La razón es muy clara: hastío de las burlas y los fraudes de la clase política. Frustración, desesperanza, escepticismo. La población no está dispuesta a tolerar más el vertiginoso crecimiento de la impunidad y el descaro.
Del abanico de posibilidades de reacción (desobediencia civil, motines espontáneos u organizados, activismo pacífico, voto nulo), la última parece la menos dañina, pues necesita de elecciones democráticas para expresarse.
Una vez emitido el voto nulo, la población esperaría los resultados de las elecciones para confirmar las dimensiones del descontento. Se experimentaría un sentimiento de reivindicación y la sensación de haber transmitido un mensaje inequívoco de rechazo a la mafia dentro de la política.
Muy bien. Quienes votaran nulo se habrían desahogado.
Cabe preguntar: ¿qué resultado, qué cambio se alcanzaría? En el plano colectivo, los resultados del voto nulo no pasan de sanción moral. Sanción sin efectos prácticos.
Siendo que la población parece inclinarse por una expresión por la vía democrática, vale la pena explorar opciones con mejores retornos.
Pero antes de eso hagamos un rápido análisis matemático y político de los efectos reales del voto nulo.
Supongamos que votan 100 personas (tomaré la licencia de usar números en vez de caracteres para expresar las cantidades). Según la legislación vigente, gana quien obtenga la mitad más uno de los votos válidos, o sea, 51. Si hubiera 10 votos nulos, entonces de los votos emitidos habría 90 votos válidos. Ello significa que gana quien obtenga la mitad de 90 más 1: 46. Cada voto nulo (o en blanco) reduce la cantidad de votos necesarios para la mayoría ganadora, pues disminuye en uno la cantidad de votos válidos.
Entonces, el efecto práctico del voto nulo es que beneficia directa y gratuitamente al candidato que vaya en primer lugar al reducirle más y más la cantidad de votos que necesita para ganar.
Una encuesta reciente indica que la intención de voto nulo es de 24%. Eso quiere decir que, en vez de 51%, quien vaya en primer lugar ganaría con 38% de los votos. En otras palabras, una alta proporción de voto protesta-nulo llegaría a facilitar la victoria en primera vuelta de quien encabece el conteo de votos. Eso no sería como pegarse un tiro en el pie, sino en el pecho.
La pregunta lógica es: entonces, ¿qué hacemos?
He aquí una propuesta, quizá descabellada, quizá merecedora de incredulidad, pero en todo caso tan descabellada y generadora de incredulidad como el llamado para la manifestación del 25A.
Hay que votar por quien adopte públicamente algunos compromisos básicos. No declaraciones vagas (combate a la violencia, mejoramiento del nivel de vida, transparencia…), sino asuntos muy concretos que permitan ejercer auditoría social. Estas son algunas ideas:
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Dentro de los primeros 100 días de gobierno, instalar un registro biométrico de los empleados públicos (lectura de iris o huellas digitales) para controlar asistencia y acabar de una vez por todas con las plazas fantasma, que tanto drenan recursos públicos y enriquecen a los ladrones.
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En el mismo plazo, presentar al Congreso una propuesta de ley de servicio civil para terminar con el compadrazgo y la pillería en la asignación de puestos públicos.
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Aumentar la carga tributaria al menos un punto porcentual por año de gobierno.
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Hacer pública la declaración patrimonial de todo burócrata con un puesto de dirección.
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Siguiendo los procedimientos para la formulación de políticas públicas, impulsar un proyecto de ley con reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos a fin de acomodar el clamor popular para la depuración del Organismo Legislativo.
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Promover un plebiscito para la reforma constitucional.
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Acabar con la práctica de compras por excepción, convertida en norma por las alianzas mafiosas público-privadas.
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Reorganizar el gasto público sectorial según recomendaciones de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Por supuesto que hay más, mucho más, pero unos 10 compromisos básicos causarían un sunami sociopolítico sin precedentes.
Quien asuma solemnemente los compromisos tendrá el voto. La auditoría social se activaría.
El voto es poder. Usarlo es obligación ciudadana. Desperdiciarlo sólo agrava la terrible situación actual.
¿Utopía? En definitiva, sí (si no se intenta). El poder de las redes sociales multimedia (tipo Facebook, Twitter, YouTube, WhatsApp, Google+, etcétera) permite la promoción masiva de semejante atrevimiento ciudadano. Si no se logra, al menos quedaría claro que hay un renacer de ciudadanía que podría encontrar la manera de convertirse en expresión legítima de fuerza colectiva. Se habrá impulsado, además, una inédita campaña de educación cívica.
Es preferible fracasar en este intento y no empeorar las cosas ingenuamente con el voto nulo.
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