Los llamados proyectos políticos no han sido en los procesos anteriores si no compendios más o menos extensos de buenas intenciones. Incluso, muchos ni siquiera llegan a ese nivel. Son una sumatoria de frases aventuradas, vacías de contenido, que dicen de todo para terminar no diciendo mayor cosa. Eso sí, los partidos se llenan la boca al decir y probar que sí cuentan con un documento llamado proyecto o algo así.
Qué de especial tiene 2011 para que ese panorama cambie tan fuertemente. ...
Los llamados proyectos políticos no han sido en los procesos anteriores si no compendios más o menos extensos de buenas intenciones. Incluso, muchos ni siquiera llegan a ese nivel. Son una sumatoria de frases aventuradas, vacías de contenido, que dicen de todo para terminar no diciendo mayor cosa. Eso sí, los partidos se llenan la boca al decir y probar que sí cuentan con un documento llamado proyecto o algo así.
Qué de especial tiene 2011 para que ese panorama cambie tan fuertemente. La única diferencia estriba en que los dos partidos con mayor intención de votos ofrecen opciones que están revestidas de contenido que sí encarnan diferencias de fondo. Sus ofrecimientos centrales contraponen posiciones que se ofrecen al elector como antagónicas, y por tanto, irreconciliables. O se opta por A o por B; de momento no hay opción que sintetice los ofrecimientos de seguridad con políticas de equidad. Nos quieren hacer ver que eso no es posible. Lo fácil es rememorar los discursos de la guerra, que aunque con trazos de realismo, se pervierten para generar un ambiente de antagonismo que apunta a terminar de dividir a un país ya polarizado y con grandes fisuras.
Ante ese panorama, pensar que habrá debate de programas parece ingenuo y superficial. Marco de engaño colectivo y de cumplimiento formal, alejado de una realidad política que nos supera considerablemente. Los propios electores son parte del problema: no buscamos la profundidad en casi nada, apelamos a los mensajes simples cargados de superficialidad, presionamos hacia la mediocridad más que a la calidad, nos dejamos llevar por lo que parece. Los partidos no hacen más que traducir lo que el entorno les indica. Ese pacto perverso termina apuntando hacia procesos repetitivos, cargados de señalamientos y utilizaciones mutuas. Los partidos hacen como que proponen y los electores como que exigen.
Los mensajes que comienzan a salir a flote son muestras de una confusión instrumentalizada. Así se pretende convencer a los electores por un tipo de frases que tanto ellos como los partidos saben desde el inicio que tiene poca utilidad. ¿Qué podemos esperar? Pues muy poco. Extremo de negatividad o de simple comprobación.
Toda esta realidad esconde un factor importante. En el fondo si estamos ante una discusión que encarna elementos ideológicos. Se ha señalado que los partidos y sus ofrecimientos están desprovistos de ese ingrediente, pero tal parece que hemos vivido en una ficción. Recordemos que las ideologías son como atalayas desde las que juzga lo que sucede en la sociedad. Ya nos decía Sartori que “las ideologías políticas son sistemas de ideas que están orientadas a la acción”. El mundo de las ideas tiene una nueva vigencia. No se trata de ideas revolucionarias, que pretendan apostar por cambios políticos de largo alcance. Estamos ante una realidad donde dominan ciertas formas para comprender y estructurar la información procedente del exterior y para ofrecer propuestas prácticas vinculadas con la toma de decisiones.
La actualidad de los partidos no da para formular nuevas propuestas, nuevas formas de responder a nuestras dramáticas realidades; pero sí son estructuras que contribuyen a afianzar y reproducir cierto tipo de ideas que se reciclan cada cierto períodos donde los signos relevantes son la confusión sistemática, el peso de las percepciones, el descontento generalizado, la irreverencia, el deterioro de las instituciones, el cortoplacismo y el avance de la relatividad.
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