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Pakistán, un refugio lógico para Bin Laden

Pero había un inconveniente desde hace diez años: los pakistaníes no estaban de acuerdo con Musharraf. El 83 por ciento de los habitantes en áreas urbanas de Pakistán simpatizaban más con el Talibán y con bin Laden –considerado un guerrero santo, no un terrorista-.
Como bin Laden, Zawahri proviene de una familia acomodada. Estudió medicina en la Universidad de El Cairo. Tenía 30 años de edad cuando fue juzgado por el asesinato del presidente egipcio Anwar Sadat, en 1981, bajo cuyo régimen presuntamente fue perseguido por su militancia islámica.
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Pakistán, un refugio lógico para Bin Laden

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Mantener protegida la delicada relación con Pakistán persuadió a Estados Unidos de no atacar a Al Qaeda en ese país en 2005. Parecía querer mantener viva una frágil diplomacia con el amigo que dormía con enemigos. Seis años después, la cacería y ejecución de Osama bin Laden hace diez días dejó a su otrora amigo pakistaní vulnerable a represalias de terroristas. Ambos países han hecho vanos esfuerzos por asegurar la inocencia de Pakistán en la protección al líder de Al Qaeda.

El hallazgo en Pakistán de Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, no debió sorprender tanto. Bastaba dar un vistazo a la historia de ese país en los últimos 15 años para advertir que no era ajeno a cobijar terroristas. En un plano diplomático, Pakistán se presenta como un aliado bélico de Estados Unidos. Paralelamente, está acusado de apoyar la presencia del Talibán y Al Qaeda en sus provincias del Norte, fronterizas con Afganistán.

En los años noventa, el General Pervez Musharraf lideró el derrocamiento del gobierno pakistaní, e instaló una dictadura militar. Tomó el país después que Pakistán había sido instrumental en ayudar a los mujahidín afganos en la guerra afgano-soviética en los años ochenta. El régimen militar no impidió que Pakistán sirviera como la principal incubadora del Talibán, una facción de los mujahidín que se refugiaron ahí durante esta guerra. Fue un conflicto en el que EE.UU. financió y armó a sujetos como bin Laden, a quien se atribuyen los atentados del 11 de septiembre de 2001.

La guerra afgano-soviética, que ocurrió entre 1979 y 1989, involucró fuerzas rusas e insurgentes mujahidín que querían derrocar el gobierno afgano del Partido Democrático del Pueblo Marxista. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que llegaba hasta la frontera Norte de Afganistán, apoyó al gobierno, mientras que los rebeldes fueron apoyados por varias fuerzas encabezadas por Pakistán y EE.UU. en el contexto de la Guerra Fría. Las acciones estadounidenses tendrían un efecto boomerang en 2001 vía bin Laden. Pakistán era uno de los dos países (junto a Arabia Saudita) que mantuvo vínculos diplomáticos con el régimen Talibán (1996-2001). La ayuda que Pakistán recibiría en los años siguientes –millardos de dólares de EE.UU.– parece mostrar que EE.UU. se volvió a disparar en el pie después del hallazgo del escondite de bin Laden en ese país.

Alianzas quebradizas

Tras los ataques terroristas a EE.UU. en septiembre 2001, el presidente Musharraf aceptó ser aliado de los estadounidenses en la “Guerra Global contra el Terror”. Esto implicaba redirigir las instituciones políticas pakistaníes para servir intereses de EE.UU., permitiéndole a este país acceso al espacio aéreo pakistaní, y abiertamente expresar apoyo a la coalición estadounidense, según la analista en violencia política Amy Zalman. (Similar apoyo existió en un abortado ataque contra Al Qaeda en 2005, y en la cacería final de bin Laden en 2011.)

Pero había un inconveniente desde hace diez años: los pakistaníes no estaban de acuerdo con Musharraf. El 83 por ciento de los habitantes en áreas urbanas de Pakistán simpatizaban más con el Talibán y con bin Laden –considerado un guerrero santo, no un terrorista– aunque el 64 por ciento consideró que el ataque contra EE.UU. sí era un acto de terrorismo, según una encuesta de Gallup que cita Christopher de Bellaigue, en su libro “Los avatares de Pakistán”, en noviembre de 2001.

