Donde la película se quedó corta fue en lo relacionado con Internet. Nadie en 1989 esperaba la revolución en las comunicaciones que empezó a tomar forma en los años 1990. Sin embargo, en prácticamente todo lo demás, el film pecó de optimismo. No hay carros voladores ni chumpas que se sequen solas.
¿Quiere un punto en el que analistas de izquierda y de derecha estén de acuerdo? Es este: el tren tecnológico del mundo ha perdido rapidez. Lo dice el progresista Joseph Stiglitz, pero también el libertario Tyler Cowen. Y lo puede decir usted también: ¿no había acaso más diferencias entre la vida de 1935 y la de 1975 que entre esta última y la de 2015?
Y no es solo cuestión de que no haya carros voladores. Internet aparte, no ha habido en las últimas décadas ninguna transformación productiva comparable con la Revolución Verde o con la electrificación de las ciudades, lo cual, por supuesto, nos deja añorando y pendientes del menor indicio de la Segunda Venida.
Ahora, justamente, el derrumbe de los precios del petróleo ha provisto combustible para estas especulaciones. Algunos se aventuran a vaticinar que la era del petróleo ya terminó y que el mercado energético mundial será fundamentalmente diferente a lo que ha sido en los últimos 150 años.
Un análisis claro en este sentido es el que hace Anatole Kaletsky en Project Syndicate. Dice que, con la decisión de la OPEP de no recortar su producción en noviembre pasado, el mercado sufrió un cambio estructural y pasó de ser un mercado oligopólico a ser uno competitivo en el que el precio es igual a los costos de producción del último productor eficiente. Con ello, el costo de producción del shale oil sería el nuevo árbitro del precio mundial —rondando los US$50 por barril—.
Además, Kaletsky advierte que, en períodos de baja demanda, el precio podría caer hasta el costo de producción del petróleo convencional —el cual ronda los US$20 por barril—. Por lo tanto, concluye que, en el futuro, el precio del petróleo entrará en un período prolongado de estancamiento y se situará permanentemente en ese rango.
Si Kaletsky tiene razón, muchos tendrán de qué lamentarse. Pero quizá no sea así.
El caso pesimista para el petróleo descansa sobre el supuesto de que tanto los determinantes de la demanda como los de la oferta convergen a favor de un menor precio. Por un lado, los estrictos estándares de eficiencia impuestos a la industria automotriz y la progresión hacia fuentes de energía limpias reducirán la demanda futura del oro negro. Por el otro, la fuerte inversión hecha en los últimos años ha redundado en menores costos de producción de fuentes no convencionales de petróleo —como las arenas bituminosas de Canadá—.
Pero veamos cada uno de estos aspectos con lupa. Es cierto que los estándares de eficiencia en nuevos automóviles han mejorado, pero ¿alcanzará esto para reducir la demanda total de un parque vehicular mundial que crece sin parar? Incluso si China reduce su crecimiento a entre 5 y 6% anual durante los próximos años, aún estará reduciendo cada año la brecha que la separa de las potenciales occidentales. Y en cuanto a automotores per cápita tiene dónde crecer.
Según las cifras del Banco Mundial, en 2011 China tenía 69 automotores por cada mil habitantes. Apenas seis años antes, la cifra para China era de 24. Alemania, en cambio, tenía 588. En el otro gigante asiático —India— el crecimiento es similar. También lo es para prácticamente todo el mundo en desarrollo, especialmente para aquellos países africanos con rápido crecimiento, como Ghana o Kenia. Un pequeño crecimiento en las cifras de estos países representa millones de automotores nuevos en las calles, cada uno de ellos consumiendo decenas de galones de gasolina.
¿Los híbridos y los eléctricos desplazarán a los motores de combustión interna? No en el futuro cercano, al parecer. En 2014, la participación de los modelos híbridos cayó en el mercado estadounidense. Además, las proyecciones de abaratamiento de la tecnología eléctrica automotriz son a largo plazo —de lo contrario, una compañía como Tesla no enfrentaría los retos que tiene—.
Por el lado de la oferta también hay lugar para la incertidumbre. Los costos de producción por barril del shale oil no pueden fijarse en US$50, sino que se ubican en un amplio rango en el que la cola superior alcanza valores de hasta US$95 por barril. Esto significa que una buena proporción de la producción ya es antieconómica con los precios actuales, situación que ya se refleja en que cada vez hay menos pozos en operación en Estados Unidos.
La producción de petróleo sigue fluyendo —por ahora— porque la naturaleza de los pozos del shale oil es tal que la mayor productividad se da en sus primeros meses de operación y, para aquellos pozos que ya fueron perforados, la inversión inicial debe asumirse como un costo perdido. Pero ¿quién invertiría en perforar nuevos pozos para suplir la oferta cuando la curva de producción de los actuales decaiga?
Además, teniendo en cuenta las consideraciones ambientales, ¿no se verán forzados los Gobiernos a encarecer la producción de fuentes no convencionales de petróleo? Si llegáramos a extraer y utilizar todo el petróleo de las arenas de Canadá, bien podríamos dar por perdida la batalla contra el calentamiento global.
Universal Studios podría decidirse a hacer la secuela Volver al futuro IV y seguramente haría mucho dinero. Pero, si nos presenta un mundo de petróleo regalado y con jeques árabes en bancarrota, creo que de nuevo estaría disparando al aire.
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