En una de nuestras caminatas, me explicó que un tractor que veíamos en la distancia estaba tratando de construir una barrera para proteger del mar lo que aparentaba ser, no una casita, sino una mansión de playa. Las construcciones que se hacían cada vez más evidentes en el lugar –con escasa planificación obviamente-, habían ido desplazando la playa. Dada la proximidad con la propiedad, el mar con su potente alcance se la iba comiendo. El propietario, con tal de salvar su no tan insignificante casa, trataba de vencer nada más y nada menos que al coloso océano, tal Sísifo, acarreando con tractor la arena a fin de contener el agua, para volver a repetir la misma faena sin éxito. Hace casi diez años que no vuelvo al lugar e ignoro si salvó el chalet, pero no puedo imaginar la cantidad de dinero que el tipo invirtió en tan absurda empresa.
De esto me recordé la semana pasada cuando por las redes sociales me enteré de la casa construida en la cima de una de las montañas sobre la carretera a El Salvador, cuyo jardín y cerco de concreto se derrumbaron sobre el paso vial, poniendo en peligro la vida no sólo de los trabajadores y futuros inquilinos –si todavía tienen coraje de ir a habitar esa morada-, sino de la población que diariamente se desplaza sobre esos carriles que conectan ostentosas pero también humildes localidades.
Los dueños, con la complicidad o negligencia planificadora de las autoridades municipales, creyeron que invirtiendo millones de quetzales podían desafiar y domar a las fuerzas de la naturaleza, si bien es sabido que las laderas en Guatemala son sumamente vulnerables durante las copiosas lluvias de invierno, máxime por los efectos de la deforestación y erosión de los suelos en las últimas décadas, no digamos las fallas sísmicas.
Traigo estos casos a colación pues recientemente vi un reportaje sobre un estudio publicado por la Universidad de California en Berkeley, en el que los autores prueban que las personas, mientras más alto es su estatuto socioeconómico, más se aprovechan de su situación e incurren en comportamientos antiéticos. O sea, las personas con mayores recursos económicos tienen mayor propensión que las personas pobres a comportarse deshonestamente; desde quebrantar la ley, hasta robar y mentir durante negociaciones para su propio beneficio.
Los distintos estudios empíricos que conforman el reporte “Clase social y comportamiento antiético” prueban que el sentido de superioridad de las clases pudientes y la indiferencia de los efectos de sus acciones sobre los demás, son consideradas por los autores como normas culturales compartidas entre las clases altas, lo cual facilita un comportamiento antiético. Estos individuos también muestran preferencias positivas hacia la codicia, con lo que los autores advierten sobre cómo este comportamiento (¿o antivalores?) podría acrecentar las disparidades sociales.
Sería interesante tratar de diseñar algún estudio psicométrico similar que mida el nivel de responsabilidad social y cómo se asocia con clases sociales, utilizando varios instrumentos y preguntas que pudieran ayudar a entender los incentivos detrás de la acumulación de riqueza y las desorbitantes disparidades e inequidades en Guatemala. ¿Será que a mayores privilegios, mayor es la irresponsabilidad hacia los demás? ¿A qué se deberá que el país tenga la mayor flota de helicópteros y aviones privados en la región? ¿Por qué se emiten licencias para que los acaudalados puedan saciar sus caprichos a expensas del equilibrio ecológico y natural? ¿Qué es lo que más influye para contravenir con los estudios ambientales poniendo en zozobra a comunidades enteras? ¿Poder, dinero, influencia? ¿Quiénes los acceden más fácilmente?
Este recurrente desastre es una de tantas pruebas de que todo el dinero del mundo no puede comprar aquello que distribuido equitativa y eficientemente beneficiaria a la mayoría sin distingo alguno: bienestar y seguridad. Ahora también les tocó a los “pobres” ricos una probadita.
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Y bueno amigos lectores clasemedieros, ni tan ricos ni tan pobres, pero solidarios: ¿por qué no aportar su granito de arena para la producción de Abuelos y Nietos Juntos: Two Generations Together, el proyecto documental más reciente de Luis Argueta (El Silencio de Neto, abUSados: La redada de Postville)? Cualquier aporte monetario es bien recibido por el equipo productor.
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