En enero de 2017, en San Rafael Pacayá II, Coatepeque, un supuesto Cadejo fue matado. Los responsables aseguraron que ingresaba a las casas, cambiaba de forma y mataba aves de corral. Como en muchos casos tumultuarios en Guatemala, el personaje no tuvo derecho a defensa. Y, como en otros tantos casos, resultó no ser quien se creía que era porque el mítico animal resultó ser un micoleón.
El lunes 22 de los corrientes se supo que vecinos de San Alfonso, San Martín Zapotitlán, quemaron al Win: un personaje mítico de leyenda que resultó ser una infeliz nutria a la cual rociaron con gasolina y le prendieron fuego.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI sucedan estos hechos en nuestro país? La ignorancia y la violencia saltan a ojos vistas.
La leyenda del Cadejo se refiere a un espíritu con forma de perro que cuida a los hombres ebrios que por las noches vagan por las calles de sus pueblos. Supuestamente, este espíritu es malo. Sus ojos son rojos y su pelaje de un negro profundo. Se considera malo porque, al cuidar a los bebedores consuetudinarios para que nada les suceda en su camino de regreso a casa, estos quedan invitados a volver a beber con la seguridad de que el Cadejo les evitará consecuencias funestas. El vicio, entonces, se fomenta. También existe otro tipo de Cadejo, este de pelaje blanco, cuya tarea es cuidar el caminar nocturno de niños y de mujeres.
El Win, por el contrario, es un personaje de leyenda que a nadie cuida. Su quehacer estriba en robarse a jovencitas que andan deambulando solitarias por las calles. Y con semejante persona confundieron a una desdichada nutria en San Alfonso.
Estos inauditos sucesos me evocan algunas disonancias y me provocan una apetencia.
Las disonancias:
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Las nutrias están desapareciendo. Necesitan de agua de río para poder vivir. Son animales en peligro de extinción y no hacen daño a los seres humanos.
Cuando yo era adolescente, nadaba en el río Cahabón, particularmente bajo un puente que está situado en una calle que conecta la ciudad de Cobán con la carretera que conduce hacia San Juan Chamelco. El lugar era paradisíaco. En las orillas del río había guayabales, y en el río se podían pescar peces, pequeños camarones y cangrejos. Y allí, eventualmente, se nos aparecían los famosos chuchos de agua, que no eran sino nutrias. Pocos años después, justamente en ese sitio desfogaron los desagües del hospital de la ciudad, y el paraíso terrenal terminó convertido en un estercolero. Y aún está así, aunque ahora quizá peor debido a que muchos otros desagües convergen debajo del puente Chiu.
En el 2017, la víctima fue un Cadejo (un inocente Potos flavus). Dos años más tarde, el mártir fue un Win. No eran ni lo uno ni lo otro. Pero ¿serán los pobladores de San Rafael Pacayá II y los de San Alfonso los únicos responsables?
En mi artículo titulado ¡Se tronaron al Cadejo!, publicado el 28 de enero de 2017, fui muy contundente. Argumenté en relación a los responsables de la muerte del micoleón: «También lo fueron quienes han depredado las selvas y acabado con muchos ecosistemas, los que tienen sumida a la población en la economía de subsistencia, los que han provocado el descalabro más grande que se haya visto en la educación guatemalteca y los fariseos que se rasgan las vestiduras para mitigar así su adeudo con la sociedad y con sus prójimos».
La apetencia:
En el entretanto, como llovido sobre mojado, parece que nos acercamos a ser un dichoso país seguro. Ojalá el Win y el Cadejo malo nos hagan el favor de transportar a los responsables de semejante torpeza a sus madrigueras: allí, donde, según las leyendas, los guardianes del averno no permiten la salida de quien entra a la oscuridad.
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