Por la irreverencia hacia el optimismo

Si era posible pensar en una Guatemala diferente, y por lo tanto si valía la pena no bajar los brazos y seguir intentando opciones políticas y de política ajena a lo que hoy vivimos.

La respuesta casi unánime, fue no. A veces me lo decían después de una argumentación larga llena de datos y hechos, otras con un par de risitas que alivianaban el comentarios. Me pregunté, dada las personas con las que hablaba, sabiendo que eran ellos –nosotros– los que podíamos pensar críticamente nuestra situación, podíamos crear argumentos y discursos cuestionadores de la manera en cómo los políticos (de todo nivel) y los empresarios en este país creen que se gana con la vida de los otros, cuál sería la respuesta de los que están más expuestos a una cotidianidad más cruda.

Si para terminar el año, el gobierno se despidió con el bajo trato y las obscenas declaraciones sobre cómo tratar un conflicto como el de La Puya, comenzamos este con un acuerdo gubernativo 370-2012 que aúlla por la impunidad y muchas otras noticias que suman al tanate de problemas que tenemos y a la confusión general de los que no sabemos por dónde comenzar, empujándonos violentamente a la frustración. En Guatemala no solo es lo duro, sino lo tupido.

No culpo a los que dicen que no se puede tener un futuro diferente en Guatemala y desconfío un poco de los que andan proclamando que el país cambia con solo ser optimista. Ya M. Andrade, me aclaraba que el optimismo no puede confundirse con la fe ciega. No se puede ser optimista porque sí, deben existir razones, aún para el optimismo. “Un optimismo que se apoye en hechos; un optimismo contextualizado”, me dijo. Antes de ser optimistas se debe entonces construir las razones para poder estarlo, el optimismo no es gratis. Sin embargo, también es necesario como motor de sana voluntad, de respetable perseverancia y constante lucha.

Una puerta de entrada importante para el optimismo es la crítica, ya mucho se ha dicho de ella en los espacios de otros columnistas. Se ha profundizado en ella, cada vez es más lúcida y comprometida, y me atrevo a decir también, más aguerrida. Y hay otras puertas, como la de la irreverencia. Ya no es tiempo de ser respetuosos con aquellos funcionarios públicos, líderes sociales, académicos, con el o la que tiene una cuota de poder y por lo tanto responsabilidad de cuestionar las dinámicas corruptas e injustas en todo espacio y momento. La reverencia al Señor Presidente, al Don Diputado, al Excelentísimo Líder son costumbres de siglos atrás que ya no se pueden vivir hoy.

Confío que la irreverencia creativa nos conduzca a un optimismo que se apoye en muestras ciudadanas reales (pocas, muchas, no importa, si existen). La irreverencia es contagiosa y se vive a diario. Que este año nos traiga mucha irreverencia: al miedo, a la política guatemalteca y sus secuaces, a los empresarios y sus marufiadas, a la muerte, a la indiferencia.