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Pequeños refugiados: la separación familiar no empezó este año

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Pequeños refugiados: la separación familiar no empezó este año

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El 7 de mayo de este año, el actual fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, presentó en conferencia de prensa su política de Cero Tolerancia. Los migrantes indocumentados serían procesados como criminales por el Departamento de Justicia—antes responsabilidad del Departamento de Seguridad Nacional—. “Si haces pasar a un niño (por la frontera), te vamos a procesar, y ese niño puede que sea separado de ti”, advirtió Sessions. El 20 de junio el presidente Trump firmó una orden ejecutiva para terminar con la política de Sessions, pero para entonces se reportaban ya más de 12,000 niños y niñas que permanecían solos en albergues. De estos, unos 2,500 podrían haber sido separados de sus padres. Autoridades médicas en Guatemala y Estados Unidos, y expertos en migración aseguran que esto no es nuevo y que los efectos posteriores en los y las pequeñas migrantes son devastadores.

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Nombre: Olga

Edad: 18 años

Lugar de origen: Guatemala

Olga, de 18 años y embarazada, fue recibida en un albergue en México en 2016. Sin embargo, su idioma materno —y el único que hablaba— era Mam y nadie en el albergue lo hablaba. Por varios meses pasó aislada. La gente y otras albergadas tildaron a Olga de loca. Decían que Olga no se comunicaba, hacía cosas extrañas y hablaba sola. Una caravana de madres centroamericanas pasó por el albergue y algunas de las madres, usando otros idiomas mayas, finalmente lograron entender lo que ocurría. Olga no estaba loca, lo que ocurría es que nadie podía entenderla. Ahora está de vuelta en Guatemala.

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La crisis de 2014 y un tal Jeff Sessions

Entre octubre de 2013 y junio de 2014, hasta 80 mil niños y niñas de México, Guatemala, El Salvador y Honduras se presentaron en la frontera sur de Estados Unidos no acompañados. Los niños entonces se entregaban a las autoridades fronterizas esperando recibir un tipo de visa humanitaria. En ese entonces a los menores, en términos legales, se les llamaba Unaccompanied Alien Children o UAC. Los niños y niñas iban huyendo de la pobreza extrema y de las pandillas, entre otras razones.

Luego de que un niño o niña se entregaba a un agente fronterizo, eran ingresados a un centro de detención bajo la custodia del US Immigration and Customs Enforcement, o ICE. Los menores, por ley, no podían estar más de 72 horas detenidos en estos centros que, a propósito, no tenían (y no tienen) las condiciones para albergarlos correctamente o atender sus necesidades. Sin embargo, Border Patrol se quejó de grupos de personas que llevaban menores con el único fin de ser liberados más pronto, pues las políticas los obligaban a liberarlos en un máximo de tres días. Muchos de estos niños o niñas no tenían relación con los adultos del grupo y eran utilizados para evadir la prisión.

Después de esos centros, bajo lo establecido por el Flores Settlement, los niños pasaban al Health Human Services o HHS. Dentro del HSS está la Oficina de Reasentamiento de Refugiados, o ORR, por sus siglas en inglés. ORR dirige los centros de detención, que ellos llaman albergues. Los niños pasaban a estos albergues que están por todo el país. Pero, si los menores tenían algún familiar en Estados Unidos, eran liberados y entregados a la familia. Si no había un familiar en el país, o uno que esté en la mejor posición de atender a este niño o niña, entonces eran detenidos de forma indefinida. Eso o eran deportados.

Luego de ser entregados a sus familiares, los menores debían atravesar un proceso de entrevistas en cortes migratorias para aspirar a la tarjeta de residencia permanente en Estados Unidos o Green Card.

Así era antes, en 2014.  Un niño o niña, coyote, la frontera, Unaccompanied Alien Children, aduana o Border Patrol, ICE, ORR, albergue, familia, juzgado… Pero luego, el 7 de mayo de este año, Jeff Sessions —descendiente de migrantes ingleses, escoceses e irlandeses— aseguró que no iba a permitir que el país fuera agobiado: overwhelmed.

