Con los años he seguido profundizando en ese mundo, ahora tras el lente, capturando esos detalles que plasman mucho más que imágenes.
Ha pasado poco más de una década desde el momento en que empecé a caminar en el ámbito laboral de las estadísticas, y desde el inicio sentí un paralelismo mucho más que discreto entre ellas y la fotografía. Será porque ambas están muy presentes en mi vida, pero cada vez las veo más cercanas que distantes. Estas últimas –menos apreciadas que las fotografías– también cuentan historias, realidades, evoluciones o involuciones. Nos retratan, nos muestran el paisaje. Será por eso que no gustan, o más bien, como cualquier fotografía de retrato o paisajista, hay ángulos y vistas que preferimos ocultar, características que preferimos no ver.
Aquellos datos que –muy al estilo del discurso dominante– pintan la importancia del crecimiento económico y creación de riqueza –así como la batería de variables macroeconómicas que adornan los discursos y argumentos de la élite económica, mediática y política guatemalteca–; sí parecen tener seguidores y defensores. El sistema ha permitido que se dé seguimiento de alto nivel técnico a esas variables. La institución y los cuadros técnicos dedicados a ello han logrado no solo una buena reputación, sino mantenerse a lo largo del tiempo y gozar de suficientes recursos para ser de los servidores públicos mejor capacitados, con mejores incentivos y con mayor estabilidad laboral.
Pero esas cifras agregadas no permiten visualizar las diversas y desiguales realidades de nuestra Guatemala. ¿Por qué será que las estadísticas que plasman el desarrollo humano no cuentan con la misma suerte? ¿Será que es fortuito el olvido y subestimación de la institución que lidera ese seguimiento? ¿Por qué no se logra construir una institución autónoma –libre de las presiones de los poderes externos e internos– y de alto perfil técnico para la generación de esos datos que fotografían la situación socioeconómica y dan seguimiento de ella? Pareciera que en este país de ciegos y miopes a voluntad, se prefiere ir a tientas con tal de no tener que enfrentarse a la visualización de esa realidad.
Ciertamente, hace falta humanidad y coraje para querer verla, así como corazón y empatía para entenderla. Pero también sensatez y visión –por parte de nuestros gobernantes y de la sociedad en general– para darnos cuenta de la importancia de ello.
Si bien el Instituto Nacional de Estadística realizó la semana pasada una jornada maratónica (la publicación de resultados de cuatro grandes encuestas), hizo falta mucho para sentirse entusiasmado. Las acciones de los actuales dirigentes de la Institución han deteriorado lo que parecía difícil de debilitar más: se desarticularon grupos de trabajo con cúmulos importantes de experiencia y conocimientos técnicos, construidos a lo largo de más de una década de trabajo. Cabe recordar que el quehacer de la institución dio un giro importante durante la presente administración: se orientó eminentemente a apoyar el funcionamiento de un engranaje fuera de sus competencias, sin importar el costo institucional en materia de producción estadística.
Los usuarios de las encuestas de hogares –principalmente de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida– estamos entonces ante una gran incógnita. Cuán comparables son los datos a lo largo del tiempo. ¿Es el mismo lente el que toma la fotografía? ¿Es el mismo enfoque? Los resultados de estas encuestas, particularmente los de pobreza –ciertamente producto del esfuerzo de un totalmente nuevo equipo de trabajo– tendrán que ser discutidos a la luz técnica, y las bases de datos –materia prima para continuar y profundizar con el análisis de la realidad guatemalteca– deberán socializarse pronta y ampliamente.
En vísperas de la entrada de un nuevo gobierno, el INE plasma en sus publicaciones la cita de Drucker “Todo lo que se puede medir, se puede mejorar”. Ojalá y esa frase refleje una intención real por proveer información útil, de calidad y oportuna para el conocimiento y seguimiento de las condiciones de vida de la población guatemalteca, y no sea –cual reverencia estratégica al nuevo poder– solo la cita más ajustada a uno de los principales mensajes mediáticos usados durante la última etapa de la campaña electoral.
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