandos tenían su casita en la colonia Lourdes y compraban de todo sin pagar impuestos en el desaparecido Comisariato. Los generales de hará unos 50 años descubrieron que era fácil autorregalarse tierra, aunque fuera en el Petén. Eso los tuvo entretenidos y satisfechos hasta que descubrieron que podían ser empresarios, y ese afán terminó por atraerlos al narcotráfico y a otros negocios a base de manejo de influencias y de recursos de la nación para beneficio particular y, generosamente, de sus promociones. Con bandera anticomunista o pacifista, para taparle el ojo al macho.
Sin embargo, no me resigno a pensar que hay oficiales que ven con desagrado, por ejemplo, el saqueo a lo Gengis Kan del Instituto de Previsión Militar (un ataque sin misericordia a sus propios compañeros de armas) o cómo sus superiores y un buen grupo de la oficialidad trapean los corredores de la corrupción con la bandera que juraron defender con su vida. La llegada de Ríos Mont al poder no fue acaso por una rebelión de oficiales (si bien con una agenda que no dejaba contentos ni a tirios ni a troyanos). Hay, entonces, cadetes y oficiales que piensan que su institución perdió el norte, que aquello de «el deber, el honor y la gloria» es nada más para marear a la perdiz.
La izquierda política se diluyó, y lo que encontramos es un grupo de corrientes que se ven unas a otras con desconfianza, que no pierden oportunidad para descalificarse mutuamente y que juran que el santo grial, el puro y original, está con ellos. Yo me resisto a tomar en serio a cualquier político autodeclarado de izquierda que vea su campaña como una cruzada para desacreditar a los falsos profetas haciendo de vez en cuando un disparo al aire a ver si le da a la derecha. Si no tiene capacidad de crear consensos con la corriente de pensamiento más afín, ¿cómo puede comprometerse a crear una Guatemala diferente e inclusiva?
Aun así, hay allí personas valiosas, especialmente jóvenes, hombres y mujeres, pidiendo derecho de vía y exigiendo su derecho a cometer errores y aprender de ellos, con la diferencia de tener a la vista todo lo que ya se probó y salió mal.
Miren si seré tan optimista que hasta creo que ha de haber más de algún sindicalista honorable.
Hay otros sectores sociales que no incluyo por razones de espacio. Esta discusión es larga y difícil.
La justicia, la equidad y el Estado de derecho son valores que pueden cruzar fronteras ideológicas. Es hora de empezar a hablar, de irse perdiendo el asco y la desconfianza. No se necesita empezar a lo grande, pero hay que empezar.
No sería chapín si pensara que no habrá quienes piensen que estoy escribiendo esto con algún interés no declarado. Para esas personas declaro que la labor en este espacio es de opinión sincera y crítica. Posar de comentarista y a la vez tener agenda personal política sería, con respeto a quienes disientan, falta de ética.
Para finalizar, ya sé que este artículo será del desagrado de muchos, pero, si a algunas personas se les enciende una llamita en el pecho, hay futuro. No podemos esperar resultados diferentes si seguimos haciendo las cosas de la misma manera. Ya basta de lo mismo, ¿no?
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