En un periódico guatemalteco del 21 de octubre pasado, un autor toma partido en su columna Israel/Palestina: no al terrorismo, en la cual denuncia que se habría desarrollado en algunos países «un sentimiento extremo en contra de Israel».
Si bien este sentimiento existe en algunas mentes radicalizadas, el autor no se pregunta cuál es la raíz de esto, sino que retoma la historia oficial del Estado hebreo: el pueblo judío vendría por derecho divino a recuperar su tierra perdida 2 000 años atrás, según la Torá.
En lugar de contribuir al apaciguamiento de las tensiones, esta posición, muy criticada incluso dentro de Israel, divide aún más las opiniones al negarse a considerar el drama palestino y alimentar el sentimiento antisraelí.
Ante todo, recordemos que los primeros líderes sionistas consideraron soluciones muy pragmáticas para proporcionar un territorio a las poblaciones judías oprimidas en Europa. Así, una propuesta discutida en el Sexto Congreso Sionista de 1903 llamaba a establecerse en Uganda (África), claramente lejos de la tierra prometida mencionada por los libros sagrados.
Las tesis emanadas de la arqueología bíblica, representadas por sus principales artífices (Yadin, Mazar y Aharoni) y basadas en una lectura literal de la Biblia, han sido severamente contradichas por la nueva arqueología israelí, puesto que estas fueron utilizadas como coartada científica del proyecto político de colonización de Palestina.
Estos arqueólogos e historiadores nacionalistas tenían como objetivo principal justificar la presencia israelí en Palestina, de modo que se borrara todo lo que podía evocar la presencia árabe y cristiana en ese territorio y se reforzara una visión etnocéntrica de la nación israelí.
En estas circunstancias resulta difícil pensar un régimen político pacífico, es decir, uno que le daría su lugar al Estado palestino.
Sin embargo, desde la década de 1970 varios científicos israelíes han querido liberarse del imperativo nacionalista que los incitaba a demostrar la continuidad entre el pasado bíblico mítico y el Israel de hoy.
El historiador Silberman muestra, por ejemplo, que antes de nuestra era los israelitas ocupaban un territorio limitado a las colinas del centro y al valle del Jordán, con lo cual cuestiona la gran Israel promovida por el expansionismo israelí.
Por su parte, el arqueólogo Finkelstein afirma que los israelíes y los palestinos comparten un origen cananeo común. Por último, Shlomo Sand, historiador de la Universidad de Tel Aviv, demuestra que los verdaderos descendientes de los israelitas son los palestinos de hoy, y no los judíos de todo el mundo, que no pueden materialmente provenir de la diáspora mítica contada en la Biblia.
Gracias a estos nuevos conocimientos antropológicos, independientes del proyecto nacionalista de Israel, un nuevo horizonte de diálogo y de reconocimiento mutuo debe abrirse entre pueblos que, al menos de momento, desconocen su parentesco.
Es responsabilidad de todas y todos ver el pasado con la necesaria mirada crítica y alimentar así una reflexión que promueva más justicia para todos los pueblos, única condición real para la paz en Oriente Medio y en el resto del mundo.
Territorio perdido por Palestina entre 1946 y 2000.
Loïc Malhaire (loic.malhaire@umontreal.ca) es sociólogo.
Más de este autor