Como si en cada güipil (blusa) o cada corte (falda), llevaran con orgullo la amalgama de tonalidades de las flores que crecen al amparo del bosque nuboso en su región.
En su caminar día con día, desde febrero de este año han sido el motor esencial del proceso de exhumaciones en la “antigua” zona militar de Cobán, hoy la sede del Centro Regional de Operaciones de Paz (CREOMPAZ). Una estructura militar supuestamente patrocinada por las Naciones Unidas. Esas mujeres de las verapaces (Alta y Baja), q'eqchiś y pocomchi's, se han convertido en una especie de orquídeas de la dignidad y la memoria.
Han trabajado como hormigas en cada una de sus comunidades para que quienes tengan familiares detenidos-desaparecidos durante el conflicto armado, proporcionen muestras de Ácido Desoxirribonucleico (ADN), para que sea cotejado con la información genética de los más de 200 cuerpos recuperados de las fosas abiertas en los terrenos del CREOMPAZ.
Ante las talanqueras y los elementos castrenses que les impiden la entrada, ellas, cual abejas protegiendo el panal, se agrupan y gestionan las autorizaciones necesarias. Desde febrero, cuando inició el proceso, se han mantenido allí, literalmente al pie del cañón, no solo porque allí están enterrados sus seres queridos sino porque es necesario preservar la escena del crimen.
En ese caminar cotidiano, ellas y los ellos que les acompañan, no pueden quedarse solas. Necesitan del apoyo de las entidades de Estado responsables de la justicia y de la reconstrucción de la memoria. Necesitan del apoyo internacional y de que el sistema de Naciones Unidas garantice que las instalaciones donde anida el CREOMPAZ no se conviertan en nido de impunidad. Por ello, la respuesta del comandante del Centro, al embajador de Estados Unidos durante la visita del fin de semana anterior, ha de quedar plasmada en piedra para que no se borre. Es decir, bajo ninguna circunstancia, las autoridades militares boicotearán el proceso ni impedirán el ingreso de las víctimas y familiares, a presenciar el proceso de exhumación.
Ante estos desafíos, ellas tienen claro que el proceso no será de poco tiempo. Que la tarea requerirá muchos días de ir y venir entre las comunidades, las cabeceras, las oficinas de Estado y las instalaciones de la sede militar. Esa locación a la que ingresaron personas vivas, capturadas por las fuerzas de seguridad y que no volvieron a salir. Son los restos de sus seres queridos, arrebatados en la jornada de barbarie que derivó en un genocidio que el Estado torpemente intenta negar con su política revisionista.
De hecho, hoy día podrían ser las personas cuyos restos han sido encontrados en las fosas durante la excavación, que se encuentran, como dicen las orquídeas, “en un hoyo en lo sucio” y que merecen “un entierro digno”. Son hijos, padres, hermanos, hermanas, hijas y madres, que murieron y cuyos cuerpos aparecen en las tumbas ilegales, amarrados de pies y manos, con lazos al cuello, con golpes o disparos. Es decir, muertos violentamente. Ejecutados y ejecutadas, habiéndose encontrado en instalaciones del Ejército de Guatemala.
Y todo esto se conoce y se sabe por el quehacer de este hermosamente fuerte ramo de orquídeas. Esas mujeres que corren y resuelven a diario con miles de tareas y actividades y que, sin embargo, tienen también tiempo para la dignidad de sus seres queridos. Por eso luchan para que no sigan “en lo sucio”, para que salgan de ese hoyo oscuro que les arrebató la dignidad y la vida y darles un espacio de dignificación como personas. “Para abrazarlos, aunque solo sean huesos” porque no son cualquier clase de huesos.
Son los huesos de sus seres queridos, de esos seres cuya memoria se ha constituido en el chut donde anida la raíz de las orquídeas y que nutre de vida su lucha por la dignidad y la memoria.
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