Dice la nueva versión que todo iba viento en popa para el buen Otto Adán, un profesional recto y con buenas intenciones, hasta que se topó con Eva Roxana, una chica ambiciosa con ansias desmedidas de riqueza y poder. Cuenta el mito que Otto no pudo resistir los encantos de Roxana y que su pasión y dedicación por ella fueron su ruina. La fruta prohibida, en este mito, no fue una manzana, ni siquiera uno de aquellos bananos de un intenso amarillo tropical. No, la fruta prohibida en este mito, aquello que Eva Roxana nunca debió haber querido, fue La Guayaba.
El autor de esta versión del mito es Jorge Palmieri, y es muy probable que ni se haya dado cuenta de que lo que escribió no es más que una reinterpretación del Génesis, aquella historia que en nuestra cultura judeocristiana es parte fundamental de la construcción desigual de género. Pero analicemos las palabras del propio Palmieri, para que no crean que les estamos dando banano, o en este caso, guayaba con el dedo. Dice Palmieri:
“Me compadecí del general Pérez Molina al comprobar hasta dónde puede llevar la pasión por una mujer a un general del Ejército de Guatemala con un historial profesional como el suyo. Y hasta dónde puede llevar a una mujer su ambición desmedida por el poder y la riqueza… Pero la Baldetti se hizo merecedora del odio concentrado de la opinión pública, y a Pérez Molina se le ve con tristeza porque su apasionada entrega a una mujer no le permitió demostrar si merecía ser presidente de la República.”
Empecemos por el principio o, mejor dicho, empecemos con la recreación de la escena original. Estamos situados inequívocamente ante una narración que reproduce uno de los mitos fundantes del sistema patriarcal, es decir, la introducción del pecado original como mecanismo de culpabilización de las mujeres y la consiguiente consolidación del dominio masculino. Diversas teólogas feministas (como por ejemplo Riane Eisler o Françoise Gange) han mostrado cómo este relato de la caída (el pecado original de Otto Adán y Eva Roxana) es esencialmente un relato de la mujer maldita y seductora, misma que se construye como culpable de transgredir la prohibición (no comerás del fruto del Guayabal) y como responsable de la expulsión perpetua del jardín del Edén o, para lo que aquí nos interesa, de La Guayaba.
Esta entidad binaria hombre-mujer, misma que nunca es recíproca, es evidenciable tanto en la abierta discriminación de género existente en nuestra sociedad, como en los que parecieran ser pequeños detalles intrascendentes; detalles tales como el uso del artículo definido para referirse a una mujer (“la Baldetti”, dice Palmieri) y su ausencia cuando se trata de un hombre (como también lo hace Palmieri). O el uso predominante de ciertos adjetivos calificativos para referirse a la mujer (“era una mujer atractiva y simpática”, anota Palmieri) y el enfoque en la profesión o rasgos de la personalidad cuando se habla del hombre (según Palmieri, “un general del Ejército de Guatemala con un historial profesional como el suyo”). Más permisivo aún, la entidad binaria es juzgada bajo parámetros diferentes. Según Palmieri, la “ambición de poder y fortuna” hace de Eva Roxana una persona arrogante y prepotente. Sin embargo, esa misma ambición de poder y fortuna no es ni siquiera tomada en cuenta por Palmieri en el caso de Otto Adán, dando a entender que la ambición es inherente, natural y válida en el caso del hombre y por lo tanto no determina su carácter o personalidad.
Es un hecho, afirma Palmieri, que Otto Adán y Eva Roxana fueron expulsados del paraíso por la pasión desmedida del hombre hacia la mujer, quien ejerce sobre el primero una especie de embrujo maligno que culmina en el pecado. Obviamente, este tipo de relato nunca cuestionará ni las motivaciones ni las acciones de Otto Adán. Los medios, los editoriales, las columnas de opinión, incluso las conversaciones cotidianas, reproducen el relato con más o menos vehemencia porque no se cuestiona el mito de origen. Somos, en parte, rehenes de un relato adánico que se ha transformado en el ADN cultural que nos constituye socialmente. Y es este relato adámico el que se reinscribe en el mito de Palmieri de la mano de Otto Adán y Eva Roxana. De esta forma, el gesto transgresor del orden social, en este caso y según Palmieri, la ambición desmedida y ansias de poder de Eva Roxana, queda así marcado bajo el signo del pecado y de la tentación.
Tal como en el ejemplo que analizamos en un artículo previo, aunque de un modo totalmente diferente, lo que Palmieri hace es llevar la discriminación y desigualdad de género al plano narrativo, utilizando el lenguaje para reafirmar su lugar en la matriz patriarcal que lo afirma y valida como sujeto, otorgándole así una posición de privilegio e impunidad. Esta matriz se construye sobre el despojo de la subjetividad de la mujer y la validez de sus motivaciones, aspiraciones y deseos. El despojo es evidente en el mito original de la creación, mismo que Palmieri reproduce en su mito tropical de Otto Adán y Eva Roxana a través de una violencia narrativa que aspira no solo a poner a Eva Roxana en su lugar, sino a cualquier mujer “arribista e insumisa” que ose tentar y desviar de su camino al “buen” hombre que, al parecer y muy a su pesar, no puede resistir los embates de la mujer maldita y seductora. Así, Eva Roxana rompe la norma tanto por haber inducido al pecado al hombre como por no saberse comportar acorde al rol de género que supuestamente le corresponde.
Es imposible considerar que Roxana Baldetti no haya jugado un papel central en el desfalco del Estado guatemalteco. Existe, sin embargo, una asimetría en la forma cómo en el campo mediático es constituída la imagen de ambos implicados en esta narrativa originaria sobre el pecado y la corrupción en Guatemala. En esta asimetría simbólica no existe mucho problema en convertir automáticamente a la ex vicepresidente mujer en la causante de la caída del entonces presidente. Desde una perspectiva antropológica, la construcción y sacrificio de un chivo expiatorio es fundamental para reestablecer el orden cultural y simbólico. En este caso, y aún siendo los dos parte de la misma estructura criminal, el acto sacrificial recae desmedidamente en Eva Roxana no tanto por la necesidad de restablecer el orden político sino, más bien, por el imperativo de re inscribir la matriz heteronormativa. En otras palabras, estamos hablando de la recreación del mito de la heterosexualidad como norma, mismo que esencializa las posibilidades de identificación de sexo/género al binomio hombre-mujer.
El artículo de Palmieri es, obviamente, una expresión burda de este mecanismo reconstituyente de la dominación masculina, mismo que busca restablecer el orden político imperante a partir del despojo de la agencia de las mujeres y la reinscripción de los roles tradicionales de género. Cabría preguntarse, sin embargo, si este mismo mecanismo no ayudaría a explicar, por un lado, por qué fue Jimmy Morales, y no Sandra Torres, elegido presidente; y, por el otro, por qué esta ha sido objeto de las más viles expresiones de odio. Pero más allá de esto, es innegable que el relato de la Creación según Palmieri resulta siendo una cartografía del cuerpo social guatemalteco.
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