Y es que los ciudadanos griegos han acabado con un sistema bipartidista, vigente desde 1974, desgastado por la crisis de la “deudocracia”. Un complicado escenario se plantea con un parlamento en el cual sectores radicales de izquierda y derecha, se han visto recompensados con escaños parlamentarios, con base en un planteamiento que comparten muchos ciudadanos griegos: el fin de la austeridad y los recortes.
La plataforma electoral de Syriza el partido de izquierda, que se ha convertido en el segundo partido más votado, consiste en una modificación del memorándum suscrito con la Comisión Europea, y que permite a la troika –órgano formado por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea– vigilar y exigir que se implementen los recortes del déficit diseñados en Berlín y Bruselas.
La situación de Grecia debe ser puesta en el contexto de los recientes procesos electorales europeos. A partir de la derrota del PSOE y la asunción de Mariano Rajoy en España, y el evento más reciente, la derrota de Sarkozy en Francia, parece confirmarse una tendencia, que capitaliza el descontento ciudadano con la situación económica, y lo traslada en un rechazo a los partidos gobernantes. Algo semejante sucedió con los comicios de medio término en los Estados Unidos, que fortalecieron una mayoría republicana en el Senado, que ha sido capaz de poner en serios aprietos a la administración Obama –no hay que olvidar la crisis del techo de endeudamiento, que llevó a amenazar con “apagar” el gobierno.
En otras palabras: en los países desarrollados, la gestión de la crisis económica, sin importar la tendencia ideológica del partido gobernante, es ampliamente castigada por el ciudadano común en las urnas. Un fenómeno muy latinoamericano de la Década Perdida, trasladado a los países industrializados del siglo XXI.
En el caso de Grecia, el castigo electoral parecería estar destinado también a Angela Merkel, en quien parecen confluir muchas de las antipatías de los ciudadanos del sur de Europa. Así como la quema de banderas de los Estados Unidos se convirtió en una constante de cualquier manifestación pública de grupos de izquierda en América Latina en los años sesenta y setenta del siglo pasado, la canciller alemán va camino de ser esa imagen-fetiche, útil para capitalizar y expresar un descontento popular.
Las votaciones han pasado a ser el recurso ciudadano para expresar su frustración con una clase política que traslada los costos del rescate de las instituciones financieras y empresas al erario público, aumentando impuestos, recortando pensiones, salud, educación y precarizando los pocos empleos formales existentes. Sin embargo, los beneficiarios de los votos de rechazo, no hacen otra cosa sino continuar la ruta trazada, radicalizando aún más la situación de recortes, y en casos como el de España, con la garantía de una mayoría legislativa absoluta. ¿Por qué sucede esto?, parte de la respuesta la tienen los mercados y los especuladores financieros.
La repetición de las elecciones griegas, extremo bastante probable en el complejo panorama político de ese país, los primeros pasos de Hollande en el gobierno francés y el arranque de la campaña electoral en los Estados Unidos nos prometen que el segundo semestre de este año traerá novedades políticas en el tratamiento de una crisis económica de la cual todavía no sabemos su duración, pero podemos presumir que lo peor aún no ha llegado.
En América Latina, desde unas economías prósperas en los indicadores macro-económicos, y urgidas por abordar los retos de la superación de la inequidad y la reducción de la pobreza, cabe preguntarse si los gobiernos han acabado de diseñar los esquemas de respuestas ante el posible impacto de la crisis. Lo visto hasta ahora, parece indicar que en el caso de los países centroamericanos, este proceso todavía no está madurando.
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