Periferia por puro y animal instinto (del psicólogo en el palco)

Será como una especie de palco privilegiado en el que, cual espectadores, nos acomodamos en el graderío para ver el show. Y yo pienso en el meme de Michael Jackson emocionado comiendo poporopos mientras, en la pantalla, la monstruosa bestia acecha a la desvalida dama, que en este caso sería el país. País con pe de película, de pánico, de parálisis.

Hoy lo confieso: los psicólogos nos sabemos altamente indefensos ante la vorágine que es esta tierra. Tierra abonada con genocidios y sangre, con fuego de volcán y pasto.

Nos sabemos también en el palco, palco con pe de periferia, asiento VIP y vista completa a lo que es exterior y ajeno, aunque aún cercano. Digo, como aquello que apretamos contra el pecho y rodeando con las manos, si es que estuviésemos hablando de un abrazo.

La periferia es frontera, esa que soñamos cruzar, buscando una vida menos jodida: ya sea por trabajo mal pagado o por vacunas salvavidas, según nos lo permitan el bolsillo y el pasaporte. Aquí ya no crece la vida: migramos a cualquier periferia para aferrarnos a lo que nos contaron que es la vida, para sobrevivir aunque no estemos seguros de si esta sigue siendo una buena idea.

El psicólogo en la periferia es, entonces, un puente entre dos realidades equidistantes: la dantesca cotidianidad tan horrenda e irreal y el futuro que promete un esperanzador apocalipsis que acabará con todo y todos.

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El psicólogo, un débil eslabón entre esta realidad jodida y seres que han sido obligados al confinamiento, al miedo y a la obediencia ciega. Millones de pobres compatriotas que por razones de negación y aspiración no creemos serlo, mediocres, serviles, sin la más mínima empatía y completamente cerrados a la posibilidad de formarnos un criterio. Seres que nos reducimos a repetir cualquier palabrerío sin sentido y a utilizar argumentos indefendibles como escudo. Entes que, como chuchos penqueados, peleamos contra todo y todos, tal vez defendiendo esas necesidades vitales que, decía el buen Maslow, garantizan la supervivencia. Quijotes delirantes ante la bestia de un gobierno nefasto en batalla a muerte sobre suelo de lava y abismos. Tres caídas, sin límite de tiempo, máscara contra cabellera.

«A vencer o a morir llamará». Muy darwiniano el asunto.

Históricamente, este es un momento inesperado y difícil tanto para el país como para el psicólogo. La lejanía y vista que nos ofrece la periferia debería servirnos de espejo para entender que regresar a la normalidad no es opción.

Y el psicólogo lo sabe: la palabra no sirve de mucho, pero es que el silencio lo convierte en cómplice de todo lo que está mal. Y entonces, desde su palco (palco con pe de periferia) critica, señala y construye. Construye muros y trincheras con palabras.

«Y entonces —con voz de analista serio—, ¿te sentís agobiado como nuca antes?, ¿sentís que el corazón ya no te da para más? Felicidades. La tragedia ajena no te es indiferente. Sos un ser humano funcional. Y es que, en este preciso país, ser humano es el más suntuoso de los lujos».