Hasta antes de 2008, el estado de Virginia se había mantenido tradicionalmente (aunque estado “bisagra”) de preferencia republicana, pues la única victoria demócrata importante había sido la de Lyndon Johnson en 1964. Esto es aún más interesante cuando se compara el comportamiento electoral de Carolina del Norte y Carolina del Sur, los estados más cercanos a Virginia en esa frontera “imaginaria del sur”: las Carolinas han sido tradicionalmente bastiones republicanos. Las Carolinas se ganaron sin amplio margen y Virginia ser perdió.
Allí dos casos interesantes que deben interpretarse a la luz de otra realidad: el triunfo de Barack Obama pierde peso cuando se observa la conformación electoral del mapa a nivel de las instancias políticas comunitarias (autoridades locales o de nivel micro). El país esta pintado de rojo con 30 gobernaturas en su haber, así como la mayoría de las alcaldías y diferentes distritos municipales. Es decir, aunque el voto electoral y el voto popular (para presidente) lo gana Barack Obama, el voto localista-comunitario (tal vez el más importante en la esencia política de Estados Unidos) lo gana no Romney, sino el Partido Republicano.
Entonces, es aquí cuando deberíamos preguntarnos cuál fue la preferencia electoral de los llamados yellow dogs y blue dogs. Yellow dogs hace referencia tanto al representante político como al voto del estadounidense que, aunque demócrata, tiene posiciones conservadoras (no son rojo republicanos pero sí amarillos). Fueron un bastión importante desde 1930 hasta 1984, manteniendo el control del Partido Demócrata en Estados que tradicionalmente hoy se miden como republicanos. No se olvide que para el sur de Estados Unidos, el Partido Republicano era el partido del Estado Federal, de la liberación de los esclavos y de la imposición “yanqui”. A partir de 1960 y con las posiciones más radicales del partido demócrata en términos de género y libertades sexuales, estos yellow dogs se hicieron blue dogs pero, al final, son un mercado electoral que considera necesario un “Estado grande” aunque en posiciones morales son conservadores. Por ello, este estamento electoral fue clave en la victoria electoral del republicano Ronald Reagan.[1]
Barack Obama, aunque carismático y líder en Estados Unidos de los movimientos “alternativos” tuvo a su favor un candidato republicano que no satisfacía las exigencias del votante republicano tradicional. Romney fue medido al momento de la elección como alguien “no suficientemente conservador y dispuesto a decir cualquier cosa”. [2] Ese mundo de demócratas conservadores que no pinchó la tarjeta por Romney, (además de mucho votante republicano que no votó por Romney), sumado a las minorías raciales, de género, y clases medias empobrecidas votando en masa por Obama, explica lo que hoy tenemos. Quién sabe si un perfil similar a John MacCain en esta reciente elección por lo republicanos hubiese tenido mayor impacto.
Como sea, el escenario es panglossiano. Barack Obama deberá enfrentarse al espíritu comunitario de lo local-rural blanco e intentar satisfacer a los colectivos políticos con fuerte presencia en la costa Este. Un escenario complejo en un país que busca aprobar medidas “extremas” vía el poder federal sobre el nivel comunitario.
La última vez que un escenario así apareció fue el relativo a la abolición de la esclavitud. [3]
[1] Cuesta suponer hoy en día que los Estados históricamente a favor del esclavismo habían sido bastiones demócratas mucho tiempo después de la abolición de la esclavitud. El mismo Partido Demócrata favorecía la institución de la esclavitud como institución natural de derecho, recuérdese los debates entre Hamilton y Jefferson.
[2] Barack Obama es el caso opuesto en los demócratas, no es la izquierda “élite liberal extrema” y ha resultado bastante conservador en muchas decisiones de políticas públicas.
[3] Interesante la puesta en escena inmediatamente luego de la elección de la película producida por S. Spielberg sobre Abraham Lincoln. No solo es ícono para Obama, sino es referente de una coyuntura donde el Estado debió aprobar por la fuerza una medida política que no contaba con la aprobación mayoritaria.
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