Sessions declaró que a partir de ese momento el Departamento de Seguridad Nacional iba a ceder el 100% de casos de cruces fronterizos ilegales al Departamento de Justicia y que los migrantes serían procesados como criminales. “Estoy estableciendo una política de cero tolerancia por entradas ilegales en nuestra frontera”, afirmó. “Si cruzas nuestra frontera de forma ilegal, entonces te vamos a procesar (…) Si haces pasar extranjeros ilegales, te vamos a procesar”, agregó. “Si haces pasar a un niño, te vamos a procesar; y ese niño puede que sea separado de ti, como lo pide la ley”, dijo y continuó hablando con una leve sonrisa, acaso cínica, en su rostro. 

Días después el Departamento de Justicia de Estados Unidos lanzó un documento que detalla más de lo impulsado por la política de Sessions. Lo principal es que para que extranjeros, o aliens, puedan calificar para asilo deberán demostrar que tienen miedo a ser perseguidos en su país de origen por su raza, religión, nacionalidad, opinión política o por formar parte de algún grupo en específico. El documento añade que quienes citen violencia doméstica y violencia de pandillas como su motivo de pedir asilo este “generalmente”, será negado. “El simple hecho de que un país pueda tener problemas vigilando efectivamente ciertos crímenes, o que cierta parte de la población sea más propensa a ser víctimas de crímenes, no establece una solicitud de asilo”, remata el texto.

Y si bien el documento no hace mención a la separación, la crisis inició.

“Que hayan decidido presentar públicamente la política de Cero Tolerancia ahora es algo calculado”, argumenta la escritora mexicana Valeria Luiselli en entrevista con Plaza Pública, quien trabajó como intérprete en las cortes migratorias de Nueva York tras la crisis migratoria del 2014. “Es una estrategia para infundir temor y ‘prevenir’ que la gente venga. Es un policy of deterrence”.

Seis semanas después, el presidente Trump, firmó una orden ejecutiva que ponía fin a la política de Sessions. Sin embargo, se reportaron que más de 2,500 niños y niñas  habían sido separados de sus padres y que habían más de 12,000 menores en albergues en al menos 15 estados del país. Adicionalmente, el gobierno federal de Estados Unidos ofreció que para el 26 de julio todas la familias sería reunidas.

Miembros del Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial (ECAP) en Guatemala, afirman que llevan trabajando con niños y niñas que fueron separados de sus familiares en la frontera y han retornado desde 2013, antes de la llamada Crisis Migratoria de 2014. Así mismo, Betraying Family Values, el reporte realizado por Women’s Refugee Comission, el Servicio Luterano para Refugio e Inmigración, y Kids in Need of Defense (KIND) afirma que estas separaciones han ocurrido desde 2012. El reporte demuestra de forma extensa cómo varios niños y niñas a pesar de que estén acompañados por su padre o madre, son registrados como unaccompanied —no acompañados—, muchos de ellos durante la crisis de 2014. “Se hacía, pero no se decía tanto”, dice Marleny Marroquín, psicóloga de ECAP quien ha tratado a varios de estos niños. “Esto viene pasando desde el gobierno de Obama”, agrega.  El reporte apunta que entre 2014 y 2015 hasta 65% de los migrantes que viajaban con otros familiares eran separados y que el 13% de esas separaciones incluían la separación de, al menos, un niño.

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Nombre: Daxany y Ervin

Edad: 5 años y 15 años

Lugar de origen: Honduras

A mediados de 2016, Daxany, de 5 años, y su hermano Ervin, de 15, acompañados de su madre, Cristina, llegaron a Estados Unidos buscando protección y asilo. Los tres fueron llevados a una celda en Customs and Border Protection (CBP). Una hora más tarde los oficiales despertaron a los niños y le dijeron que se despidieran de su madre. Ervin escuchó a los oficiales decir que como su madre ya había sido deportada una vez no podía quedarse con sus hijos. Ervin experimentó tristeza severa durante la separación. Los hermanos fueron entregados a su padre dos semanas después. Fue hasta dos meses más tarde que ICE dejó ir a Cristina quien finalmente fue reunificada con sus hijos.

