Tal vez por ello ha resultado más parecido al otro aprendiz de dictador que disolvió el Congreso y las cortes, a la vez que intentó cerrar la Procuraduría de Derechos Humanos y enarboló el espadín de la censura contra la prensa. O, quizá, también, esté pareciéndose mucho a otro jefe de Estado, tristemente célebre por la represión y célebre igualmente por sus limitadas reservas intelectuales. Y, quizá tenga algo del merolico condenado ya por genocida. Como un pequeño fiambre, pareciera ser que tiene un poco de cada uno y mucho de todos a la vez, aderezado con bastante salsa de lo suyo.
Si se frotara el envuelto que lo cubre, a diferencia de la lámpara de Aladino, de la cual emerge un genio que satisface los deseos de su amo, de este probablemente surja un engendro Lucas-Ríos-Serrano y Pérez. Una especie de gorgona de una cabeza con varias serpientes por cabello que ilustran o, mejor dicho, tipifican, lo que ha venido aconteciendo en el país durante el actual gobierno.
La corrupción rampante que definió al gobierno de Romeo Lucas García, parece superada con las mañas que llegaron de la mano dura del mal llamado Partido Patriota. La incoherencia discursiva de José Efraín Ríos Montt parece el manual de estilo en las declaraciones y acciones del gobierno. Y, finalmente, la megalomanía de Ríos, elevada al cuadrado con el egocentrismo de Jorge Serrano Elías, se reencarnaron en Otto Primero.
Que el salón de protocolo sirva como mínimo para contrabando de especies marinas protegidas y evasión de impuestos, es apenas una perla en el collar de abusos de poder desde la presidencia, la vicepresidencia y la mayoría de dependencias del Ejecutivo. No por gusto ha caído la simpatía social hacia el mandatario y su segunda, situación que les ha llevado a la desesperada improvisación de una campaña marca turrón para levantarles la imagen a puro producto avícola.
Y, al parecer, el gobernante está decidido a que su imagen levante cual barrilete en otoño, sin importar las mentiras descaradas como esa de ofrecer moratoria para la explotación minera -después de haber concedido todo el territorio- y luego reunirse con el magnate Carlos Slim para promover que éste invierta en exploración petrolera.
Total, acostumbrado a gritar y ordenar en los cuarteles, Otto Primero ha ido sacando la garra y golpeado el entramado de la institucionalidad democrática, hasta hoy, impunemente. A varios desplantes protocolarios contra el Legislativo, Otto Primero añadió el estilo de ordenarle a su edecán, Pedro Muadi, cómo proceder con trámites tales como los Estados de Excepción, entre otros. Pero no conforme con ello, Otto Primero ha ordenado, eso dijo públicamente, que sus Ministros dejen de acudir a las citaciones del Congreso. Se pasa la ley por los botines, la obligación de respetar y cumplir la Constitución por las narices y el respeto a la independencia de poderes le sirve de bigotera.
Eso es lo que sabe o entiende como democracia y eso es lo que a fuerza de taconazo pretende imponer como ejercicio político. Una actitud que le durará lo que el sistema político quiera permitirle, antes de ponerle un alto a la insolencia y la majadería de quien es un funcionario electo para el cumplimiento de un contrato cuyos términos de referencia están claramente definidos en la Constitución Política de la República. Guatemala es un país que se rige por un sistema republicano conducido por tres poderes de Estado y que designa al presidente de la nación como responsable de la unidad nacional y de conducir al Ejecutivo. Cuando esto sea una monarquía, entonces los desplantes de Otto Primero quizá tengan cabida. Mientras tanto, el presidente de la República está obligado a respetar la ley.
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