Entiendo, también, cómo dentro del mismo Brasil ha habido tanta oposición, tanta polémica, tanta protesta por unos gastos exorbitantes para la preparación y realización de este evento, cuando el país entero está pasando por una franca crisis económica, política y social. Los comprendo y considero que tienen razón en sus luchas y denuncias.
Sin embargo, y he allí las contradicciones del ser humano, como cualquier espectadora me siento frente el televisor y veo además de la inauguración algunos de los partidos iniciales. No puedo evitar, tampoco, sentir una especie de emoción primaria, incluso ajena a mi racional voluntad, cuando algún equipo que me cae bien anota algún gol.
Aunque no soy fanática de este deporte, y no le voy ni a rojos ni a cremas, ni al real ni al barsa, ni a otros equipos que oigo mencionar por allí, ni estoy pendiente de campeonatos entre ligas, etcétera, confieso que cada cuatro años cuando el mundial se lleva a cabo, miro algunos partidos y mi corazón se identifica con ciertos equipos y, veo con mi familia o amigos los partidos de la final. Hasta allí mi afición.
Al ver cómo estos jugadores de alto nivel y sus entrenadores se replantean tácticas y estrategias, pueden remontar los marcadores desde la desventaja y convertirlos en victorias en un mismo juego, comprendo también cómo la selección nacional de futbol de Guatemala, si continúa como hasta ahora, es bastante probable que nunca llegue a participar en un evento de este nivel. ¿Por qué tanto pesimismo en mi vaticinio?, se preguntará acaso alguno.
Simple y sencillamente porque, a diferencia de la mayoría de las selecciones de los países que, por citar sólo los casos paradigmáticos, han ganado un mundial, nosotros ni como selección de futbol, ni como deportistas en general (salvo claro, las honrosas excepciones), ni como federaciones, ni como Estado, ni como autoridades, ni como ciudadanos comunes y corrientes tenemos, en general, una actitud de triunfadores. No hemos aprendido –y lo más triste es que tampoco queremos aprender— a vernos en el rostro de nuestros fracasos y nuestras derrotas, en el de nuestras contradicciones y parcialidades y, sobre todo, en el de nuestros errores e injusticias.
Me explico y cito dos ejemplos. Desde el punto de vista histórico, al no reconocer que aquí, durante el Conflicto Armado Interno que duró 36 años, hubo genocidio, como resultado no podemos resarcir a las víctimas ni castigar a los culpables y, mucho menos, educarnos en una cultura de paz, que nos evite repetir esta situación en el futuro.
Y si desde el punto de vista deportivo no reconocemos que también en las federaciones existe corrupción y poco apoyo a los talentosos y esforzados deportistas, y en consecuencia no actuamos para remediar esa situación, la historia deportiva guatemalteca, sobre todo en cuanto a futbol se refiere, se consumirá en el mismo círculo infernal de siempre. Así de sencillo. Por ello, pese a las promesas de candidatos presidenciales con pretendidos tintes populistas, considero que “nuestro futbol” no participará en competencias de nivel mundial.
Eso por un lado. Por otro, mientras disfrutamos de este espectáculo, por qué no, mantengámonos atentos también a otras realidades y, sobre todo, a las acciones de los ilustres políticos y las insignes autoridades que nos gobiernan, que como buenos conocedores de esta pasión deportiva de las masas, aprovechan estos tiempos para llevar a cabo más fácilmente sus arbitrariedades.
Más de este autor