La fe es el sí pleno –nunca pefecto–, pero es de cierta manera el motor que nos hace darnos a una manera de vivir, a amar de cierta manera, a entender la vida como lo hacemos. La fe de los católicos, al menos creemos unos, no puede ser una fe sin razón o sin sentido (lo que significa por lo tanto una relación estrecha con la razón y el conocimiento), sino también es una fe en un tiempo y un espacio. Cuando el tiempo y el espacio es hoy en Guatemala, debe ser una fe valiente que logre hacer frente desde su esencia, a los problemas que tenemos como país.
Como dice Jullia Kristeva en su libro “Esta increíble necesidad de creer”, lo que se cree es lo fundante del ser. Lo importante no es demostrar lo que se cree, cuando se trata de una experiencia religiosa, sino creer en sí. Luego, se demostrará en qué se cree, no trayendo a la mesa muestras científicas o materiales, sino se rendirá cuentas en la coherencia del ser con la creencia. Para los católicos, es ésta la prueba de fuego. Aunque los católicos creemos en muchos aspectos de nuestra propia religión y de nuestra propia fe de maneras diferentes, hay otros elementos que nos hacen ser una misma comunidad.
Ante la realidad que vivimos como país, se necesita de católicos comprometidos no sólo con los sacramentos y la vida parroquial. Se necesita de hombres y mujeres convencidos de su papel en lo público y en lo colectivo. Se hace urgente de profesionales éticos y firmes en sus creencias para construir un país diferente. Lo que se ve y se vive en Guatemala es demasiado fuerte que te tumba, y tal vez es posible que lo que no se ve sea más movilizador; una fe para algunos, una ética para otros. La política ha dejado de ser mi punto de partida de cambios, antes de pensar en política me pregunto que me mueve a concebir la política de tal manera. La fe en estos tiempos está llamada a convertirse en acción, a ser prueba concreta y real de lo que creemos. Lograr ser también una voz honesta en la política, una voz que no calle las injusticias históricas que se mantienen y que han configurado el país y la sociedad que somos. Hay un momento para los católicos que la fe se encuentra de frente con la política.
En pocos días tendré que acostumbrarme a escuchar a otros llamar a Omar “padre” o “padrecito”. Ha esperado ya por ocho años para decir este sí final a su fe, y a actuar en coherencia a lo que siente y sabe que ha sido llamado, junto a dos de sus amigos que conocí en lo que puedo decir, “fueron sus años de seminario”. En el día de Candelaria presentarán su vida al servicio del amor y con ellos estaremos muchos de los que sabemos el significado de ser sacerdote en una sociedad como la guatemalteca.
Espero sentarme pronto en las bancas traseras de alguna iglesia de la Arquidiócesis de Guatemala, y escuchar al padre Virgilio, Francisco u Omar decirnos, como eco de los obispos guatemaltecos, que no podemos acostumbrarnos a vivir como lo hacemos, que va en contra de nuestra manera de entender la vida misma. Que el ejemplo del Padre Hermógenes, de Monseñor Gerardi o del Padre Walter Voordeckers, tres de los que no callaron ni cedieron al miedo, al dinero o al poder, los acompañe en su caminar.
Más de este autor