Laugerud llegó a la Presidencia de la República en medio de un escandaloso fraude y fue una afrenta para los guatemaltecos que en aquel momento el mismísimo Anastasio Somoza se trasladara de Managua a la capital de Guatemala para “ayudar a manejar la situación”. Sin embargo, hay que reconocerlo, Kjell Laugerud amortiguó su fechoría ejerciendo una acción de liderazgo positivo que permitió mitigar el impacto del Terremoto de San Gilberto, acaecido en Guatemala el 4 de febrero de 1976. Pero, como dice el dicho: “El o la que es, vuelve”. Dos años más tarde, borró de un manotón sus logros al impedir que la justicia alcanzara a los autores intelectuales y materiales de la hoy llamada Masacre de Panzós.
Con ese crimen de lesa humanidad se inició en la región de las Verapaces un período oscuro conocido en el mundo q’eqchi’ como La gran represión. Por supuesto, Panzós, importante puerto fluvial del valle del río Polochic en el siglo XIX, se convirtió en otro epicentro y a la fecha, el manto de la impunidad sigue cubriendo a los responsables. Ese epicentro ha comenzado a activarse y los remesones van acompañados de los temblores causados por la sentencia del Tribunal Primero A de Alto Riesgo que condenó a cuatro culpables de la masacre de la aldea Dos Erres a 24 mil 245 años de prisión (ojalá no se aburran). A la población en Dos Erres la alcanzó justamente esa gran represión cuya historia comenzó en el norte de Guatemala con la muerte de más de 120 campesinos en el pueblo de Panzós en mayo de 1978. Indudablemente, vendrán más movimientos telúricos en relación a los dos exterminios. De Panzós, mucho se ha callado de la verdad y se ha dicho demasiado de mentira e igual que la Masacre de Xamán, tiene más gatos encerrados que dálmatas La noche de las narices frías. Ojalá esos gatos empiecen a salir y maúllen toda la verdad.
El denominador común en Panzós, Dos Erres y Xamán es el mundo q’eqchi’, ciertamente no exclusivo pero sí mayoritario en cuanto víctimas, aun entre los condenados. Por eso da grima ver a través de la prensa escrita cómo personajes mestizos —aunque se crean sangre pura— supuestamente responsables, tratan de declararse hasta dementes para no enfrentar la justicia. Ni la camilla les permite presentar un rostro apacible, y debieran tener más dignidad para enfrentar ese otro frente. Si son inocentes, la justicia resolverá a su favor, si son culpables —pero ellos creyeren que hicieron lo acertado—, su decoro les acompañará y, tarde o temprano, les hará salir garbosos del entredicho. Así, acertado fue que el Tribunal le haya dado valor probatorio al informe presentado por el militar Rodolfo Robles Espinoza, un general de división de la República de Perú porque, en Guatemala, más del 90% de los fallos judiciales se basan en declaraciones testimoniales y no en pruebas científicas y/o declaraciones de expertos verdaderamente expertos.
La derecha no está precisamente feliz y ya da señales, por un lado de incomodidad, por otro, de petulancia. Posiblemente, uno de esos signos haya sido la arremetida del alcalde de la ciudad de Guatemala Álvaro Arzú contra los periodistas de Quetzaltenango al pedirles, según dice Prensa Libre del 4 de agosto en su página 36, que “no preguntaran muladas” en relación a un cuestionamiento sobre una orden de captura que pesa sobre la candidata a la alcaldía de Colomba postulada por el partido Unionista. Sí, el mismo alcalde que el año 2009, en el 188 Aniversario de la Independencia (?) de Guatemala propuso como solución a la crisis de valores que estamos viviendo un paradigma de educación cívico-militar y criticó duramente a la comunidad internacional, como si dicha colectividad tuviera la culpa de esa situación. También, ponderó a Rafael Carrera como “el que dio forma al Estado” y a Rufino Barrios como el que “modernizó al país”. Sin perjuicio de los elogios a Barrios y Carrera, la pregunta fue: ¿A título de qué el alcalde llegó al Congreso a dar un discurso usualmente reservado para uno de los presidentes de los poderes del Estado? —, porque fue en el Congreso de la República donde lo dijo—. Y como si fuera poco, criticó al gobierno del presidente Álvaro Colom por su decisión de no reconocer al candidato que resultase electo en Honduras posterior al golpe de Estado dado por Micheletti. Dicho sea, quien más aplaudía en esos momentos era nada más ni nada menos que Efraín Ríos Montt, para quien debiéramos todos los guatemaltecos hacer una recaudación de fondos a fin de que vaya a darse un paseo por La Haya. El presidente del Congreso, Roberto Alejos, explicó después a la prensa que fue él quien invitó al alcalde Arzú como una cortesía “a la autoridad local”. ¿Ignorancia del protocolo? Vaya usted a saber. Para fortuna nuestra, la Constitución de la República impide la reelección presidencial porque de esa manera le está vedado a quien sueña con modelos educativos cívico-militares para “resolver la crisis”, volver a la primera magistratura. Ahora, la pregunta que sigue a lo documentado es: ¿A cuenta de qué Álvaro Arzú se permite insultar a los periodistas?
