Se trata de un espectáculo en algún parque de supuestas diversiones. Detrás de una malla metálica hay una multitud de personas de todas las edades. Frente a ellas, en una piscina, hay tres personajes: un hombre descalzo en uniforme safari de pantalones cortos, un gigantesco cocodrilo y un pollo vivo.
El pollo, amarrado de patas, aletea desesperadamente en la mano del hombre, que chapotea en el agua para llamar al cocodrilo.
El animal (me refiero al cocodrilo) se acerca. El hombre mantiene su distancia retrocediendo. Lo de mantener la distancia se dice con ligereza. Todo el mundo debería saber que cualquier depredador del planeta es más rápido que un humano. Un coloso como este cocodrilo tardaría fracciones de segundo en atrapar a una presa que esté a menos de dos metros de distancia.
El hombre finge dominar a la bestia. Le ordena que se detenga, pero esta sigue avanzando lentamente. El supuesto amo sigue retrocediendo sin interrumpir las órdenes. Antes de que el cocodrilo se desespere, el humano le ofrece el pollo, que sigue aleteando por su vida.
Mientras el pollo es engullido vivo (¿alguien puede imaginar esa angustia?), el hombre se sienta sobre el lomo del por ahora ocupado animal. El público grita, aplaude. Se escuchan voces de adultos y de niños.
La función continúa, pero me salté al final, que resultó sin consecuencias para el héroe.
El siguiente espectáculo está en las redes. Mil cien likes y contando. Doscientos cincuenta comentarios.
Las opiniones son de asombro, de chistoretes, de burla. Muchos mencionan que tarde o temprano el almuerzo será el hombre, y no el pollo. Y están en lo cierto. El instinto depredador se impone a cualquier represión, entrenamiento o estímulo para conductas controladas.
Es revelador que, entre tanto comentario, haya uno o dos para el pollo, torturado por la aproximación de un enorme depredador y por su imposibilidad de escape, luego masticado vivo y finalmente engullido. ¿Lo vieron, niños? ¡Cool!
[frasepzp1]
Muchas personas esperarán el enlace al video, pero no lo daré. Mejor vean esto.
Ahora, activemos en nuestro cerebro el botón del raciocinio.
Me pregunto qué haría toda esa gente, en el parque y en las redes sociales, si no se siguiera el guion planificado.
¿Qué tal si al cocodrilo se le ocurre perseguir al hombre? ¿Qué tal si lo atrapa (suponiendo que la presa logre correr al menos dos metros) y lo arrastra hacia la piscina para luego sacudirlo con violentos giros hasta arrancarle la extremidad aprisionada? ¿Qué tal si lo agarra de la cabeza?
Seguro que algunos dirán que el hombre se lo merecía por desafiar a la naturaleza. Luego verán el siguiente video.
Pero pensemos: ¿qué explicación daríamos a los niños presentes? ¿Que eso no se hace? ¿Que solo fue un accidente?
Tardíamente intentaríamos que no vieran lo que ya vieron. Imagino el espectáculo, el griterío, los desmayos, el clamor urgente, ¡hagan algo!, cuando ya no hay nada por hacer.
Pero parece que a los padres y acompañantes de los niños no les importa lo que pueda pasar. Viajaron hasta llegar al lugar, pagaron un boleto de entrada, alzaron a los niños sobre sus hombros para que tuvieran una vista privilegiada. El negocio y el espectáculo van primero.
¿Les dirán a las pequeñas esponjas que no se preocupen, que al pollo no le dolió, que le pagaron bien, que eso es de lo más normal?
¡Vamos, gente! ¿Cómo puede esto entrar en un plan de diversión familiar, en una jornada para pasar tiempo con la generación que estamos educando?
Díganme que estoy equivocado y enuncien los méritos de semejante comportamiento.
Sí, me parece que estamos afectados por una pandemia de idiotez. Decimos que nuestros niños y nuestras niñas son el futuro de la patria, pero parecemos empeñados en sabotearlos. Luego diremos que la juventud carece de valores, que no hay respeto por la vida, bla, bla, bla…
Seamos responsables. En cada cosa que hagamos preguntémonos si no estamos llevando a nuestros niños al espectáculo del pollo, el cocodrilo y el domador.
Más de este autor