Por un lado, el reporte de marras señala que la democracia en el mundo está en declive desde hace más de tres lustros. Hoy, veinte por ciento de la población mundial vive en países caracterizados como «libres», en contraste con casi la mitad de las personas en 2005. De acuerdo con los autores, pese a que un buen número de países establecían regímenes democráticos a finales del siglo pasado, en el presente siglo, líderes autoritarios (y corruptos agregaría yo) se han impuesto paulatinamente en cada región del mundo.
De allí que el presidente Vladimir Putin, quien no solo ha incitado la desestabilización de movimientos pro-democráticos en otras regiones del mundo sino también interferido en las elecciones de otras potencias occidentales, continúe su cruzada nacionalista protorusa en Ucrania y la región para afianzarse como potencia en un mundo en el que ni los europeos occidentales, ni Estados Unidos, parecen ser tan determinantes en el ajedrez geopolítico actual.
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Luego de la desaparición del bloque soviético y a falta de la tradicional dicotomía comunista/capitalista, hoy el mundo se queda huérfano de ideologías, entendidas éstas como esos idearios y valores que forjan un concepto de sociedad y cohesión política. Al contrario, un sistema único parece regir sin oposición alguna: el mercado. Conforme los ciudadanos se comportan más como consumidores y exigen la desideologización en la política como requisito para el ejercicio de sus libertades individuales, las nociones de solidaridad, colaboración, rendición de cuentas y pesos y contrapesos se van diluyendo. Incluso para sopesar y frenar un capitalismo desmesurado que crea cada vez más precariedades económicas e inequidades al interior de democracias más establecidas, no digamos en aquellas que apenas las inician.
Lo anterior facilita la confección de productos o líderes políticos autoritarios sin ideología alguna, como Donald Trump o Putin quienes, despreocupados completamente por cimentar instituciones que garanticen los principios elementales de la democracia y el bien común, logran satisfacer las aspiraciones y ambiciones de sus socios (influencia y riqueza) y apaciguan las inseguridades de sus bases respecto a los cambios demográficos, a saber, una supuesta pérdida de identidad, pertenencia y estatus social. Para muestra un botón: la insurrección pro-trumpista en el Capitolio para revertir los resultados electorales del 2020.
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A pesar de la aparente unidad de Europa occidental en el conflicto ruso-ucraniano frente a la escalada nuclear, lo que también parece estar en juego es el futuro de las democracias en Europa occidental. Independientemente de este conflicto, las fracturas sociales y la precariedad económica en países como Francia, con un sistema democrático de larga data, también han impulsado el descontento de las capas bajas y medias de la población. Al igual que en Estados Unidos, los ciudadanos no ven en los políticos ni en sus respectivos gobiernos una solución a sus necesidades inmediatas.
La falta de estabilidad laboral, la estagnación de los salarios, la inseguridad y la exacerbación de disparidades por la pandemia, también han legitimado e impulsado movimientos y políticos ultraconservadores para (re)establecer el orden, estigmatizando a los inmigrantes y minorías raciales y dividiendo al público para no abordar los temas de raíz detrás de la descomposición social provocada por políticas económicas neoliberales.
Así las cosas, en Ucrania se libra la madre de todas las batallas en nombre de la libertad y la democracia. Pareciera como que la suerte del mundo entero dependiera ahora de la resistencia y sacrificio de los ucranianos liderados por su irreductible presidente, Volodymyr Zelenskyy. Sin embargo, como indicara Henry Kissinger en 2014, ante la anexión rusa de Crimea: ¿no habría sido más estratégico para europea occidental y sus aliados considerar a Ucrania, no como una frontera para contrarrestar el auge ruso y prevenir este y aquel conflicto, sino como un puente entre el Oeste y el Este, apoyando su autonomía y democratización sin forzar su entrada a la OTAN?
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