Resulta innegable que la identidad de los pueblos que viven en condiciones extremas y en estado permanente de guerra desde hace dos siglos es un factor que favorece a los terroristas y los convierte en una fuerza transnacional, muchas veces fuera del alcance de las autoridades locales, como lo probó bin Laden. En el caso de Afganistán, sus lealtades étnicas —no como gobierno— están enraizadas en su identidad islámica radical, que fueron aliados de EE.UU. contra la invasión soviética en los ochenta. Eso no pesó para que bin Laden atacara objetivos estadounidenses en EE.UU. y alrededor del mundo. La historia tampoco parece pesar para Pakistán (como nación ni gobierno), que fue aliado de los estadounidenses en la guerra afgano-soviética.

Para 2002, Musharraf continuaba condenando el terrorismo, tanto el dirigido contra Cachemira en la India como contra Occidente (Europa y Estados Unidos). Prometió reducir el apoyo a las madrasas (escuelas religiosas sospechadas de inculcar creencias extremas), persiguió a un amplio número de grupos militantes pakistaníes, entregó miembros de Al Qaeda a EE.UU. y decomisó bienes a terroristas. Sin embargo, los ataques terroristas contra Occidente aumentaron ese año: Una granada mató a cinco personas en una iglesia, un carro bomba mató a 14, otro carro bomba mató a 12 cerca del consulado de EE.UU. Se sospechaba que los atacantes tenían vínculos con Al Qaeda. Varios ataques en Cachemira se atribuían al Lashkar e Tayyiba, con sede en Pakistán. Este grupo es el brazo armado de la organización religiosa, también con sede en Pakistán, Markaz-ud-Dawa-wal-Irshad (MDI). Esta es una estructura misionera sunita y anti EE.UU., conformada en la década de los ochenta para luchar contra los soviéticos en Afganistán.

En este contexto queda claro por qué Pakistán no quiere hacer mucho ruido sobre el operativo contra bin Laden, ni admitir si conocía la ubicación del líder de Al Qaeda.

Talibanización de Pakistán

La cooperación entre Estados Unidos y Pakistán continuó en 2003, pero la “talibanización” de Pakistán aumentó. En el contexto de la “Guerra Global contra el Terror”, Musharraf permitió operaciones de apoyo militar estadounidense, mientras que el presidente de EE.UU., George W. Bush, anunció en julio de ese año: “El terror globalizado amenaza a Estados Unidos y Pakistán, y estamos dispuestos a derrotarlo”.  El mandatario estadounidense también destacó que desde los ataques del 9/11, Pakistán había capturado por lo menos 500 terroristas de Al  Qaeda y Talibán. Además, hablaba de ese país como un país “amigo”.

Pese a su alianza en los ochenta, la presencia de EE.UU. en Pakistán, sumada a la invasión de Irak, exacerbó sentimientos de anti-americanismo. Zalman explica que esto sentó las bases para que miembros del Talibán, que huyeron de Afganistán, y militantes de Al Qaeda “re-talibanizarán” Pakistán, pese a apoyo jurado de Musharraf a Estados Unidos. De ahí que el factor de identidad juegue un papel esencial en la política nacional y mundial, según el analista Michael Barnett explica en su artículo “Identidad y Alianzas en el Medio Oriente”, publicado en el libro “La Cultura de la Seguridad Nacional” (1996).

Entre 2004 y 2005, Estados Unidos había comenzado a quejarse de su aliado pakistaní, quien continuaba apoyando con mucho dinero en esfuerzos anti-terroristas en el plano militar y judicial. Pero lo que hacía no bastaba. EE.UU. acusó a Pakistán de no hacer suficiente para combatir a Al Qaeda y el Talibán. Mientras tanto, los ataques terroristas continuaron tanto en Occidente como en India, lo que alimentó el conflicto territorial los vecinos del centro de Asia.

La coyuntura no pudo ser peor para que se levantaran contra el gobierno de Pakistán rebeldes en la frontera con Afganistán, Baluchistán, que se convirtió en un santuario para Al Qaeda. Así las cosas, el gobierno de EE.UU. abortó un plan de ataque para capturar a los cabecillas de Al Qaeda en el territorio tribal de Pakistán, temiendo que este haría peligrar las delicadas relaciones con Pakistán. El 8 de julio de 2007, el diario estadounidense The New York Times publicó que las negociaciones sobre una acción militar unilateral causaron fricciones dentro de la administración republicana de Bush.

