La familia entera vende papalinas, Crispines, pelotas de plástico y de vez en cuando flores para poder comer al día siguiente. Eso significaba que Isabela debía subir la cuesta que asciende al redondel del Colegio Austríaco por horas, una y otra vez, ofreciendo sus productos o pidiendo que le regalen algo de dinero. Recuerdo haberla visto una de esas tardes en su uniforme de escuela, me dijo que ella y su hermano hacían sus deberes mientras el semáforo daba verde y no podían vender. Isabela t...
La familia entera vende papalinas, Crispines, pelotas de plástico y de vez en cuando flores para poder comer al día siguiente. Eso significaba que Isabela debía subir la cuesta que asciende al redondel del Colegio Austríaco por horas, una y otra vez, ofreciendo sus productos o pidiendo que le regalen algo de dinero. Recuerdo haberla visto una de esas tardes en su uniforme de escuela, me dijo que ella y su hermano hacían sus deberes mientras el semáforo daba verde y no podían vender. Isabela tiene derecho a ir a la escuela y poder descansar después, de jugar pero no solo en las carreras en bajada que hace con su hermano, y sobre todo tiene derecho a no trabajar a esa edad.
Romeo es un hombre joven de unos 30 años, limpia los vidrios frontales de los carros que esperan pasar a la 27 calle de la zona 4. La semana pasada se presentó conmigo y no me cobró por su servicio. A cambio fue él quien me contó que hacía unos años el tuvo un jeep samurai descapotable, –igual al de Juan Carlos, mi hermano– y que yo manejé ese día. Me preguntó mi nombre y yo se lo dije. Al darme la mano vi que su antebrazo tenía tatuajes, y no pude dejar de sentir un pequeño temor, que desapareció al levantar la vista y ver su tremenda sonrisa. Creo no estar equivocada cuando digo que Romeo debe tener derecho a un trabajo que le permita desarrollarse como persona, a no recibir solo negativas y malas caras. Romeo hace parte de esa gran cantidad de guatemaltecos desempleados y despreciados por un sistema económico y un Estado indiferente.
A don Víctor lo conocí el fin de semana en la sexta avenida de la zona 1. Sus 70 años ya no lo dejan caminar erguido, pero el ánimo lo mantiene intacto. Me cuenta que en los años ochenta conoció América del Sur y ahí aprendió a llevar una vida sencilla, sin culpas y otros vicios malsanos. Trata de aconsejar a todo aquel que se cruza en su camino, en pocas palabras le dice que será de él o ella en el futuro. Si una le dice su fecha de nacimiento, responde con el signo del zodiaco y comienza a enumerar las cualidades que se tienen. Eso hace para ganar unos cuántos quetzales que le permitan comprar la cena en la esquina de la cuadra. Al verlo alejarse me digo que don Víctor también tiene derecho a vivir sus últimos años dignamente, sin preocuparse de conseguir para comer. Don Víctor debería hablar de su vida no por dinero, sino por el placer de compartir un camino largo ya recorrido.
Esta podría ser la historia de un país, desde que nace hasta que espera su hora de partir. Esta es desafortunadamente la historia de mi país. Mientras tanto me entero que el Procurador de los Derechos Humanos gana la humilde cantidad de Q100,525 mensualmente. El defensor de Isabela, de Romeo, de don Víctor cobra una suma exorbitante a costa de la injusticia que día a día viven hombres y mujeres de carne y hueso en las calles de Guatemala. ¿No es eso más que contradictorio? Como decía mi abuelita: unos en la pena y otros en la pepena. Yo solo digo.
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