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Efectos de la separación

Al preguntarle a la pediatra estadounidense Marsha Griffin, sobre los efectos físicos que tiene la separación en los menores, lo primero que dice es: terror. “No hay manera de describir el miedo y terror de haber sido separados de los brazos de sus padres”, añade en entrevista por teléfono con Plaza Pública. Griffin es directora de Community for Children y ha tratado a varios niños y niñas detenidos y separados en la frontera.

La doctora describe que un niño o niña durante una situación como esta, de miedo, su cuerpo segrega epinefrina y hormonas del estrés que causan que el corazón lata más rápido de lo normal, que los ojos se dilaten, temblores en las manos y sudoración. “Y esto va a tener un terrible efecto en su desarrollo”, puntualiza, “puede que dejen de hablar, que lloren todo el tiempo”. A esto, Marroquín, psicóloga del ECAP, agrega ansiedad, inseguridad y desconfianza, así como pesadillas. Marroquín señala que hace poco recibieron el caso de una joven que mostró cuadros esquizofrénicos en el albergue.

Algunas de las estrategias que los agentes utilizan para separar a los menores de sus padres es decirles que van a tomar una ducha, por separado, y luego, simplemente, no los reunifican. Otras veces dos agentes los procesan de forma separada y, mientras avanzan en el proceso, los van separando poco a poco. Y muchas veces la separación ocurre violentamente y a la fuerza.

Griffin compara la separación a un secuestro, por la agresividad y los efectos posteriores.

Las razones de la separación antes de la Política de Cero Tolerancia, según Betraying Family Values, iban desde que el agente fronterizo determina que es en mejor interés del menor o en forma de castigo. El documento cita un ejemplo en el que una madre trató de huir junto a su niño de la policía para evitar ser capturada. Los agentes decidieron separarlos. La razón desde el 7 de mayo de este año es, simplemente, acatar lo sugerido por Session. “Sugerido”, resaltan los expertos, pues la Zero Tolerance Policy es eso, apenas una política, no una ley.

La doctora Griffin asegura que, a pesar de que algunos niños y niñas reciben acompañamiento médico y algunas de sus vacunas, hay pocos pediatras disponibles, “si es que hay alguno”, afirma.

Community for Children y el ECAP denuncian que han tratado con menores que han sido medicados de forma incorrecta. Pequeños que lloran y lloran porque extrañan a su madre, reciben tratamiento anti-depresivo sin ser diagnosticados. Si bien la psicóloga Marleny Marroquín del ECAP asegura que sí hay casos de niños y niñas que sufren de depresión o de episodios depresivos, muchos reciben el medicamento para que “dejen de molestar”.

Se han registrado también casos de niños y niñas que no hablan siquiera español, esto, puntualiza la doctora Griffin puede desencadenar episodios depresivos, desconfianza, ansiedad, soledad e incluso provocar tendencias suicidas. Marroquín añade que la experiencia que vive un niño o niña que no puede comunicarse puede impactar también en la construcción de su personalidad y volverlos más retraídos. “Yo pensaría que las autoridades agruparían a todos los niños que hablan idiomas mayas, por ejemplo, pero no lo hacen”, dice, decepcionada.

Valeria Luiselli señala que, durante la crisis de 2014, la mayoría de ayuda para que los niños y niñas que hablaban idiomas mayas pudieran comunicarse, provino de la sociedad civil, de organizaciones que gestionaron los fondos necesarios para llevar a los intérpretes a las cortes.

Todo este maltrato, añade la doctora Griffin, se suma al trauma que experimentaron durante su viaje a Estados Unidos, donde estuvieron en riesgo de violaciones, asaltos y asesinatos.

Esteban Biba

 

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Nombre: Rosa y Emilia

Edad: 5 años y 7 años

Lugar de origen: Guatemala

 

En 2011, la madre de Rosa y Emilia dejó a sus hijas al cuidado de su madre en Guatemala y viajó indocumentada hasta Long Island. En Estados Unidos ella ahorró por tres años para pagarle el coyote a sus hijas—aproximadamente $US3 mil por cada una—. La noche antes del viaje la abuela cosió en sus vestidos el número de teléfono de su mamá. El coyote se llevó a las niñas, junto con un primo. En la frontera fueron separados del primo. Pasaron mucho tiempo bajo la custodia de ICE donde, “pasaron más frío ahí que nunca”, cuenta la escritora mexicana Valeria Luiselli, luego pasaron unas semanas en un albergue hasta ser finalmente reunidas con su madre en el Aeropuerto de JFK de Nueva York. Tiempo después iniciaron las entrevistas con intérpretes y abogados. Emilia respondía por las dos. El español es su segundo idioma.