Dejá Vu

Que el gobierno pakistaní tenga tan poco control sobre su territorio llevó al demócrata Bill Clinton en los noventa a abortar la idea de intervenir en Pakistán. En 2005 se pensó y se desechó de nuevo. Según el NYTimes, en esa época varias misiones de tropas estadounidenses para capturar o matar a bin Laden en Afganistán nunca se ejecutaron, por ser consideradas “muy riesgosas” para las tropas, para población civil y por carecer de suficiente inteligencia. En su libro, el ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), George J. Tenet, dijo que durante la administración Clinton la información sobre la ubicación de bin Laden sólo tenía un “50-60 por ciento de confiabilidad”, un porcentaje insuficiente para justificar una acción militar estadounidense.

Como una alternativa a la incursión, la Casa Blanca de Clinton decidió disparar misiles teledirigidos contra sus objetivos, en una serie de intentos fallidos por matar a bin Laden y su círculo cercano. Fue una táctica que Bush criticó después del 9/11, aunque él también daría marcha atrás en el plan de ataque contra Al Qaeda en 2005.

Desde entonces, el NYTimes reporta que la CIA varias veces lanzó misiles desde un avión Depredador contra áreas tribales, con varios grados de éxito. En enero de 2006, por ejemplo, casi matan al egipcio Ayman al-Zawahri, el principal socio operativo de bin Laden y sospechoso de organizar las operaciones del grupo terrorista.

Terrenos minados

El 19 de octubre de 2007, hubo un ataque terrorista contra la ex primer ministro pakistaní Benazir Bhutto (quien salió de Pakistán después de un golpe de Estado en 1999, luego de ser acusada de corrupción). Bhutto temía un ataque de “oficiales militares retirados alineados con extremistas islámicos”, de acuerdo con la publicación Christian Science Monitor. Además, negaba temer al Talibán, pero Baitullah Mehsud, un líder del Talibán pakistaní, había amenazado con asesinar a Bhutto. Cuando el ataque ocurrió en octubre, mató a 136 personas, justo cuanto la ex primer ministro regresaba a Pakistán para discutir la posibilidad de compartir el poder con Musharraf. Para entonces, el poder presidencial del general, quien había ofrecido amnistía a Bhutto por las acusaciones de corrupción, comenzaba a ser cuestionado.

La alianza con Bhutto era potencialmente explosiva para Musharraf, quien ya estaba bajo presión de los extremistas pakistaníes por su alianza —aunque débil— con EE.UU. El mismo mes del atentado fallido contra Bhutto, ella le aseguraba a la prensa británica en una entrevista que bin Laden había sido “asesinado hace años” por un sujeto que identificó como Omar Sheikh. Dos meses después de la entrevista, el 27 de diciembre de 2007, la misma Bhutto fue asesinada. Bhutto participaba en un mitín político—entonces ya como líder opositora al presidente Musharraf—.

En 2008, el militar Musharraf decidió hacerse a un lado por la presión de EEUU y grupos locales por su fracaso en detener a los terroristas. Llegó al poder el civil y primer ministro Yousaf Raza Gilani (todavía en el cargo de Primer Ministro). Desde entonces, algunos analistas estadounidenses empezaron a poner sus reflectores en el Servicio de Inteligencia de Pakistán (ISI), sospechoso de apoyar terroristas y una jihad contra Afganistán para asegurar su supremacía.

Bin Laden, el escurridizo

“Por mucho que todos queramos a Bin Laden muerto, el uso de la fuerza por un súper poder requiere información, disciplina, y tiempo”, escribió Tenet en su libro en la década pasada. “Rara vez tuvimos la información en suficientes cantidades, o el tiempo para evaluarla y actuar con base en ella”. Al parecer, esta combinación de factores sí ocurrió en los meses que llevaron a la cacería y muerte del líder de Al Qaeda. Esta vez, no se trató de un territorio inhóspito en la frontera con Afganistán, sino de un complejo en una zona urbana en Abbottabad, a 35 millas de Islamabad, capital pakistaní.

Hace tres años, Zalman decía que tanto un presidente demócrata (Clinton, en los noventa) como uno republicano (Bush hijo, en los 2000) habían sido retados por “la complejidad de perseguir militantes no estatales en un territorio soberano y extranjero”. La analista expresaba que valía la pena pensar en el tema porque el presidente de EE.UU. a ser electo en 2008, independientemente del partido al que perteneciera, enfrentaría el mismo reto. Barack Obama, demócrata, lo enfrentó el 1 de mayo pasado, y no le tembló la mano. ¿Por qué? En 2011, ya no es determinante la frágil relación con Pakistán, ni la tensión entre su mandatario y los extremistas locales.

