Por ello, buena parte de la crítica a las políticas públicas surge con base en su impacto real o percibido en la formación de empresas. En esta línea, se han desarrollado indicadores tales como el Doing Business del Banco Mundial para tener variables comparables sobre la facilidad de hacer negocios en un país. La mayor parte de estos indicadores tienen relación con la agilidad de los procesos burocráticos; por ejemplo, el número de pasos que lleva abrir un negocio o importar un producto. Sin entrar a cuestionarse la importancia de promover la formación de nuevas empresas, vale la pena cuestionarse si estos son o no los factores claves en la promoción de ese objetivo.
El supuesto del que parte esta visión es que los procesos burocráticos son el principal obstáculo en la formación de nuevas empresas. Sin embargo, esto dista de la realidad. La razón por la cual la mayoría de personas no son empresarios es porque abrir un negocio sigue siendo una actividad sumamente riesgosa. De acuerdo con las estadísticas de la CEPAL, el 80% de los negocios no alcanza los 5 años de vida y el 90% no alcanza los 10. Usando el retorno sobre la inversión del sector bancario –18%– como referencia, tenemos una realidad en la que una gran mayoría de negocios no logran alcanzar la madurez ni recuperar su inversión inicial. O, cuando menos, arrojan ganancias mínimas que no superan al mercado. En contraste, tenemos una minoría pequeña que sí logra establecerse y obtiene con ello grandes ganancias. El factor clave del emprendimiento está, entonces, en el control del riesgo.
Podemos deducir, entonces, que una reducción de impuestos a esa pequeña cantidad de negocios que logran alcanzar la madurez no contribuye mucho a incentivar el emprendimiento. Ello porque la preocupación de alguien que va meter dinero en un negocio no es cuánto va pagar al gobierno si llega a tener ganancias sino la gran posibilidad de que nunca llegue a tener esas ganancias. Una forma metafórica de visualizarlo podría ser un laberinto en el cual metemos a 10 personas a buscar una maleta escondida con dinero. La persona que la encuentre se quedará con ella –pagando una comisión a los organizadores. Claramente, el porcentaje de comisión será para el participante una preocupación marginal, al igual que el tamaño del formulario que debe llenar a la entrada del juego. Lo único que realmente le preocupará será la posibilidad de ser el ganador.
Siguiendo con la metáfora, si queremos que más gente participe del juego, a lo que deberíamos apuntarle es a tener más ganadores en el juego. Si encontráramos una manera de reducir los riesgos del emprendimiento, podríamos dar pasos gigantescos en liberar la creatividad de las personas. Los países nórdicos lo han conseguido creando una red de protección social que permite a los individuos contar con respaldo por si las cosas les salen mal. De esta manera, las personas que antes se hubieran conformado con un puesto seguro pero mal pagado se atreven a dar el paso. Estos sistemas funcionan pese a la crítica libertaria sobre el riesgo moral, ya que el mismo puede controlarse con incentivos, tal como hacen todos los sistemas de seguros privados y públicos del mundo.
Para promover el emprendimiento, también debemos deshacernos del paradigma de que el gobierno es el problema. Debemos evitar creer que todo el problema son los trámites en aduanas o en la SAT. En el sistema actual, hay muy pocos ganadores y estos se quedan con todo. Una verdadera política pro-empresarial atacaría también estos factores estructurales.
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