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Nombre: Manolo

Edad: 13 años

Lugar de origen: Honduras

Manolo no conoció a su papá y no tuvo relación con su madre. Creció con su abuela y sus dos primas. Luego la abuela falleció y la responsabilidad recayó en su tía, que vivía en Long Island y les enviaba dinero cada mes. La mara 18 quería reclutar a Manolo, pero él se rehusó. Un día, varios miembros de la pandilla lo estaban esperando afuera de su escuela. Lo persiguieron a él y a su mejor amigo por varias cuadras hasta que uno de los pandilleros disparó. La bala mató al mejor amigo de Manolo, haciéndolo caer a su lado. No fue al funeral de su amigo por miedo de salir de su casa. Su tía entonces pagó por el coyote. Manolo se fue en camión hasta la frontera con México, luego a Arriaga donde se subió a La Bestia. Estuvo en las manos de ICE por un tiempo y pasó por albergues también. Después llegó con su tía. Al tiempo que Manolo dejó Tegucigalpa los pandilleros empezaron a amenazar a sus primas. La tía de Manolo, madre de las niñas, pagó US$3 mil por cada una para sacarlas también de Honduras.

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La reunificación no es suficiente

Los niños y niñas retornados que recibe el ECAP, primero son entrevistados por Kids in Need of Defense (KIND). Luego, el ECAP platica con la familia para ver si en efecto desean que el menor tenga un acompañamiento psicológico. “La mayoría de veces dicen que sí”, asegura Marroquín.

Cuando el menor regresa a Guatemala —en vuelos particulares, únicamente los mayores aterrizan en la Fuerza Aérea— ECAP acompaña a la familia a la recepción de sus hijos. ECAP brinda transporte y alimentación. Un mes después el ECAP realiza una visita a domicilio para identificar las necesidades del niño o niña retornada. Muchos de ellos y ellas necesitan corregir su alimentación, otros sí requieren un acompañamiento psicológico.

Las sesiones con los menores más pequeños inician con juegos, el psicólogo o psicóloga dibuja con ellos y ellas para generar confianza. Parte de la labor de los y las terapeutas incluye promover que los menores, y especialmente los jóvenes, elaboren un proyecto de vida dentro de su comunidad.  

Sin embargo, en muchos casos, la reunificación no es suficiente.

Marroquín cuenta que algunos  padres le han contado que sus hijos ya no tienen la energía de antes, que ya no juegan ni quieren salir a la calle. “Esto es producto de esas experiencias de vivir en un albergue por tres o cuatro meses, de estar separado de sus seres queridos”, señala. “En estos albergues además los mantienen quietos, los regañan o castigan si hacen mucho ruido”. Un artículo de The New York Times, publicado el 14 de julio de este año, reúne comentarios de varios niños en albergues y cómo las autoridades de estos centros incluso les prohibían abrazar a sus hermanos. “Va tomar tiempo para que estos niños y niñas recuperen la confianza que tenían antes, incluso de sentirse seguros con sus padres”, señala Marroquín.

La psicóloga puntualiza que si bien hay organizaciones como ECAP o Casa Nuestras Raíces que dan seguimientos a los menores retornados, en la mayoría de casos no hay acompañamiento a largo plazo.

“Estas separaciones van a destruir las conexiones emocionales que estos niños habían formado antes”, señala la doctora Griffin. “Estamos hablando de agresión, miedo, falta de confianza, e incluso puede tener un efecto regresivo en su crecimiento; algunos incluso pueden hasta volver a mojar la cama”.

Sandra Gularte, directora del Programa de Niñez Migrante No Acompañada, agrega que muchos de estos niños y niñas retornadas vuelven y experimentan sentimientos de culpa pues “fallaron en su objetivo de quedarse en los Estados Unidos”. Añade también problemas alimenticios y digestivos, como apetito irregular, falta de apetito a incluso gastritis; también problemas de sueño, dolores de cabeza. Gularte también señala que muchos de estos niños y niñas regresan con problemas de higiene pues pasan días o semanas sin bañarse por las condiciones del viaje o dentro de los albergues.

