Con el debate ya acalorado −y desafortunadamente bastante polarizado− abundan los ataques emocionales y escasea la información fidedigna y los argumentos bien fundamentados.
Yo invito a cada conciudadano a que haga su propio ejercicio personal. Que lea, vea y oiga todo lo que pueda. Que no se quede con respuestas simplistas o comentarios ideologizados. Que además ejercite lo que tanto necesita nuestra sociedad −y cualquier democracia en ciernes: el conocimiento de nuestra historia y la discusión de las ideas.
He ahí justamente una razón más de la importancia de este juicio: Sirve para que podamos ver, oír y entender lo que somos. Y en el mejor de los casos, para aprender de lo que hacemos o dejamos de hacer.
Durante dos semanas he pasado pegada a medios de información y redes sociales para escuchar lo que nunca leí, escuché ni vi antes. Triste, confuso, desgarrador, frustrante. De todo se siente uno. Pero si a una conclusión he llegado es que hay que vivirlo.
Para mí, el juicio a Ríos Montt ha servido [además] para escuchar y ver a los que vivieron las masacres; para escuchar y ver a los que tuvieron en sus manos las decisiones de las masacres; para ver y escuchar a quienes negociaron lo que iba a pasar después de las masacres.
Para mí, este juicio significa vivir mi historia. La historia silenciada.
Como diría en una atinadísima columna el pedagogo Carlos Aldana, es un juicio educador. Que mostrará a las jóvenes generaciones una historia que vivieron sus padres y abuelos pero que no aparece en los libros; una historia de los pueblos marginados que lo sufrieron pero cuyas versiones no aparecen escritas. Porque la historia la documentan los ganadores.
Sin embargo, con este juicio salimos ganando todos, porque la historia nos alcanzó.
Epifánicamente me percaté de ello el domingo pasado, cuando tuve la suerte de sintonizar un programa de debates en televisión nacional donde entrevistaron al sociólogo y negociador de la Paz (durante la administración De León Carpio), doctor Héctor Rosada. El doctor Rosada rememoró hechos de la negociación de los Acuerdos de Paz que él mismo confesó no haber dicho antes.
Dijo que uno de los aspectos más complejos en la negociación fue el esclarecimiento histórico y los procesos para aplicar justicia a los responsables. Así de complejo fue, que cuando llegaron a este tema él dijo al presidente De León: “hasta aquí llegó la cosa, Presidente”. Sin embargo, hicieron el intento de dar un paso más a la negociación antes de acabar el mandato y convocaron a la cúpula militar con una sola pregunta: “¿Están dispuestos a negociar el esclarecimiento histórico y procesos de justicia, sí o no?”. Y la respuesta fue: “sí”. Pero fue un sí condicionado a un solo elemento: tiempo. La cúpula militar accedía al esclarecimiento y los procesos de justicia colocando tres escenarios de negociación: a 75, 50 ó 25 años plazo. Tiempo. Ésa era la cuestión.
Dice un colega historiador guatemalteco que es difícil conocer los hechos escabrosos de una sociedad porque la historia tarda en esclarecerlos al menos 75 años. Sin embargo, esta vez parece que la historia alcanzó a algunos. Pero tiempo sigue siendo la cuestión para otros.
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