Una manera de percibir nuestra elección es como la culminación de un gradual pero progresivo desarrollo de una política exterior funcional a un Estado moderno y democrático, que como cualquier Estado tiene intereses que defender e iniciativas que promover en el ámbito internacional. Con algún rezago, Guatemala se fue insertando de manera más profunda en la economía global, y, en consecuencia, el alcance geográfico de esa política también adquirió un carácter global. En ese sentido, desde el punto de vista simbólico (y el simbolismo importa en las relaciones internacionales), nuestra elección al Consejo anunció que nuestra diplomacia internacional llegó a su mayoría de edad. Desde el punto de vista práctico y sustantivo, nuestra participación ofrece múltiples oportunidades de influir sobre las labores del Consejo, y, de ahí, en el ordenamiento internacional. También significa un salto cualitativo en el quehacer de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores.
Algunos dirán, ¿por qué preocuparnos con la solución de conflictos en tierras lejanas si tenemos tantos problemas en casa? Pero eso constituye un falso dilema. Nuestra política exterior no es un compartimiento estanco, divorciado del resto de nuestra realidad nacional. Si queremos prosperar, fortalecer nuestras instituciones democráticas, lograr una convivencia social basada en mayores oportunidades para todos los guatemaltecos y respetar nuestro acervo cultural, tendremos, entre muchos otros aspectos, que mejorar nuestra capacidad de formular y aplicar políticas públicas, y, dentro de éstas, aquellas que inciden sobre el entorno internacional. Necesitamos adoptar políticas pro-activas, y abrir espacios donde podamos. El Consejo de Seguridad apoya ese fin, al brindarnos exposición al más alto nivel y brindarnos un protagonismo desproporcionado en relación al tamaño de nuestro país.
Entre los beneficios de nuestra participación en el Consejo hasta ahora, mencionaría cuatro aspectos, algunos tangibles, y otros de carácter intangible. Primero, ha sido una gran fuente de enseñanza para la Cancillería, al darnos acceso a información privilegiada, una voz en el proceso de toma de decisiones del Consejo, múltiples contactos entre la constelación de intereses que giran alrededor de este foro, y conocimiento directo sobre los procedimientos de trabajo de un órgano que ha sido tildado de poco transparente. Segundo, hemos comprobado que un país pequeño y con pocos recursos puede dejar su huella en las labores del Consejo. Nos hemos ganado el respeto de nuestros homólogos por la seriedad, objetividad y profesionalismo con que solemos hacer nuestro trabajo, y ese reconocimiento se propaga a otras áreas de nuestra diplomacia bilateral y multilateral. Tercero, hemos hecho aportes muy concretos a la labor del Consejo, sobre todo durante nuestra presidencia (ésta rota cada mes entre los 15 miembros; a Guatemala le tocó en octubre de 2012), al promover temas inéditos en la agenda de dicho foro, como fue el debate que exploró la relación entre el Consejo de Seguridad y la Corte Penal Internacional en materia de prevención de conflictos. Cuarto, nuestra simple membresía en el Consejo nos ha abierto muchas oportunidades en nuestra diplomacia bilateral, al girar sobre el acrecentado perfil que hemos adquirido.
La gestión de nuestra participación en el Consejo involucra a toda la Cancillería; valga decir, la planta central, nuestra red de misiones diplomáticas en todo el mundo, y nuestra Misión Permanente acreditada antes las Naciones Unidas. Una pequeña muestra de ello es que nuestro Canciller ha participado directamente en ocho sesiones del Consejo desde el 1 de enero de 2012 al 31 de marzo de 2013. También nos hemos beneficiado de una coordinación estrecha con el Ministerio de Defensa, sobre todo en lo que atañe a la participación de Guatemala en las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas.
Por supuesto, no todo es color de rosa. Participar en las labores del Consejo frecuentemente exige tomar decisiones difíciles y hasta dolorosas, tendientes a evitar un conflicto, o, cuando éste ocurre, a restaurar la estabilidad y la paz. También se pasan angustias y frustraciones; el ejemplo más claro que nos ha tocado ha sido la incapacidad del Consejo de actuar para poner fin a la violencia en Siria, que hasta ahora ha cobrado 75,000 vidas, más un indescriptible sufrimiento humano para millones de personas. Los miembros del Consejo simplemente no han encontrado la forma de actuar unidos para obligar a las partes en conflicto – el Gobierno de Siria y la oposición armada – a sentarse e idear una transición ordenada hacia un sistema de gobernabilidad más democrático e inclusivo.
Todavía nos quedan nueve meses antes de que termine nuestro mandato. Seguiremos intentando construir sobre los avances ya logrados, para dejar en los anales del Consejo un prestigio que confiamos que será bien ganado. Al mismo tiempo, los beneficios acumulados durante el bienio podrán proyectarse a futuro, dejando un Ministerio de Relaciones Exteriores fortalecido. La experiencia acumulada es un activo permanente, sobre el cual podremos seguir construyendo una política exterior pro-activa. Incluso todo ello nos colocará en buen pie para volver a ser electos al Consejo de Seguridad en un futuro, acaso no tan lejano.
* Gert Rosenthal es un economista guatemalteco, que ha alterado su carrera entre el servicio público nacional y el internacional. Fue secretario general de SEGEPLAN en los años setenta, y Ministro de Relaciones Exteriores entre 2006 y 2008. En su carrera internacional, fue Secretario Ejecutivo de la CEPAL de 1989 a 1998. Actualmente es el Representante Permanente de Guatemala ante las Naciones Unidas.
Más de este autor