Por alguna razón que escapa a mi entendimiento, este medio de comunicación marginal, aunque no independiente del poder corporativo, había considerado interesante incluir un espacio de análisis crítico en su programación.
De tal suerte, el Espacio Intergeneracional, con su perenne estar “en construcción”, abrió una ventana reflexiva, radical y analítica alternativa a la propaganda hegemónica, representada por muchos de los programas de “análisis político” transmitidos por radio y televisión en Guatemala. Programas que no pretenden más que la diseminación de los dogmas del mercado, la glorificación de la sociedad de consumo y la defensa “solapada” de privilegios otorgados por un capitalismo nacional e internacional basado en prácticas monopolistas, mercantilistas y corporativistas.
Es a todas luces evidente que la denominada libertad de expresión, salvaguardada por los medios masivos en sus editoriales, encuentra su límite en los intereses privados de las corporaciones a las que venden publicidad (hay rarísimas excepciones, claro). Así es, el Espacio Intergeneracional fue censurado por la presión de la agencia de publicidad de Pepsi al enterarse del tema que se trataría el viernes pasado, cuyo título era “¿Guatemorfosis o Guatepsicosis?”.
Según tengo entendido, el eje de la discusión del programa giraría no en contra de Pepsi, Arjona o incluso la campaña en sí, sino de un fenómeno más generalizado que caracteriza al capitalismo contemporáneo. El mesianismo, la posibilidad de salvar y transformar el mundo; algo por lo que no deban preocuparse más los movimientos sociales, los partidos políticos e incluso las agrupaciones de jóvenes. El 68 se quedó en el 68, se acabó.
Se trata de un mesianismo de consumo que con una hamburguesa, un “agua gaseosa”, un disco, un carro, salva al mundo, tranquiliza las conciencias y hace que los infelices duerman como angelitos acurrucados en el infierno... –qué buenos que somos, ¿eh? Pero sobre todo, qué buenas las corporaciones que nos han resuelto las preocupaciones planetarias, ¡aunque sea ese el mismo mundo que a nuestro alrededor se despedaza por su accionar egoísta!
Por eso no me sorprendió que, cuando hace unos meses publiqué unas columnas que discutían la necesidad de establecer límites éticos mínimos a los medios y su responsabilidad por dejar pasar mensajes de odio y violentos, especialmente para proteger a poblaciones particularmente vulnerables, los siervos (acomodados a su condición de servidumbre) inmediatamente apelaran al seudo imperativo categórico de la libertad de expresión. ¡Libertad de expresión a conveniencia, déjense de pajas!
Si no, ¿por qué el mutis de los editoriales que cada semana vociferan defendiendo a la “prensa independiente” cuando se trata de atacar a algún gobierno sudamericano no alineado a la doctrina corporativa o las oligarquías locales? ¿Acaso las corporaciones y sus lacayos no cometen violaciones graves contra la libertad de expresión en particular y de los derechos humanos en general, cuando condicionan a los medios marginales o, mejor aún, cuando su estrategia es convertirlos en parte de sus abundantes inventarios y los compran? Libertad de expresión para que las corporaciones se expresen, confundan y domestiquen, es lo que tenemos con los medios masivos, nada más.
¿Cuándo será el momento oportuno para debatir sobre el peso corporativo en los medios y el derecho de la ciudadanía a la información independiente? Pareciera que hoy las corporaciones, las agencias de publicidad, incluso más que el Estado, son quienes necesitan pasar de urgencia por rigurosos procesos de fiscalización por parte de la sociedad.
¿Se atreverán los medios a dar el paso para buscar alternativas a las ataduras de la publicidad que los esclaviza a las corporaciones? ¿Les interesa en realidad? ¿O es que corporaciones como Pepsi son ahora el nuevo Estado, sus agencias publicitarias los ministerios de moral, buenas costumbres y censura, mientras los consumidores el remanente de lo que un día pudo ser la ciudadanía?
Más de este autor