En 2005, según el NYT, el Pentágono decía que “una huella militar pequeña permitía una mejor oportunidad a una misión de no ser detectada, pero también exponía a las unidades a un riesgo mayor de morir o ser capturados”. Ese fue el riesgo admitido por Obama. Sí hubo peligro de muerte o captura, pero al parecer, la inteligencia propugnada por Tenet (ya afuera de la CIA) hizo salvar los obstáculos al equipo de Navy Seals que descendió sobre el complejo residencial de bin Laden.

El 4 de mayo pasado, tres días después del operativo, el deterioro de las relaciones y la confianza entre Pakistán y EE.UU. era evidente. El diario The Guardian de Inglaterra publicaba que el primer ministro Gilani decía que si bin Laden había vivido tanto tiempo en Pakistán (seis años), era por “una falla de inteligencia de todo el mundo, no sólo de Pakistán”. También compartió la culpa específicamente con los estadounidenses.

Obviamente, los funcionarios pakistaníes están contra la pared. La secretividad con la que bin Laden permaneció seis años cerca de la capital, en una población con miles de soldados pakistaníes, hizo dudar de las lealtades de Pakistán para con sus supuestos aliados occidentales. Mientras tanto, la forma en que ocurrió el operativo hizo dudar de sus lealtades para con los militantes pakistaníes. Una situación imposible.

Por algo el actual jefe de la CIA, Leon Panetta, dijo que se ocultó el operativo a los funcionarios pakistaníes por temor a que filtraran información. “Se decidió que cualquier esfuerzo para trabajar con los pakistaníes podría arriesgar la misión; ellos podrían alertar a los objetivos”, Panetta le dijo a la revista Time. Por aparte, el asesor de Obama en anti-terrorismo, John Brennan, reveló que algunos altos oficiales pakistaníes sabían sobre el escondite del líder de Al Qaeda. Pero estos funcionarios, incluyendo el presidente Asif Ali Zardari, han calificado las acusaciones de complicidad con bin Laden como una “especulación infundada”.

Lealtades en gamas de claroscuros

La frontera de las lealtades en Pakistán por ahora muestra una amplia gama de claroscuros, de grises, que imposibilitan lo que exige el senador demócrata Frank Lautenberg: “saber si Pakistán realmente está del lado de EE.UU. en la lucha contra el terrorismo, antes de enviar otro centavo a ese país (al cual se envían millardos de dólares en ayuda)”. Pero The Guardian apunta que los analistas estadounidenses también reconocen que Pakistán necesita ser parte de la lucha contra la militancia islamista debido a la guerra en Afganistán, “porque los grupos más potentes de la jihad, incluyendo Al Qaeda, tienen su sede en Pakistán”. La pregunta es si Pakistán quiere luchar con ellos, o contra ellos.

Es más difícil hoy seguir lo que decía Bush cuando declaró que el 9/11 era un acto de guerra, y anunció a la comunidad internacional: “o están con nosotros, o en nuestra contra”. Los claroscuros en Pakistán, a lo largo de su historia, lo hacen imposible de discernir. En 2001 reconocieron el ataque a EE.UU. como un acto terrorista, pero aún así el 83 por ciento de los habitantes en las zonas urbanas simpatizaban más con el Talibán; ahora, tras la cacería y muerte de bin Laden, pocas evidencias podría demostrar que han cambiado de opinión. La identidad del pueblo pakistaní está marcada por su historia, a la que se suma otro elemento: el perfilado y posible nuevo líder de Al Qaeda, el egipcio Zawahri, a quien EE.UU. por poco mata en 2006, y quien fue el segundo al mando después de bin Laden.

Como bin Laden, Zawahri proviene de una familia acomodada. Estudió medicina en la Universidad de El Cairo. Tenía 30 años de edad cuando fue juzgado por el asesinato del presidente egipcio Anwar Sadat, en 1981, bajo cuyo régimen presuntamente fue perseguido por su militancia islámica. Permaneció encarcelado tres años por posesión ilegal de armas. Cuando salió libre, se había convertido en un radical, y viajó a Pakistán para curar a los combatientes mujahidín heridos en la guerra afgano-soviética en Afganistán. Ahora Brennan, el asesor de Obama asegura que Zawahri “presuntamente vive en Pakistán o Afganistán y sigue siendo buscado”. La lucha contra Al Qaeda está lejos de acabar.

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