Prédicas

Esas preguntas difíciles para el conferencista resaltaban la diversidad de las ideas, de posturas o de ideologías. Éstas hacían de las conferencias un espacio muy enriquecedor. También me llamó la atención que las instituciones no dudaran en invitar a personajes que no necesariamente concuerdan con las ideas que ellos predican. Esto último era aún más evidente en las universidades.

Ambas cuestiones son poco comunes en Guatemala. En nuestro país, las conferencias las dan personas afines a la institución que ofrece el espacio. Y las preguntas son mini discursos de reafirmación de las ideas de quien pregunta no de quien ofreció la conferencia.

Cuántas veces no nos dan ganas de salir corriendo de foros en los que los invitados se paran por 10 minutos a exponer sus ideas frente al conferencista, quien no tiene otra más que comentar el discurso. El problema con este tipo de actitud es que no fomentamos el diálogo. Éste es un ejercicio que nos obliga a respetar las ideas de los demás, pero sobre todo nos obliga a tener claridad en nuestras propias posturas. Hacer las preguntas adecuadas a los conferencistas implica investigarlos, cuestionar sus estudios, sus opiniones y sus acciones.

Tener prédicas entre curas no nos lleva a ningún lugar positivo como sociedad. Escuchar lo que nos gusta, cómo nos gusta, de quien consideramos es de nuestro mismo bando, no es una posición edificadora. El debate está perdido cuando no nos atrevemos a conversar con quien consideramos diferente.

Ojalá, los medios en Guatemala estuvieran más conscientes de este tema. Ojalá las universidades sean más universales. Ojalá los tanques de pensamiento promovieran estas actividades. Para mientras atrevámonos a asistir a las conferencias de quien consideramos contrarios, atrevámonos a leer a los del bando contrario, tratemos de formarnos un criterio propio.