Lo sé, pareciera que los argumentos que esgrimo no tienen vinculación y, para mayor acendrar esta opinión, argüiré sobre otro hecho no menos preocupante: la total desinformación y/o desinterés de la población por lo que está sucediendo. Se reactiva la investigación sobre lo acontecido en Panzós, se condena a cuatro de varios responsables de la Masacre de la aldea Dos Erres, se captura a un general jefe del Estado Mayor General del Ejército (1982-1983) sindicado de genocidio (quien pide su caso sea cerrado por demencia) y el pueblo mientras tanto, llora y se ocupa en justificar el desastre de la selección nacional de futbol. ¿Adónde llegaremos con tanta irresponsabilidad?
El nexo es siniestro: simple y llanamente, no hay conocimiento de nuestra historia. Y no es un hecho fortuito. En la actualidad, en los planes y programas de la educación guatemalteca —desde la preprimaria hasta los postgrados—, no existe un solo curso de historia (verdadera, real, tangible). Los jóvenes ignoran quién es Ríos Mont, el Estado no ha cumplido con los acuerdos de paz en cuanto a implementar los cursos de historia contemporánea y se solapa tal condición con ese adefesio llamado Estudios Sociales donde se confunde la geografía, partes de una historia mentirosa y estúpida (como la que pregona que Tecún Umán, o no existió, o era tan bruto pero tan bruto que no distinguía a un caballo de un español) y nociones de sociología y algunas veces de antropología. Repito e insisto: no es un hecho fortuito. De allí que haya mareas blancas, anaranjadas, rosadas y de cuanto color se quiera que no sepan ni por qué diablos manifiestan. Por ello también se desconocen verdades espeluznantes como el asesinato de Gladys, una compañera médica cuyo delito fue haber integrado un equipo de estudiantes de medicina, una hermana de la caridad y un médico graduado que, arriesgándonos, decidimos ir a Panzós 24 horas después de la masacre para ayudar a los heridos. Por supuesto, ya no encontramos ni moscas, pero a Gladys la mataron dos años después no solamente por haber integrado el grupo aquel, sino también por ser pariente política de un viceministro cuya esposa, en un arranque de “cargo de conciencia”, increpó al presidente de turno por obstaculizar las investigaciones. A Gladys, embarazada, la secuestraron, la torturaron, le extrajeron viva de sus entrañas a su retoño y dejaron su cuerpo abandonado junto al de su hijo en pleno centro de la ciudad de Guatemala. Gladys se había graduado en Brasil y se estaba incorporando al sistema médico guatemalteco. Ella no era guerrillera ni tenía como opción de vida la violencia. En su memoria, escribí un poema llamado Bitácora, reza:
Veintinueve de mayo
el sol está rojo.
El aire huele aún a pólvora en Panzós.
Tan cerca y tan lejos en el tiempo
que llegar se puede en futuro o pasado
a donde huyó tanta gente, desgraciada, herida.
—La muerte tiene alas de murciélago—.
Y vieron desde la copa de los encinos
el amarillo final de la tarde
ordenando pensamientos.
Veintinueve de mayo
el sol está rojo,
a Dios lo siento lejos
y Panzós al alcance de mi memoria.
Tenías falda roja y blusa negra
y el corazón latiendo de impotencia.
Por esa razón titulé esta columna Panzós: otro epicentro, porque a más del enjambre de movimientos sísmicos que hemos tenido en el país, especialmente en el departamento de Santa Rosa, tenemos los mencionados que son premonitorios de un terremoto social si no los sabemos enfrentar. Y para bien hacerlo, es preciso estudiar, ahondar en nuestra historia, hacer análisis críticos y decidir a la luz de la lógica y la verdad. A mí, en lo personal, algunas veces me ha tocado disipar dudas en plena ruta de colisión con el pensamiento crítico de allegados o de miembros de mi familia pero, he ponderado mi condición de Homo sapiens sapiens (el homo que sabe que sabe o que sabe que piensa) sobre mis circunstancias puramente materiales. Usted, ¿qué tipo de homo es?
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