A manera de resumen, el proyecto de presupuesto para 2015 que el Ejecutivo presentó al Congreso: por el lado del gasto es reduccionista, sin espacio para políticas públicas; por el lado del ingreso es una apuesta irreal de recuperar la SAT, y con ello incrementar los ingresos; por el lado de la deuda contempla un déficit fiscal de 2.5% del PIB, en la que la esperanza de reducirlo es la incapacidad del gobierno para ejecutar. La situación de los ingresos es grave, y lo más seguro es que, otra vez, previsiones presupuestarias excesivas también generarán en 2015 un agujero fiscal, es decir, las entidades públicas tienen la autorización del Congreso para gastar, pero debido al incumplimiento de las metas de recaudación, el Gobierno no tendrá recursos suficientes para financiar el gasto presupuestado. Una receta para la conflictividad.
Por cuarto año consecutivo el Gobierno de Pérez Molina plantea un escenario fiscal mediocre, de continuidad para mal vivir, en el cual se recurre al endeudamiento público para sostener un gasto público insuficiente para contribuir a la solución de nuestros problemas, pero que de todas formas nos resulta oneroso y molesto. Si se piensa un poco, es una situación similar a la mediocridad de nuestro sistema electoral y de partidos políticos: un escenario político de continuidad para mal vivir, en el cual recurrimos a elegir a los mismos partidos políticos para que gobiernen sin capacidades ni credibilidad suficientes para contribuir a la solución de nuestros problemas, y que, también, de todas formas nos resulta oneroso y seguramente molesto. Tal como quedó demostrado con la pantomima del Tribunal Supremo Electoral al haber suspendido a los partidos políticos, suspensión que “convenientemente” levantó justo con la precandidatura de Sinibaldi.
Esta analogía debería ser una advertencia que requiere la mayor de las atenciones. Los políticos se preparan para publicar su oferta electoral, la cual lamentablemente se anticipa como una repetición de la retahíla diarreica de promesas, astuta y maliciosamente afinadas a lo que quieren escuchar audiencias masivas de desesperados. Los que aspiramos a una democracia funcional debemos encontrar y aprender a usar herramientas que nos ayuden a evitar que esta tragedia política se repita. En este sentido, el análisis de la oferta electoral desde la perspectiva de la política fiscal y el presupuesto es una herramienta muy efectiva para discernir entre propuestas legítimas y la basura demagógica.
Es urgente que la ciudadanía entera aprendamos a perder el miedo a los políticos, y usar todas las oportunidades que tengamos para actuar. Es imperativo informarse y pedirle a los centros de investigación y pensamiento que ayuden a estimar el costo de la oferta electoral. Cada vez que un político ofrezca algo, propongo que inmediatamente deberíamos encontrar la forma de preguntarle cuánto cuesta cumplir lo que está ofreciendo, cuánto tiempo tomaría logarlo, y muy importante, quién pondrá o de dónde provendrán los recursos (impuestos) adicionales para financiar lo que ofrece.
Porque, si las elecciones fueran este año, el presupuesto propuesto para 2015 sería el que el ganador ejecutaría en su primer año de gobierno. Tomando en cuenta que es reduccionista en el gasto, lo más probable es que los ingresos previstos no se recaudarán, y con un endeudamiento creciente, ¿podrá el ganador de las elecciones con este presupuesto cumplir su promesa electoral?
Notemos que si la respuesta resultara afirmativa, podremos decir que hemos dado un salto adelante y avanzado en madurez política. Si es negativa, confirmaremos que Guatemala sigue hasta el cuello de porquería demagógica.
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