Para darle un tratamiento adecuado a los menores retornados, la doctora Griffin sugiere darles amor y confianza a los niños y niñas. “Ser paciente con ellos y ellas, darles el tiempo que necesiten y estar al tanto que puede que no regresen a ser quien eran antes”, señala. “Puede que se vean bien y que actúen con normalidad, pero puede que se estén guardando muchos miedos e inseguridades, ahí es necesaria la confianza y la paciencia”.

Así mismo, señala que si bien muchos niños y niñas habrán sido medicados en Estados Unidos —como los casos que señala Marleny Marroquín en que reciben tratamiento antidepresivo sin un diagnóstico correcto— lo que más necesitan estos menores es volver a conectarse con su núcleo familiar y comunidad. “Tienen una ventaja en Latino América: la calidez de su cultura”, añade, “esto facilitará que estos niños, que pasaron meses en vulnerabilidad, alcancen la seguridad emocional que tenían antes”.

"La administración del presidente Trump y varios medios reportan que, a la fecha, más de 500 niños y niñas continúan bajo la custodia del gobierno."

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Nombre: Marco

Edad: 7 años

Lugar de origen: —

Marco y su padre Raúl huyeron de su país porque pandilleros amenazaban con matarlos. Marco y su padre fueron capturados por el Border Patrol y luego separados. Marco fue enviado a un albergue de ORR. Un mes después Marco fue unificado con una tía en Nueva York, mientras su padre permaneció en un centro de detención de ICE en Tacoma, Washington. Raúl fue liberado tres meses después y reunificado con su hijo. Sin embargo, durante la separación, Marco expresó signos de ansiedad, además de experimentar tristeza y preguntar desesperadamente por su padre.

 

El pasado 13 de julio, el procurador de los Derechos Humanos de Guatemala, Jordán Rodas, y el director de la Casa del Migrante, el sacerdote Mauro Verzeletti, en una conferencia de prensa hablaron sobre la Crisis de Separación, la cual calificaron de “desastrosa”. Ambos representantes reclamaron al gobierno de Estados Unidos agilizar la reunificación familiar y rechazaron la reunificación por deportación.

El Procurador exigió al Estado de Guatemala proteger la vida y dignidad de sus migrantes retornados. El padre Verzeletti citó el caso de una familia de Ixcán que retornó a Guatemala recientemente y fue la Casa del Migrante quien brindó alimentación, asesoramiento e incluso transporte de vuelta a Ixcán. “Estamos haciendo lo mismo que Trump”, exclamó, “regresan nuestros migrantes y se quedan en la calle; el gobierno de Guatemala debe asegurar el bienestar de sus retornados”.

Rodas añadió que el Estado debe diseñar políticas públicas para evitar “migraciones forzadas” y “dramas humanos”. También pidió que el gobierno de México asegure un acompañamiento debido a los migrantes que atraviesan ese país, para cerciorar su bienestar y refugio.

“Sin embargo, el sueño americano sigue vivo”, dice Marleny Marroquín, de ECAP, y señala con firmeza que la migración no va a cesar o siquiera disminuir a un corto o mediano plazo. A pesar del peligro, de la distancia, de Jeff Sessions y Trump y sus policies of deterrence, a pesar de todo esto, la migración va a continuar.

Marroquín argumenta que las dos principales razones para migración son violencia y falta de oportunidades. ECAP ha estado en contacto, mayormente, con jóvenes con aspiraciones laborales. La psicóloga añade que en el caso de las mujeres, una de las principales causas de la migración es la violencia de género.

Pero, principalmente, se trata de falta de empleo u oportunidad.

 

 

* Los relatos incluidos en este reportaje fueron compartidos por miembros del Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial (ECAP), la doctora Marsha Griffin y personal de Casa Nuestras Raíces, o adaptados de Betraying Family Values, elaborado por el Women’s Refugee Comission, el Servicio Luterano para Refugio e Inmigración y Kids in Need of Defense (KIND), Los niños perdidos de Valeria Luiselli y La línea se convierte en un río de Francisco Cantú.

 

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