Aunque en Guatemala somos todavía solo un 16% de habitantes que tenemos acceso a Internet (datos de 2010, International Communication Union), aproximadamente el 70% la usamos para comunicarnos en redes sociales. Creando textos y circulándolos. Diseñando, desechando o acuerpando opinión.
Y es aquí donde se arma lo que Michael Warner llama los “públicos y contrapúblicos”. Poco a poco uno ve cómo van surgiendo adeptos y adversarios alrededor de ideas y textos con los que poco se sie...
Aunque en Guatemala somos todavía solo un 16% de habitantes que tenemos acceso a Internet (datos de 2010, International Communication Union), aproximadamente el 70% la usamos para comunicarnos en redes sociales. Creando textos y circulándolos. Diseñando, desechando o acuerpando opinión.
Y es aquí donde se arma lo que Michael Warner llama los “públicos y contrapúblicos”. Poco a poco uno ve cómo van surgiendo adeptos y adversarios alrededor de ideas y textos con los que poco se sienten identificados o contrariados. Usuarios y avatares van tomando posición. Con diferentes técnicas e intensidades. Desde dar un click a “me gusta” o retuitear mensajes hasta posiciones más involucradas, comentando y participando en ciberdebates que otros internautas también podemos presenciar desde el otro lado de la pantalla.
En estas olas de opiniones está la riqueza y la posibilidad de evolución de las sociedades. El divino tesoro de la libertad de expresión. El decir lo que nos gusta o disgusta y ver lo que gusta o disgusta a otros. Las redes sociales tienen el potencial de romper el alambre de aquello que Noelle-Neumann conceptualizó como la “espiral del silencio” en la que se enredan y estancan las sociedades que solo escuchan al mainstream o corriente dominante. Seudodemocracias sordas a todo lo que sea contrario a la opinión de la masa o del poder.
Los medios digitales nos dan ahora la oportunidad de romper con la inercia y lograr la generación de públicos y contrapúblicos que enriquezcan las opiniones y dinamicen los debates. Pero la cosa no es tan fácil. Al menos no cuando chapinizamos el asunto. Hay un peligro latente de reproducir intransigencia, intolerancia e incapacidad de discusión. Es claro que nuestro pasado de represión, agresividad, discriminación y polarización, sus efectos tiene.
¿Ejemplos? Echen un vistazo a las discusiones en línea desatadas por el lanzamiento del video de Arjona y la campaña de Pepsi. Al inicio fueron comentarios sueltos lanzados al ciberespacio. Poco a poco fue tomando calor de debate. Posiciones fueron encontrándose y contraponiéndose en forma de blogs, tuits y notas de opinión. Nada más enriquecedor. El problema viene cuando uno observa actitudes ofensivas, cerradeces defensivas e incluso algo que llamaría “violencia textual”.
He ahí el reto que tenemos los (ciber)ciudadanos en estas tierras de (su)realidades tan intensas. Es una oportunidad pero también un reto asumirnos como nuevos hacedores de opiniones, con nuevas herramientas para armarlas y nuevas plazas para circularlas. Y aquí un aplauso de pie al proyecto Plaza Pública en su primer aniversario de vida el 22 de febrero. Primera plataforma digital de información y debate en su género en nuestro país. Una plaza para ejercitar la libre circulación de públicos y contrapúblicos.
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