Producto de esa propuesta, en 1982 se creó la Dirección de Asuntos Civiles del Estado Mayor General del Ejército (conocida como “D-5”), y en 1983 se codificaba como “S-5” la unidad militar especial denominada Sección de Asuntos Civiles y Desarrollo Comunitario. En estas unidades operaron soldados cuyas armas no eran de fuego, pero no por ello menos tenebrosas.
Según consta en los manuales de la época, parte de las actividades más importantes de las unidades S-5 fueron las operaciones de guerra sicológica. El ex ministro de la Defensa Héctor Gramajo Morales opinó que estas técnicas “constituyeron la manera más eficiente para combatir el terrorismo”.
Las operaciones de Asuntos Civiles alcanzaron un alto grado de sofisticación. Plantearon un mito de renacimiento y la concepción del maya autorizado. Este mito de renacimiento consistía en una política de un hombre nuevo, un país nuevo, una Guatemala nueva: una aldea arrasada era recreada, renacía como una aldea modelo nueva, un “polo de desarrollo”. El ejemplo emblemático fue la aldea Tzalbal, en el municipio de Nebaj, Quiché. El 30 de abril de 1984, el jefe de Estado inauguró la nueva Tzalbal. En su entrada, un rótulo decía “Una aldea renacida”, mientras que en los restos quemados de la aldea original se escribió “Recuerdo de la subversión”.
La concepción del maya autorizado era la aplicación del discurso de “renacimiento” y “protección” al indígena. Una visión profundamente racista, que trataba a los indígenas como un niño que necesita ser disciplinado, ladinizado, convertido en empresario. En el lenguaje militar de la época, el indígena debía ser “forjado”. Así el prototipo del maya autorizado pretendía despojar de su historia a los indígenas, quitándoles su capacidad para actuar, su anhelo por una vida digna.
Sin duda, una de las expresiones más vergonzosas del profundo racismo enquistado en la concepción del maya autorizado fue Polín Polainas, la mascota epónima de los “polos de desarrollo”, aparecida en las contraportadas de dos ediciones de la Revista Cultural del Ejército, publicadas por su Departamento de Información y Divulgación entre 1984 y 1985. Polín Polainas era la caricatura de un ixil de piel clara, semblante alegre y dócil, vistiendo su traje tradicional y polainas como las que usaban los integrantes de la Brigada Militar Guardia de Honor, desplazado de su tierra natal en Quiché y reasentado en Sololá.
Al analizar toda esta —perturbadora— historia, cabe preguntarse: ¿Por qué el Ejército se vio en la necesidad de desarrollar las unidades de “asuntos civiles”? ¿Por qué el arsenal convencional del Ejército tuvo que complementarse con la guerra sicológica?
Las respuestas a estas preguntas tienen actualidad y vigencia. Me resultó inevitable pensar en ellas al leer el reportaje “Viaje al Polochic”, de Andrea Tock, y las entrevistas a Walter Widmann, del ingenio Chabil Utzaj (por Enrique Naveda) y a Jorge Macías, de la Fundación Guillermo Toriello (por Andrea Tock), todas publicadas en Plaza Pública (excelente trabajo de investigación periodística).
Y es que me parece que el “enemigo” que el Ejército no pudo vencer con tierra arrasada y masacres (mucho más que desalojos violentos), y para el cual tuvo que recurrir a la guerra sicológica, posiblemente sea el mismo que está detrás de la demanda por tierra. Es el mismo que explica por qué aunque un campesino q’eqchi’ que tiene una “casa”, es capaz de arriesgar su vida para procurar alimento para su familia.
Se trata de una lucha por una existencia digna, el anhelo de no tener que ser “forjado”. Si una ofensiva general del Ejército de tierra arrasada y masacre no pudo con ese “enemigo”, creo que debe reflexionarse que tampoco se le vencerá hoy con unos cuantos tractores, destruyendo milpa y quemando unos ranchos de vivienda temporal. Si el enemigo es el anhelo por una vida digna, la historia ya nos mostró que no puede vencérsele negándolo. Hay que entender que Polín Polainas no existe.
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